De la furia al amor (y al éxito). Habían pasado cinco años del lanzamiento de Ciudad de Pobres Corazones. Fito Páez había encarnado su disco más oscuro en uno de los peores momentos de su vida. Tras Ey (1988) y Tercer Mundo (1990) –con problemas económicos en el medio y el cambio de discográfica-, el rosarino publicó en 1992 el disco más vendido de la historia del rock: El Amor después del Amor.
Como bien reza su nombre, este disco fue una oda al amor. El artista vivía la plenitud de su romance con Cecilia Roth. El “pibe pobre de allá del interior” –como se identificó en “El diablo de tu corazón”- transitaba su mejor momento artístico. El álbum fue el resultado de esta historia que brilla por su variedad: pop, misticismo, toques surrealistas, cine, novelas y raíces latinoamericanas.
El éxito
Corría el año 1992. La escena del rock reunía a sus figuras emblemáticas y le abría la puerta a nuevas generaciones. Gustavo Cerati había iniciado su etapa experimental y publicó Colores Santos junto a Daniel Melero –para luego comenzar a grabar Dynamo junto a soda-; Luis Alberto Spinetta venía de presentar Peluson of Milk en 1991; Charly García había publicado Filosofía Barata y Zapatos de Goma en 1990. Ese año, Babasónicos presentaba Pasto, Bersuit Vergarabat “Y punto” y Attaque 77 “Ángeles Caídos”.
“¿Sabes qué pasa? Que cuando uno hace las cosas no sabe lo que está haciendo en algunos sentidos. Yo no sabía que se iba a transformar en el álbum que se transformó. Tuve la suerte de hacerlo, tuve la suerte de parirlo”, decía Fito Páez dos décadas después, cuando salió de gira en 2012 para recordar a El amor después del amor. Hasta ese año, aún no sonaba entre los grandes ídolos del rock nacional. Pero con este trabajo logró consagrarse entre los grandes a nivel nacional y continental.
Marcelo Fernández Bitar en su libro “50 años de rock en Argentina” menciona que se agotaron 30 mil copias en dos días y 20 mil más en una semana. También, Fito Páez había llenado 10 veces el Teatro Gran Rex y a fin de año llevaba vendidas 175 mil unidades. A mediados de 1993, el disco se convirtió en cuádruple platino. Ese año, dio 120 shows y dos estadios Vélez Sarfield (el 24 y 25 de abril) en los que participaron 85 mil personas.
El álbum se estimó en un presupuesto de 150 mil dólares. Fue producido por el chileno Carlos Nerea (quien fue técnico de sonido de Prince) y el ingeniero de sonido fue el inglés Nigel Walker (que trabajó con Pink Floyd y Paul McCartney).
Fito Páez compuso los 14 temas del álbum (“La Rueda Mágica” junto con Charly García). Los músicos principales fueron Tweety González –en programación y órgano-, Ulises Butrón –en guitarra-, Guillermo Vadalá –en bajo- y Daniel Colombres –en batería-. Lo más llamativo de este disco son sus colaboraciones. Luis Alberto Spinetta, Andrés Calamaro, Mercedes Sosa, Fabiana Cantilo y Celeste Carballo aportaron sus voces y también dejaron su huella en el disco más exitoso del rock argentino.
De golpe Fito comenzó a ganar más plata, llenar estadios y recitales multitudinarios. De ir a grabar en colectivo, pasó a recibir millones. El disco más vendido en la historia del rock argentino y el éxito del cantautor eran obra de una mujer.
La musa
El título del disco se desprende de su primera canción y hace alusión a la ruptura de su antigua relación –Fabiana Cantilo– y al inicio de su vínculo con Cecilia Roth. En sus redes, Páez les agradeció a ambas para celebrar los 28 años de álbum. Desde la primera canción, Fito Páez se manifiesta con palabras sencillas, pero directas y poéticas. Transitaba el amor juvenil, que necesita ser expresado para relucir lo que sentía y contagiarlo (“nadie puede y nadie debe vivir sin amor”).
El rosarino conoció a Cecilia Roth en 1991. Ella ya era una actriz reconocida que estaba establecida en España (se había mudado en 1976 para huir de la dictadura militar). Ese encuentro no fue el primer impacto: el músico la había visto por primera vez en 1983. Sentado en una butaca de cine, la había conocido en la película Laberinto de Pasiones, dirigida por Pedro Almodóvar.
La actriz tuvo que regresar a Buenos Aires para recuperarse de una hepatitis, con la intención de volver luego a España. Sin embargo, la vuelta no se concretó. Tras el primer encuentro con Fito, cambió su opinión y se empezó a gestar una relación que duró hasta el 2001. Cecilia no se convertiría solamente en su pareja y en la madre su primer hijo, Martín, sino que también ocupó el rol de musa inspiradora. Uno de sus temas más dulces, “Un vestido y un amor”, fue compuesto en el departamento de ella.
Carlos Polimeni acotó en su libro, “El día que Charly saltó”: “Una noche Fito volvió en mal estado, una vez más, pero esa vez Cecilia estaba con pocas pulgas y le cantó las cuarenta. O incluso las ochenta. De hecho, le pidió que se fuera a vivir a otra parte en la brevedad (…). Perdido por perdido, él rogó que lo dejase sentarse frente a un piano chico para componerle una canción. Si la canción le resultaba conmovedora tendría que perdonarlo, propuso. Tras apenas una hora, nació la famosa canción que incluye la frase “yo no buscaba a nadie y te vi”.
En cada recital, Fito Páez siempre se encarga de mencionarla a Cecilia. También, con otras composiciones. El disco entero tiene un guiño permanente a su musa inspiradora. “Conocí a una mujer maravillosa que me cambió la vida. Se llama Cecilia Roth. Como yo no hago los discos aparte de mi vida, quedó todo el colorido de esta relación en mi último LP”, narraba el rosarino cuando la placa salía a la venta.
El cine ¿y el feminismo?
En 2019, Fito Páez dio un recital gratuito en el Hipódromo de Palermo en el marco del Movistar Fri Music. Ahí toco sus más éxitos, canciones nuevas y acotó sobre la canción “Dos días en la vida”. “Puede ser que haya sido la primera canción feminista de los años noventa”, dijo entre risas.
La canción tiene un panorama intertextual, se vincula con la película “Thelma y Louise” (1991). Sus protagonistas son dos mujeres que buscan escapar de la rutina y atraviesan una serie de experiencias en la búsqueda de la liberación. El tema prosigue una línea que se venía gestando en los 70s y 80s: la convivencia de voces femeninas y masculinas –o solo femeninas- (como María Rosa Yorio en PorSuiGieco, la banda Viuda e Hijas de Roque Enroll o el grupo Las Bay Biscuits). Fito narra la historia, mientras Fabiana Cantilo y Celeste Carballo interpretan a estas dos jóvenes.
La canción no evade el escenario político y social de la Argentina en la década. “Los militares odian esas almas y yo las quiero para mí”, subraya Páez a tres años de los indultos de Carlos Menem –que fueron sancionados entre 1989 y 1990- que beneficiaron a cientos de efectivos que cometieron crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico militar.
Himnos
Más allá del legado que dejó este disco –y por eso su importancia en la historia del rock-, lo fundamental fueron las canciones. Más de la mitad del álbum sonaba –y continúa- con frecuencia en los medios de comunicación. No importa quién sea el oyente, todo argentino alguna vez cantó uno de estos temas: en un karaoke, con la radio o en una propaganda.
“Hay secretos en el fondo del mar, personas que me quiero llevar, aromas que no quiero olvidar, silencios que prefiero callar mientras vos jugás”, dice “Brillante sobre el Mic”. El himno nostálgico por excelencia. Una canción que podría ser el cierre de una película autobiográfica. Y que tiene una certeza: “El tiempo nos ayuda a olvidar”.
Con la participación de su cuñado Ariel Roth –hermano de Cecilia- en guitarra, el álbum cierra con “A rodar mi vida”. Un tema rockero y divertido que es un clásico en cualquier show en vivo de Fito: al momento del estribillo, los presentes suelen revolear sus pañuelos para acompañar. De esta forma, el disco más vendido en la historia del rock concluye así: “Si hice más liviano el peso de tu cruz, nadie tiene a nadie, yo te tengo a vos. Dentro de mi alma siento que me amas. Chau, hasta mañana”.
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