Los amantes volvieron a la ruta. El destino ya se había anunciado en la última misa: 26 de marzo Salta. Para esta ocasión, aromatizados con el perfume de la tempestad, las bandas subieron a los botes con el único objetivo de ser felices una vez más.
Ya subidos a los vehículos el folklore ricotero comenzaba a notarse. Los mayores de la primera hora le trasmitían a los más pequeños lo que fue aquél fenómeno denominado Patricio Rey, sus relatos se remontaban a los años de Huracán, Obras, inclusive algunos solían llegar a la época del Stud Free Pub. Los novatos miraban con los ojos bien abiertos, no lo podían creer, pero ellos ya saben que son testigos de esta nueva etapa, y eso no es poco.
El viaje era largo, para algunos llegaba a superar los 1.700 kilómtros. ¿Cuánto vale? ¿A quién le importa?. El que abandona no tiene premio, ellos lo saben.
Llegando el mediodía del sábado Salta fue invadida. Más de 35 mil personas habían arribado a la ciudad. Algunos preferían quedarse en las inmediaciones del estadio, refugiados con la mayoría de los fanáticos, otros optaron por buscar un poco de paz cerca de algún arroyito, mientras que el resto decidieron ir al centro de la ciudad, recorrer las ferias, los locales y teñirse un poco con los colores y la hospitalidad salteña. Mirase donde mirase te ibas a encontrar con algún fanático con la casaca del Indio.
Ya entrada la tarde, cuando la siesta quedo atrás y el sol comenzaba a bajar de a poco la liturgia se ponía más exaltante. A pasos de la entrada se armó el cachengue: bombos, gargantas, banderas, tres tiros, candelas y bengalas comenzaron a combinarse para evocar a Patricio Rey. Ya todo valía la pena. Era un verdadero carnaval, una fiesta popular, risas, libertades, comunión. Acá no había lugar distinciones, argentinos, porteños, cordobesas, salteños, uruguayos, entrerrianos, paraguayos, santafesinos, daba igual, todos eran redonditos y de ricota.
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