Pasado el mediodía del sábado se supo: la cantante británica Amy Winehouse había fallecido. Costaba creérsela, pues rumores sobre su defunción habían saltado en reiteradas oportunidades a la palestra del conocido título sensacionalista de los zócalos televisivos y titulares gráficos. Luego, la desmentida. De hecho, hace un tiempo, se había creado una página algo macabra: When will Amy Winehouse Die? (¿cuándo morirá Amy Whitehouse?) en donde se jugaban apuestas sobre el día de su deceso. Pero esta vez la certeza del hecho fue afirmada a través de un portavoz de la policía metropolitana.
Amy fue hallada sin vida en un piso de Camdem, ciudad de Londres. El servicio de ambulancias recibió una llamada a las 15.54 (hora británica) pero no se pudo hacer nada por la cantante. La sombra de la sobredosis pulula en el primer lugar sobre la causa horrible. Todos lo sabían y de hecho, las consecuencias de su excesiva adicción a las drogas y el alcohol repercutía de inmediato en los amarillos medios a través del jugoso escándalo que paga tan bien en la tapa de los diarios y revistas.
Lo cierto, más allá de rumores, y según la BBC, se conocerá el martes, luego someter el cuerpo de la cantante a la correspondiente autopsia. Versiones marcan la ingesta de alcohol y éxtasis más una marcada depresión a raíz de la separación de su novio, el director de cine Reg Traviss. Ruptura producida, justamente, por el abuso de drogas por parte de Amy.
Su último concierto fue dado en la ciudad Belgrado. Fue un desastre, en donde el abucheo generalizado a la artista fue la marchita frutilla de una torta derretida a través de una Amy completamente dada vuelta. Hasta que, perdido el conocimiento, terminó desmayada.
El concierto suspendido se extendió a toda su gira. La oficina productora anunció que no habría nuevas funciones hasta que Winehouse pudiera recuperarse: otra vez el ciclo de rehabilitaciones, caídas, intentos de volver a la normalidad. Pero no pudo ser.
Triste moraleja, repetida hasta el hartazgo: un simple humano no puede convertirse en producto mercantil. La industria pop es una máquina que no descansa. Si les salvas las inversiones no pararán. Eso pasó con Amy, una chica con problemas y que por su talento como cantante –que se traducía a billetes- no pudo detenerse un segundo a mirarse a ella misma. La maquinaria le escupió sus huesos secos, mientras ahora, mira hacia los costados en busca de reemplazante, a la vez que los especialistas en marketing diseñan como será el mito “club de los 27” Amy Winehouse.
Pero un segundo. Hay otra cosa. Lo importante: Amy Winehouse fue y es una excelente artista. Si, una muy buena vocalista en realidad. Amy se erigía como la continuadora de vocalistas como Billie Holiday, Dusty Springfield, Nina Simone o Etta James. Algunas de ellas tuvieron hábitos tan peligrosos como los de Winehouse pero vivieron muchos años. Ella no, solo 27 años y solo dos discos:
– Frank, 2003. El título de su primer álbum era un homenaje al enorme Frank Sinatra. El disco obtuvo un éxito notable en Reino Unido: fue platino y recibió varias nominaciones a los premios británicos Mercury . Destaca el single Stronger than me.
– Back to black, 2006. Supuso la consagración internacional de la artista. El disco, producido por Mark Ronson, se convirtió en triple de platino a las pocas semanas de su aparición. Winehouse compuso los diez temas del álbum. En la edición de los Grammy, ganó cinco premios de las seis candidaturas a las que optaba
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