Juano Falcone es baterista de La Caverna, además de ser su letrista y también es percusionista de Don Osvaldo, pero detrás de su perfil de músico se esconde uno mucho más profundo y, a esta altura, bastante conocido en el mundo del Rock. Juano es un militante y un luchador de los Derechos Humanos. Por convicción, por decisión, y por herencia, claro.
Juano es nieto de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto y es el sobrino de María Claudia Falcone, que fue una de las diez personas desaparecidas la noche del 16 de septiembre de 1976, en pleno auge de la Dictadura y con los “grupos de tarea” más activos que nunca. El tema está en que ella y los otros nueve estudiantes desaparecidos eran del secundario, ninguno superaba los 18 años, a excepción de Pablo Díaz, que era el más ‘viejo’ con 19 años.
Ninguno, ni siquiera, había empezado a vivir. Juano nos aclara que no la conoció, pero sí la reconstruyó y eso es, acaso, más definitivo. Mirá sus sensaciones, en exclusiva para Rock ‘N Ball, a 40 años de la “Noche de los Lápices”
RNB: ¿Cómo te pega que se hayan cumplido 40 años de “La noche de Los Lápices”?
Todas las cifras redondas tienen un grado extra de ferocidad cuando se trata de algo tan nefasto como el hecho que acá tratamos. El secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición de estudiantes. No cambia nada respecto del resto de los años, quizás tiene la elocuencia del número redondo, y que invita a la reflexión acerca de cuán diferente es hoy en nuestro país, ¿cuánto hemos aprendido?, ¿cuánto nos hemos sacado de encima el pasado?, en el mal sentido, en el bueno. En sí no cambia nada que sean 40 años, 39 o 31.
RNB: ¿Qué recuerdo tenés de tu tía?
De mi tía no tengo más que recordar las anécdotas que me han ido contando, porque por supuesto que no la llegué a conocer. No tengo recuerdos, más que la construcción que hemos hecho a través de los años sus sobrinos, así como el pueblo también, hemos ido juntando retazos con lo que nos han contado personas que la han conocido. Guardé para mi un montón sentimientos de admiración. Tuve la tarea nada fácil de humanizarla, a esa muchachita de 16 años que tenía sus inquietudes como todos, y que no era ni mejor ni peor que un pibe de 17 de hoy, que simplemente fue consecuente con su tiempo. Y ese es acaso el legado más grande de esos pibes, haber respondido al llamado de su tiempo. Haber respondido, lamentablemente, con su vida.
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