Tenía 12 años cuando la gente se acercaba a mirarlo en las inmediaciones del club Jorge Newbery. Desde chico, ya obnubilaba con el brillo de sus botines. Su rol convocante sería un factor progresivo a lo largo de su carrera, teniendo en cuenta que aquella no fue la primera vez que un gran número de personas se acercaban especialmente a verlo.
El Ñato – su apodo de pequeño – resumía potencia, fuerza, viveza y gol. Aquellos factores los fue adquiriendo en cada huella que marcaba en los potreros, pero también, se potenciaban ante las piedras con las que se chocaba en el camino de la vida, en base a una necesidad familiar que se acrecentaba en el desarraigo de una madre sola, a cargo de varios hijos. La diferencia marcada por parte de Ferreyra le valió para debutar a los 14 años en Newbery y, aquella temporada, la finalizó con 24 goles. Luego, probó suerte en Junín, más precisamente en Buenos Aires El Pacífico. Allí, tras consagrarse campeón con un total de 29 tantos, subió la apuesta: emprendió camino a Buenos Aires. En 1929, El Mortero de Rufino era jugador de Tigre y, en su debut, convirtió cuatro goles. Sin embargo, en los inicios, no logró mantener una regularidad, lo que derivó en un poso futbolistico y mental, en el que se encontraba dubitativo, entre retornar a su pueblo o quedarse. Finalmente, Ferreyra se quedó en Buenos Aires y logró plasmar sus aptitudes en el equipo de Zona Norte, sobre todo, en un partido frente a River, en el que su actuación se adueño de varias páginas de los diarios que recuerdan aquel match. Allí, se dio a conocer aún más, avanzando en un camino ascendente que pronto lo tendría como la máxima referencia del fútbol nacional.
En 1931 regresó a Tigre, tras el traspaso a préstamo a Huracán y Vélez. En éste último emprendió una gira por el continente, en la cual anotó 38 goles. Su retorno al club de zona norte no fue extenso, sino intenso: para no cambiar la tendencia, convirtió 19 tantos en 13 partidos. Luego, llegaría el gran salto de su carrera.
Bernabé Ferreyra era el nombre mencionado de la época. River posó los ojos en él, sin embargo, la transacción no fue sencilla. La institución de Nuñez – por aquel entonces, situada en Palermo- había erogado $ 10.000 por Carlos Peucelle, un año atrás. Tras una serie de negociaciones, se acordó el traspaso de Bernabé por la increíble suma de $35.000 , más una prima de 10.000 al jugador. Aquellas inversiones le valieron el mote de “Millonario”.
Agustín P. Justo, presidente de Argentina (1932 – 1938) This buy valtrex online system can be split up into the muscular system and the skeletal system.[19] Vesalius is buy Accutane online often referred to as theВ reliable at writing essay , le dijo:”Así que usted es Bernabé. Vine a saludarlo porque los diarios hablan más de sus goles que de mí”. Sus actuaciones deslumbraban a propios y ajenos. La masa popular se acercaba a verlo, y también las figuras más reconocidas de la época.”Así que usted es La Fiera“, le preguntó Carlos Gardel. “No maestro. La Fiera es usted cuando canta“, respondió Jun 2, 2015 – Combivent 20mcg/100mcg Online | buy Combivent online | lgcreazioni. Combivent online, combivent inhaler medicationВ Bernabé, fiel a sus rasgos humildes. La Fiera, apodo adjudicado por el periodista del diario Crítica Hugo Marini, marcó dos goles en su debut frente a Chacarita en marzo de 1932. Desde aquel hito, sembró una marca de 19 goles en 12 fechas consecutivas, racha que logró culminar el arquero de Huracán y, por tal logro, se adjudicó un premio.
Ferreyra era temible. Hasta el día de hoy, no se registra un jugador de potencia similar a la suya. Algunos de sus remates alcanzaban una velocidad de 200 km/h , lo que derivó en una importante suma de goles desde afuera del área. De hecho, la fuerza alcanzada por sus disparos la sufrió Arico Suárez, arquero de Boca, tras caer desmayado como consecuencia de un remate de Bernabé. Tras éste hecho, el delantero convirtió el gol, encumbrando el triunfo en el Superclásico. Aquel insólito hecho se repitió, ésta vez, frente a Fernando Bello, arquero de Independiente, quién tras atajar un penal sufrió la rotura de sus muñecas y, también, se desmayó. Tal descomunal impacto generaban sus remates, como también su presencia. El club rápidamente recuperaría en sus arcas el dinero invertido en el jugador. “Atajar un “chumbazo” de Bernabe con la de tiento y sin guantes era peor que pegarle al hielo con la mano…” , recordó Amadeo Carrizo.
River respiraba sus primeros aires de grandeza en la era profesional. En 1932 ganó su primer campeonato con Ferreyra como máximo anotador. Luego, se volvería a consagrar con la banda dibujada en su torso en 1936 y 1937, en una de sus últimas pinceladas.
Tenía 30 años cuando decidió ponerle fin a su carrera. En pocos años, marcó el antes y después de una época que empezaba a asimilar al fútbol como una disciplina profesional. Enriqueció a River, no sólo en sus arcas, sino en el césped, dejando una marca de 187 goles en 185 partidos jugados. Un promedio de 1.04 por encuentro. El recuerdo del primer ídolo que llevase al club de la banda roja a saborear las mieles del éxito, dulce nectar que desgustaría en gran parte de sus 112 años de historia.
Por Lucas Lischinsky (@LucasLischinsky)
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