¿Quién hubiera pensado, que aquella tarde del 10 de noviembre de 1996, ese flaquito que hacía debutar Carlos Salvador Bilardo frente a Unión, sería el máximo ídolo de Boca Juniors? Esa tarde, ese pibe llamado Juan Román Riquelme salió a la Bombonera con la 8 en la espalda, y se terminó ganando la ovación de todo los hinchas presentes en el actual patio de su casa. Sí, en su debut salió ovacionado por gran parte del estadio.
Eran los primeros minutos que le daba Bilardo en aquel Torneo Apertura, y Román se paró suelto intentando generar el juego junto a Diego Latorre. Y lo planeado funciono a la perfección. Las marcas iban dirigidas a Latorre, y Román, en soledad, pudo desplegar todo lo que sabía y terminó participando en el gol de Cáceres que terminó liquidando la historia por 2 a 0 (Guerra había abierto el marcador). Si la primera impresión es la que cuenta, desde aquí podrá explicarse el romance idílico entre Román y los simpatizantes Xeneizes.
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Desde su debut en primera división, mostró destellos de crack, de futbolista diferente, de esos que parecen surgidos de otra época. En un mundo donde reina la voracidad y la verticalidad, aparecía un jugador con la paciencia para saber encontrar siempre la mejor opción de pase, con la inteligencia de alguien que estaba por concluir su carrera. A partir de su debut, comenzaría una carrera plagada de éxitos y de talento.
El primer romántico en enamorarse del juego de Riquelme, fue José Néstor Pekerman. Se conocieron en 1997, cuando el entrenador decidió llevarlo al mundial de Malasia para formar una sociedad magnífica e imposible de olvidar junto a Pablo Aimar. Uno marcaba la pausa y el otro la explosión, en un seleccionado que brilló y que terminó obteniendo aquel certamen. Román emergía como en nuevo niño prodigio del fútbol argentino y su nivel hacía ilusionar a propios y extraños.
En 1998, apareció el entrenador más grande de su carrera. Carlos Bianchi le dio toda su confianza, lo trató como un crack, y dejó que la transformación de Román fuera poco a poco para transformarse en ídolo. Juntos, formaron parte de la época más gloriosa de Boca: Apertura 98´ y 00’, Clausura 99’, Copa Libertadores 00’ y 01’, y Copa Intercontinental 00’.
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Román fue forjando su carrera manteniendo siempre su ideología a la hora de jugar al fútbol, nunca alterando su esencia. Eso lo llevó a obtener 11 títulos en Boca, a romperla contra el Real Madrid en aquella noche de Tokio consagratoria, a jugar en el Barcelona, a llevar al humilde Villarreal a una semifinal de Champions League, a disputar el Mundial 2006 y además obtener una medalla dorada en Beijing 2008, y a superar el récord de presencias en la Bombonera que ostentaba hasta el momento Silvio Marzolini.
Juan Román Riquelme, el máximo ídolo de Boca Juniors, cumplió 17 años de aquel debut en el mismo terreno donde brilló este último fin de semana ante Tigre entregando dos asistencias de las suyas para una victoria que lo vuelve a meter en las pretensiones de un nuevo título para su vitrina.
En un fútbol repleto de volantes centrales, donde los enganches suelen ser obligados a jugar por las bandas, donde se corre más de lo que se piensa, donde la pelota vive por el aire; Riquelme sigue vigente y siempre con la misma idea, con su pegada fantástica y su mirada del juego única. Román mantiene viva la llama del 10, una llama en vías de extinción dentro de un fútbol cada vez más resultadista y defensivo. El 10 de la gente, el amado por los hinchas de Boca y que nunca hizo amistades con la barra.
En la tarde de su aniversario, Román se fue ovacionado por el mismo público que lo coreó en su presentación, hace 17 años. El destino quiso que sea en el mismo lugar donde todo comenzó. La reverencia del 10 antes de retirarse es el símbolo del amor entre ambos, 17 años de pasión… 17 años de romance.
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