Nacido en la Alemania Oriental, Robert Enke a los 15 años ya era arquero de la selección alemana de fútbol Sub-16. Su simpleza, su buena ubicación y por sobre todas sus destrezas, la seguridad que tenía lo convertían en ese arquero que muchos equipos podrían querer. Todas éstas características también llevaron a que a sus 17 años sea el el portero titular del Zeiss Jena, un equipo de la segunda división alemana, pero un error, una pelota mal embolsada que desembocó en gol del rival fue el despertador de una depresión con la cual convivió el resto de su vida. Es más, luego de esa falla, estuvo encerrado durante una semana en su casa. Una actitud que descolocó a su entorno.
Ya por 1996, su pase al Borussia Mönchengladbach no sólo significó el crecimiento en su carrera, sino también el de su depresión. El temor a equivocarse estaba latente y así no podía jugar. A pesar de sus idas y vueltas dentro de su mente, sus atajadas no cesaban y su pase al Benfica en 1999 significó una mejoría de su salud. Y fue inevitable, como si esa segunda sombra ya no lo estuviese persiguiendo decidió viajar en 2002 a Barcelona, una ciudad a la cual él, según sus amigos, consideraba como su lugar en el mundo. Aunque otra vez, como si no se pudiese despegar de él, su falta de confianza y la visión pesimista de los acontecimientos volvieron a resurgir en los pensamientos de Enke. Un mal partido frente al Madrigal –equipo de la 2º división española- por la primera ronda de la Copa del Rey a partido único y que finalizó 3-1 en derrota para el Barça, fue el estigma marcado en sus guantes, que inevitablemente le dejaron cicatrices de por vida. Cicatrices que no pudo cerrar en su devastador paso por el Fenerbahçe turco durante 2003. Una temporada que contó con más temores y equivocaciones que certezas.
Sin embargo continuó. El apoyo de su esposa Teresa era incondicional y el Tenerife decidió contratarlo. Fue ahí que, como el Fénix, Enke resurgió de sus cenizas y pareció volver a ser ese arquerito alemán de 15 años tan vivaz capaz de frenar cualquier zapatazo de cualquier jugador rival. Fue entonces el mejor momento para volver a su Alemania,y así situarse debajo de los tres palos del Hannover 96, equipo donde por fin se convirtió en la figura que algún día había prometido ser. De aquella sombra que lo agobiaba ya no parecía haber rastros, pero fue ese 17 de septiembre del 2006, día en el que su hija Lara, de 2 años falleció a causa de una malformación congénita en su corazón; en el que esa indeseada compañía pareció reaparecer.
Algunos amigos podrían llegar a afirmar que lo pudo superar. Es más, su buen rendimiento en el campo de juego más sus continuas citaciones a la selección alemana, en la que consiguió ser titular indiscutido y la adopción de Leila en mayo de 2009, parecían darles la razón.
“Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento.” Así describe el escritor uruguayo Eduardo Galeano al arquero en el libro “El fútbol a sol y sombra”, y así también describe a Robert Enke, quien decidió no esperar su fusilamiento y en compañía de esa sombra prefirió quitarse la vida arrojándose a las vías del tren el 10 de noviembre de 2009.
Galeano añade:“Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.”. Con su muerte, Enke convirtió sus hazañas en actos memorables y la desgracia eterna la transformó en pequeñas glorias. Lamentablemente no pudo vencer a esa maldita depresión, que lo persiguió hasta el fin de sus días.
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