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Nota del lector: Un hincha buscando responsabilidades

Con toda la crisis que se cernió sobre River, a Rock 'N Ball le llegó el descargo, desahogo, catársis y reflexión de uno de los millones de hinchas que River tiene en todo el mundo. Nos gustó mucho, nos pareció atinado y, nosotros, como él, queremos llamar a la reflexión. Vale la pena leerla.

El descenso de River al infierno fue seguido por la degeneración del dolor en violencia. En la medida en que el optimismo que invadió a la gente de River en el minúto 5 fue degenerando en temor y frustración tras el gol de Ferré, los presagios acerca de las posibles consecuencias de la decisión del gobierno de permitir a la centenaria institución de Núñez jugar con público y en su estadio abandonaron el terreno de las conjeturas para materializarse en una lamentable realidad.

River perdió, como era posible, y a violencia siguió, como era evidente. El jefe de gabinete asegura que no había razones para pensar que las garantías para el partido no estaban dadas. Cómo explicar entonces, el número de efectivos asignados al partido (2200 en total) que superaba ampliamente el de la media habitual para estas ocasiones; en dónde caben la invasión del campo en Córdoba, la batalla de los quinchos, las amenazas de la hinchada en los cánticos tras la derrota en Barrio Alberdi y el asesinato de Gonzalo Acro. La lista podría seguir indefinidamente. Sin embargo, quedarnos en esta anecdótica y arbitraria decisión sería no lograr comprender el problema del futbol argentino, hoy epitonomizado por River Plate.

 

Un hincha de River, desolado, en Mar Del Plata (Diario El Atlántico)

El problema es que desde el propio estado se legitima la violencia, con la pasmosa complicidad de los clubes, que incorporan a los delincuentes deisfrazdos de hinchas a sus instituciones. Cuando no niegan su presencia, se limitan a decir que si bien condenables,  son un “mal necesario”. Pero, qué tiene este mal de necesario? La continuidad de la violencia en el futbol responde a una decisión deliberada. Cualquiera que frecuente las tribunas sabe que el menor de los problemas para terminar de una vez por todas con la violencia en el futbol es el del reconocimiento de sus perpetradores. Preguntenle a cualquiera de los 50.000 hinchas que domingo a domingo fue testigos de ese camino al abismo que empezó a transitarse hace años. Cualquiera de ellos podrá identificar a los “violentos”.

 

Es acaso tan inútil la Policía Federal como para no poder realizar, con todo el respaldo que el aparato del estado les brinda, la misma tarea? Acaso el club no se da cuenta de quiénes son aquellos que manejan la tribuna, el estacionamiento en espectáculos deportivos y musicales, el bar, el gimnasio? En esta larga cadena de complicidades y silencios se develan las explicaciones del fracaso deportivo e institucional de River: un gobierno semi feudal por parte de una dirigencia incompetente, la ausencia de un plan de largo plazo tanto en lo deportivo como en lo institucional, la sobreponderación de jugadores ajenos al riñón del Club y que, incapaces de llorar, fingen dolor para cumplir con el mandato de “sentir la camiseta”, violentos -disrazados de hinchas- amparados por la justicia y el club al que destruyen diciendo amar.

Se habla de sanciones al club, a la institución, clausura de Estadios. Somos acaso tan ingenuos como para pensar que esto solucionará algo? La institución no es responsable de lo que una banda de delincuentes –algunos de traje; otros de joggin- hace en su nombre.

Porque la institución es mucho más que su dirigencia y su barra. La institución de verdad son los hinchas que consumidos por el dolor alzaban sus vistas al cielo buscando allí una explicación que todos –incluso la policía y la dirigencia de River- sabían era muy terrenal. Castigan a una parcialidad -que condena y sufre esa violencia y que de verdad va a la cancha a alentar- por lo que hace un grupo de criminales conocidos por todos. Podrán clausurar el estadio y sancionar al club, pero el problema radica en la oscura red de alianzas que empiezan en River, pero atraviesan –salvo honrosas excepciones- horizontalmente a todo el futbol argentino.

Auditorías externas obligatorias, publicación de los balances y puesta a disposición de los mismos a todo el público, transparencia de los procesos electorales, transparencia del proceso de toma de decisiones, mayor involucramiento de los socios en las decisiones estructurales del club: estos son los remedios para una enfermedad que corre el riesgo de seguir expandiéndose por el cuerpo del universo futbol comiéndose todo a su paso hasta tornar irreconocible el deporte más hermoso del mundo.

Los hinchas de River quieren lo mismo que la justicia: CASTIGO A LOS CULPABLES. Castigo a los verdaderos culpables de la violencia. Castigo a los barras que empañan con su irracionalidad al futbol argentino. Castigo a los dirigentes –de los clubes y de la AFA- que a expensas de la institución agigantan su patrimonio y legan a los socios las consecuencias de las nefastas decisiones arbitrariamente tomadas. El desfío de River hoy es el que va a plantearse a todos los clubes en un futuro más o menos próximo. La necesidad de replantearse como un club para sus socios –entendidos en sentido amplio, porque no hay que olvidar que River es el club que más prestaciones ofrece en la Argentina- o la de seguir andando la vía que lo dejó en esta negra parada.

El pasado de River es incuestionable; su presente, lamentable; su futuro, incierto. Entre tanto, de entre los escombros del desastre las figuras pasadas se solidarizan con el club y se comprometen a ayudar. En Núñez todo es dolor; llanto; vergüenza.  River se encuentra en una encrucijada. El Nacional B le planteará la realidad de un tipo de competencia para el que nunca se preparó. Las apelaciones a la grandeza pasada del club no colaboran en lo más mínimo a sobrellevar este escollo. Passarella parece impermeable a los deseos de los verdaderos dueños del club: los hinchas.

Porque a ellos pertenece el club. No a su presidente. Quizás si como hinchas hubiesemos exigido esto desde hace diez años a esta parte hoy no estaríamos donde estamos. Nos creimos intocables y por eso dimos por seguro nuestro futuro. Después de todo: somos River.

Nuestra presindencia permitió el triunfo de Aguilar. Nuestra ceguera, el de Passarella. Hoy estamos en la B y nuestro club esta en manos de una dirigencia ensoberbecida que prefiere cerrarse sobre sí misma y morir en su ley que concederle un lugar a quienes realmente buscan lo mejor para el club. “Voy a resistir. De acá me sacan con los pies para adelante”. No te das cuenta Passarella que los que quieren matarte son los que Aguilar y vos dejaron adueñarse del club? El hincha de River no quiere más violencia. El hincha de River quiere que te vayas. Quiere que renuncies y que tu lugar lo ocupe alguien que quiera el club. El hincha de River quiere tu renuncia y la de toda la comisión obsecuente e incapaz que supieste legarnos. Si no amas al club lo suficiente como para renunciar, te vas a ir en las próximas elecciones. Hoy por hoy ostentas el dudoso títulos de ser el único presidente que llevó a River al descenso y la “joda” que dijiste que ibas a terminar se convirtió en un puñal que nos clavaste en la espalda a todos. Ni siquiera pudiste dar la cara después de consumada la derrota. Los barras que destruyeron el club de nuestros amores y la gente como vos que por la que nos dejamos traicionar no tiene más cabida acá.

Un hincha de River