Marcela y Luis alquilaron el patio de su casa como estacionamiento. Su hogar se encontraba en la calle Canepa, enfrente de las Bodegas Pángaro y a 10 cuadras del Autódromo de San Martín. La zona esta convulsionada, los vecinos le tenían miedo a la masa Ricotera, temor argumentado en el pasado accidentado. ¡Vecina! ¿Como dice que le va? – le preguntó Luis a María, con $300 frescos en su mano productos de 3 autos nuevos interesados en dejar sus vehículos allí. Sin ánimos de responder, siguió avanzando en el patio de su casa, abrió la reja y salió. Avanzó unos metros y tomó lugar en el cantero que dividía la calle de tierra y la vereda.
Mientras Luis seguía con una sonrisa en su cara, María, apretó su labio inferior con sus dientes y lanzó : “No puedo creer lo que esta pasando. Faloperos de mierda. ¿Por qué no se van bien a la concha de su madre”. Se quedó unos segundos más allí. Mirando hacia un costado, y al otro. Luego, movilizó sus piernas grandes y, con el seño fruncido, regresó a su casa, deslizando alguna mirada más hacia la avenida que cada vez se encontraba más colapsada por la gente, autos y micros. Marcela sonreía al observar la situación, y sin la felicidad currera de su marido, ni la amargura de María, explicó que aquella era la postal que se vivía en la ciudad. “Esto es un cuco , hace meses que estamos así. Algunos aprovechamos y le sacamos el jugo a esto, viste… otros, mayoritariamente gente mayor, se ponen mal al observar su ciudad de este modo, con tanta gente y ahora… al observar tanto alcohol en las calles, el susto se potencia” , analizaba María, deslizando como se vivió en la ciudad los meses previos a la llegada de los 120.000 Ricoteros.
San Martín le daba la bienvenida a todo el país. Las banderas representativas de Tierra Del Fuego, Salta, Catamarca, Misiones, entre otras, daban muestra del movimiento que se gestaba, apenas pasado el mediodía. Con el correr de las horas, banderas rojas, banderas negras, y de todos los colores, con sus respectivos dueños se fueron sumando a la avenida y a la plaza lindera del autódromo. Se mezclaban las canciones, producto de los parlantes que se ubicaban en las combis y en los micros. La plaza, el escabio, el fasito, los fogones acompañados de guitarras y los pogos previos fueron la tradicional postal Ricotera de la tarde, esta vez, con las montañas mendocinas de fondo. El reloj marcaba las siete. La multitud que iba abandonando las calles para copar el autódromo, era cada vez mayor.
Solo el calor humano servía como barrera al tedioso temporal. Ya no estaba el fogón, ni las botellas de vino que, en su mayoría, eran retenidas por las fuerzas de seguridad. Esas horas fueron fatales, con lo que respecta al frío, acompañado por el aguanieve. La multitud, dispersa por todos los sectores del lugar, aún no serviría como masa homogénea capaz de soportar las condiciones climáticas presentadas.
El reloj marcaba las 21.00 y cada vez eran más amplios los grupos que se acercaban al sector del escenario. Otros, preferían refugiarse en los andamios que sostenían las pantallas, varias de ellas, lejanas a donde tocaría minutos más tarde el ex líder de Los Redondos. En tan sólo 30 minutos, se sumó una oleada de personas que aguardaron hasta los últimos momentos para ingresar. El reloj y la hora señalada en la entrada, coincidían, lo que derivó en un estado de ansiedad y cánticos por parte de diversos sectores. El Indio no se hizo desear; 20 minutos más tarde ya se encontraba a la vista de todos, cortando una abstinencia de dos años sin poder presenciar su música en vivo y en directo.
Luzbelito y las sirenas fue el tema elegido para dar comienzo al show. Luego, el repertorio continuó con varios de los clásicos de Patricio Rey, como La Hija del Fletero, Gualicho, Yo Canibal, La Murga de la Virgencita, Un Ángel Para tu Soledad, Mariposa Pontiac, Juguetes Perdidos y Ji Ji Ji, entre otros. Este listado lo complementó con algunas de sus producciones como solista, como Ceremonia Durante la Tormenta, El Tesoro De Los Inocentes, Vino Mariani y Flight 956.
La diversidad de ritmos en el orden establecido en el listado y las interacciones que Solari estableció con su público – previo a Pabellón Séptimo, recomendó un libro que narra la historia de aquella canción – le brindaron al show una óptima dinámica que dejó satisfechos a los concurrentes. Esa banda inconsolable de perros sin folleto que fueron hasta Méndoza para escuchar un Rocanrol del país, desconcentraron la zona con una sonrisa dibujada en sus rostros, sin mayores inconvenientes y, a la espera por la confirmación de una nueva misa Ricotera, a fin de año.
Comentarios