El 2-2 en París dejó la serie abierta. Esos dos goles de visitante del Barcelona perdieron peso con las noticias que se confirmaron una hora después: Javier Mascherano, descartado para la vuelta; Lionel Messi, con un pie y medio afuera. Messi. De esa ausencia se sostenía la ilusión parisina.
En los 61 minutos y 28 segundos que duró la buena salud del Paris Saint Germain en Camp Nou, le generó más situaciones al Barcelona que ningún otro equipo. Muchas de riesgo en la que respondió Valdés. La llamativa falta de precisión en la zona media, con Busquets y Xavi a la cabeza, facilitó el contragolpe rápido del PSG.
Las apuestas por la velocidad de Lucas Moura en la derecha, por el ingenio de Pastore en la izquierda y por el desdoble del talentoso de Verratti en el centro, dieron rédito. Ibrahimovic retrocedía unos metros para oficiar de lanzador en cada contra. Sumado a Lavezzi, de intrascendente partido, y las apariciones esporádicas de los laterales. El PSG le llegaba con 4, 5 y hasta 6 jugadores por ataque a un Barcelona que no se acoplaba a tiempo.
El Barça tenía los espacios, pero no sabía aprovecharlos. El PSG no salió a jugar de contragolpe; fue una circunstancia del partido. Jamás se replegó. Intentó presionar y muchas veces falló. Dani Álves apareció en libertad una decena de veces porque Pastore no siente el retroceso, pero le faltaba su socio para el 2-1. Le faltaba Messi. Por eso tanto él como, en menor medida Jordi Alba, abusaron del centro. Un regalo para los portentosos Alex y Thiago Silva.
Iniesta era el encargado de subir la pelota. Sin mucha oposición trasladaba, pero no encontraba el pase y chocaba contra la última línea parisina. Fábregas, con la intermitencia de siempre; Villa, estático en el centro y Pedro estancado en la izquierda, signaban a un Barça impotente. Todo a un mismo ritmo. Lento. Monótono. Faltaba aceleración. Faltaba Messi.
Messi que devoraba sus uñas, que movía sus piernas con impaciencia, que no se libraba de esa ansiedad amateur por reencontrarse con la pelota, miraba el gol de Pastore que los dejaba afuera de la Champions desde el banco.
Minuto 61, 28 segundos. El virus Messi puso un pie en el campo de juego y el Camp Nou retumbó. El virus Messi no tardó en contagiar a sus compañeros. El virus Messi, además, afectó a sus rivales.
Todo eso generó el ingreso de Messi. Revolucionó el partido. Un análisis futbolero incluye los cuatro planos: táctico, técnico, físico y psicológico. No se puede excluir ninguno, pero hay veces que uno sobresale del resto. En este caso, no hay dudas que el psicológico.
Ni bien entró, el Barcelona acorraló al PSG que no tenía en sus planes defender cerca de su arquero Sirigu. Los intimidó su inmenso repertorio futbolístico. Todavía no había entrado en juego e Iniesta había maniobrado y desperdiciado dos chances claras en un par de minutos. La fe del hincha blaugrana por Messi se trasladó a sus compañeros. Los potenció uno por uno con su sola presencia.
Caminó la cancha más de lo habitual. Se lo notó disminuido físicamente. Reguló. Pero tuvo su primera aparición determinante. Encaró, gambeteó dos rivales y filtró el pase para la diagonal de Villa, quien descargó hacia atrás para el zurdazo cruzado de Pedro. El mismo Pedro, después del partido, dijo sobre Messi: “No está bien, pero entró y nos levantó el espíritu”.
A su descomunal capacidad goleadora, a su desequilibrio por gambeta, velocidad y frenos, a sus asistencias exactas en cantidad, a su inteligencia para entender el juego, y su recién depurada pegada en pelotas detenidas, le sumó un valor emocional inestimable. Es un virus que contagia a todos. Todavía podía ser más completo.
Comentarios