Fue inteligente, astuto y sagaz para llegar a su máximo anhelo, ese que lo mantenía vivo: el gol. De buena pegada desde largar distancia y con oficio para recibir de espaldas y fabricar faltas en las antesalas del área rival. Vivo y mañoso para moverse en la periferia del punto penal, tenía todos los vicios legales de un número nueve de su época. Costumbres que la mayoría en la actualidad las perdieron. Alberto Federico Acosta fue un atacante espléndido porque, además de todas sus características de un delantero de “raza”, podía retroceder unos metros y asociarse con sus compañeros, rotaba permanentemente de posición cuando atacaba. Todas esas virtudes hacían que cualquier futbolista quiera compartir dupla de ataque con él. Un nueve del sueño.
No es casualidad que haya convertido 300 goles en su carrera, que haya ganado ocho títulos y sea ídolo de uno de los clubes más grandes de la Argentina: San Lorenzo de Almagro. Tampoco fue azar la convocatoria a la Selección y haber logrado la Copa América de 1993, en Ecuador. Jugador para partidos importantes: no le pesaba la camiseta, el contexto ni la situación. Futbolista de goles sustanciales y exquisitos. Gritó en todos los lugares donde jugó, dejando su impronta en la piel de cada club y cada hincha. Logró que todos sus colegas de ataque disfruten de estar al lado suyo y sacó la mejor parte futbolística de cada uno.
Beto no fue un ariete del montón. Fue un elegido, por eso consiguió tanto y persiste en el recuerdo de la mayoría. Nació el 23 de agosto de 1966 en Arocena, Santa Fe. Tiene 47 años, está casado con Rosana y es padre de tres hijos (Mickael, María Sol y Milagros). Actualmente vive en Pilar y trabaja como periodista deportivo en Fox Sports Radio, que se emite en simultáneo entre Fox Sports y Radio del Plata (AM 1030). Es el quinto máximo artillero de la historia de San Lorenzo de Almagro, donde gritó 123 veces en 276 partidos y ganó la Copa Mercosur 2001 y Sudamericana 2002. Un gladiador en el área rival.
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