Nace la cara B y se despliega frente a nosotros lo que es el punto cúlmine de esta obra, la que logra que sea tan magistral entre sus pares. Se abre frente a nosotros Cantata de Puentes Amarillos. La canción cumbre de esta placa es el perfecto resumen de todo el disco: los sentimientos de Spinetta, las contestaciones de Artaud, los libros que influenciaron, el público… todo en un tema que, a pesar de sus 9 minutos y medio, se ha convertido en un clásico –por lo menos entre los que escuchan Spinetta.
Ahí está el Flaco, dándole solo a su guitarra acústica, acompañado únicamente por su voz. He aquí que no sólo podemos ver la talla del artista, sino la del músico: pensando que Luis Alberto no sabía leer ni “escribir” música, es magistral la sucesión de acordes que presenta el tema, que salta el “escollo” de ser tan largo –y en el prejuicio, aburrido -, y lo convierte en algo llevadero y fluido, además de musicalmente hermoso.
He aquí un rasgo de Spinetta del que no habíamos hablado antes: el Spinetta guitarrista. Veníamos viendo que el autor –valga la redundancia- había compuesto todas las melodías, pero no nos habíamos detenido en el detalle de que el citado no había estudiado música en el sentido más formal, por lo que la creación musical iba por donde su oído y experiencia musical le indicaban. Es por eso que podemos contemplar a Spinetta como un “diseñador de acordes”: no porque dichos acordes no existieran, sino porque él los iba descubriendo, ‘inventando’, digamos. De allí que podemos contemplar lo inspirador de sus guitarras, algo más seguido por lo pasional y emotivo antes que por lo técnico.
De todo eso hay en
Cantata. Una brillante secuencia de mini-motivos transfigurados entre sí, acompañada de una letra profunda. La imagen general está sacada de una de las cartas que Van Gogh le envía a Théo a propósito de unos trabajos y una posible muestra en la que le toque exhibir. Cito textual: “He encontrado una cosa curiosa, como no lo haría todos los días. Es un puente levadizo con un cochecito amarillo y un grupo de lavanderas”, dice el gran Vincent en una carta escrita entre el 10 de Marzo y el 20 de Abril de 1888.
Y no sólo eso, sino que hay referencias tanto a los cipreses (“los cipreses me preocupan siempre; quisiera hacer con ellos una cosa como telas de los girasoles”) como a los pájaros que mueren en sus jaulas en un fragmento genial que se manda el pintor: “Un pájaro enjaulado en primavera sabe poderosamente bien que hay algo para lo cual serviría, siente poderosamente bien que hay algo que hacer, pero no puede hacerlo. ¿Qué será? No lo recuerda bien, luego, tiene ideas vagas y dice: “Los demás hacen sus nidos y tienen sus pequeños y los cuidan”; y luego se golpea el cráneo contra los barrotes de la jaula. Y la jaula queda ahí y el pájaro está loco de dolor… “Ese es un holgazán”, dice otro pájaro que pasa, “ése es una especie de rentista”. Empero el prisionero vive y no muere, nada aparece por fuera de lo que le pasa por dentro; está bien de salud, está más o menos alegre bajo los rayos del sol. Pero viene la estación de las migraciones. Ataque de melancolía “Sin embargo –dicen los niños que lo cuidan en su jaula- tiene todo lo que necesita “. Pero él sigue mirando, afuera, el cielo hinchado, cargado de tormenta, y siente dentro de sí, rebelión contra la fatalidad. “Estoy enjaulado. Estoy enjaulado. Y, por lo tanto, no me falta nada. Imbéciles. ¡Ah, por piedad, la libertad! ¡Ser un pájaro como los demás pájaros!”.
Así es como, luego de un leve y ligero grito que refucila de optimismo, el Flaco nos introduce en esta hermosa canción que arranca con un “Todo camino puede andar”, algo así como una conclusión y al mismo tiempo premisa, mostrando lo que es la pluralidad de caminos que se puede tomar, y no una verdad absoluta. Seguimos con la posible descripción de lo que pudo estar inspirado en el contexto político-social: “con esta sangre alrededor/no sé qué pueda yo mirar/la sangre ríe, idiota/ como esta canción/ ¿y ante quién?/ ensucien sus manos como siempre/relojes e pudren en sus mentes/ya”, denunciando así a los viejos podridos de mente, precursores de lo conservador y obvio.
Ahora, una frase significativa: “Y en el mar/naufragó/una balsa/que nunca zarpó”. En el Diccionario del Rock Nacional, cualquier comentario que diga ‘balsa’ remite directamente a la primer canción/éxito de nuestro rock. Pero decir nunca zarpó revela una verdad pocas veces enfrentada: todo aquello que quería esa primera camada no llegó a ningún lado, o peor, ni siquiera llegó a salir. Tal vez un poco por inercia o esterilidad de sus creadores, pero seguramente también por el público que no pudo/quiso acompañar (como en ‘La sed verdadera’). ¿The dream is over? Parece que sí. Un poco a la manera de ‘Wooden ships’, de Crosby, Still & Nash (1969) y la propia respuesta del propio Neil Young en ‘Hippie dream’, la canción se encarga de hacer ver el panorama general, aunque a su vez focaliza en algunos temas.
“En un momento vas a ver/ que ya es la hora de volver/ pero trayendo a casa/ todo aquel fulgor/ ¿y para qué?/ Las almas repudian todo encierro,/ las cruces dejaron de llover” nos dice, yendo del particular al general. Sobresale aquí una frase como “Las almas repudian todo encierro,/ las cruces dejaron de llover”, que remite en parte a la necesidad natural de libertad que los seres necesitamos, expresada en el extracto del pájaro de Van Gogh. Ahora bien, si las cruces –la muerte- dejaron de llover, ¿de qué veníamos hablando? Porque prosigue: “Sube al taxi, nena,/ los hombres te miran,/ te quieren tomar”. En Argentina no tiene que ser 24 de Marzo para hablar de violencia y represión, y el Flaco lo vuelve a dejar en claro en esta advertencia, no sea cosa que a uno lo lleven al espectro de muerte: “Las flores se caen/ tenés que parar”, “Ví la sortija muriendo en el carrousel”. Es curioso que encuentre una salida en el surrealismo de ‘monos, nidos, platos de café’, a mi juicio un grito de expresiones al aire y azar –como en ‘Por’ – dejando que las ideas fluyan libremente.
‘Guarden bien tus manos/ esta libertad’, es otra de las oraciones emblemáticas de la canción, tirando la posta sobre qué es lo importante; y funciona como perfecto preludio para la inoxidable frase “Aunque me fuercen/ yo nunca voy a decir/ que todo tiempo/ por pasado fue mejor/ ¡mañana es mejor!”, costentándole a símbolos como el ‘Ayer nomás’, de Moris, hasta el ‘Yesterday’ de Los Beatles –Paul, esta vez te embromaron.
De repente, la canción entra en una locura donde Spinetta invoca el tópico literario ubi sunt (o ‘dónde están’, ‘a dónde se fueron’) cuando nombra al camino azul, a los cipreses, muñecas ensangrentadas –y dale con la sangre -, todas juntas en un mejunje difícil de explicar. Lo onírico vuelve a tomar el papel de timón de guía.
Como respuesta lírica y musical –atenti a la tensión de la guitarra – Luis sale hablando otra vez de la cura, hasta el colmo: ‘Yo te amo tanto/ que no puedo despertarme/ sin amar’. Repite, no en vano, la consigna para volver a la vocalización con la que había entrado a esa sección. Mas no se despega del tema: apostando al doble con la letra, donde se cruzan el tú, las advertencias, los puentes amarillos, el pájaro, la libertad, todo en un torbellino de locura. Ya con la guitarra eléctrica a cuestas, encuentra la salida en él mismo: ‘Hoy/ te amo ya/ y ya es mañana’. Entonces, si hoy la ama, pero hoy ya es mañana, y mañana es mejor, significa que su amor es mejor a cada día, a cada segundo, a cada instante que pasa.
Como dije, es la síntesis perfecta de todo lo que dijo antes, como una novela cuyo final concluye de la mejor manera. Será que las obras maestras no merecen otro fin que ese. Y este caso no es la excepción.
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