No conozco a Mikki Lusardi más que de su faceta pública. Pero con esto que ustedes van a leer de lo que pasó con la bengala en Niceto me pasó algo increíble.
Mikki compartió su sentir sobre el hecho en un grupo de periodistas con inquietudes culturales que compartimos. Allí dejo este texto que se reproduce a continuación.
Yo estuve en Cromañón, y tenía ganas de escribir algo sobre la puta bengala y el puto loop en el que vivimos y que – parece – nos condena a repetir la historia, como Sisífo estaba condenado a subir la piedra por la montaña.
Vuelvo a que tenía ganas de escribir. No viene al caso, pero el tiempo no me sobra. apenas llegue a garabatear un par de tuits. Pero Mikki me solucionó el problema: ella escribió lo que yo hubiese escrito.
Yo estuve en Cromañón. Ella no. Pero por el texto parece que sí y eso me hizo pensar que ahí está la principal diferencia entre los que no ven la gravedad de lo que pasó o les pasa por el costado y nosotros, a los que nos hierve la sangre, se nos pone la piel de Gallina, y nos corre un sudor frío por la espalda ante la mínima chance que Cromañón vuelva a ocurrir.
Y es que la salida es con la empatía, es con entender que Cromañón nos pasó a todos no es un slogan, si no una realidad. Con entender – y sentir – que lo que pasó no puede serte indiferente. Como le pasa a Mikki. Como escribió en este texto que transcribo a continuación.
Gracias a ella y gracias a todos los que no miran para el costado ni se pierden detrás del humo de la bengala. A modo de spoiler destaco este pasaje del texto de ella:
“Como tenemos la suerte y el privilegio de estar vivos, también tenemos la obligación del decir. Y pareciera que otra vez se trata, ni más ni menos, que de pedir memoria y exigir respeto. Dos cosas que este fin de semana, en esa bengala, desaparecieron.”
Ahora sí, el texto y el agradecimiento por permitirme usarlo. Una vez más.
Javier Hernán García – Director de RNB
Esas cuatro fueron las primeras palabras que me salió enunciar públicamente después de ver con sorpresa y espanto las imágenes: una bengala moviéndose entre la gente, en un recital, en un lugar cerrado, en Argentina, en el 2024.
Entre esas primeras sensaciones y estas líneas medió poco tiempo pero si el trabajo de intentar conocer para entonces intentar ubicar las piezas. Ahora sé que fue en Niceto, que el recital era de El Doctor, a quien hoy conozco un poco más que el viernes, que la seguridad del lugar activó un protocolo o dos. Que no hubo heridos -al menos no ahí-.
Aunque creo que, como esta subjetividad, debemos ser unos cuántos.
Me gusta tener convicciones, ideas y un pensar sobre las cosas para opinar del qué cuando, por ejemplo, los jugadores todavía no tienen nombre; no por el afán del riesgo, sino porque creo es una forma de honrar la sensatez de la comunicación, de aproximación a la verdad propia. (Cuestionar una declaración si nos parece una porquería sin conocer el interlocutor supone un riesgo, pero nos revela en nuestras ideas ahora imposibles de ser acusadas de cualquier teñido que nuble. Con unas horas de aire jugando esas reglas en cualquier canal de televisión, estoy convencida, alcanzaría para que el mundo sea un lugar mucho más lindo.)
Hasta aquí hubo tres “comunicados”: el de los fanáticos de la bengala -no tengo palabras-, el de Niceto, y el del artista; emitidos en ese orden. Ya no sentí vergüenza ajena, sentí bronca, un sentimiento que no me es ni familiar ni agradable. “Tomamos las precauciones necesarias”. Lo lamentamos mucho pero igual “era otro tipo de pirotecnia”.
¿CÓMO? ¿QUÉ?
Hace pocos días circuló un video con una escena del último Cosquín Rock. La discusión en el público era por una piba que, sobre los hombros de un compañero intentaba desplegar una bandera. Un trapo. Costumbre y ritual de larguísima data, sucede además en un momento partícular: es mientras suena Astros que Ciro suele dedicar tiempo a leer qué dicen, a nombrar localidades que flamean diciendo “acá estamos, los vinimos a ver”. Algo de la intolerancia aparece cuando se pretende forzar al otro en nombre de un respeto colectivo que esconde una paradoja bastante boluda: movete, cantaría -quizás- el Bocha. Acá siempre hay espacio y lugar para todo y para todxs. Era, se me ocurre, una elección posible.
No hace mucho tiempo -tampoco fue una sola vez- La Renga frenó un show cuando desde el escenario empezó a divisarse que alguno estaba haciendo lo mismo que este sábado que pasó. Y si salimos de lo pirotécnico, por suerte, los casos que revelan cierta conciencia y especialmente un cuidado activo por las audiencias propias son muchísimos más.
Un 30 de Diciembre del 2004 en el barrio de Once y en un recital de una banda de rock se murieron 194 pibes, pibas, niños y niñas. Personas. Hubo más de 1400 heridos, y fue solo el comienzo. Una de las noches más largas y más oscuras de nuestras vidas, y de la historia argentina. La tragedia no-natural tuvo -sigue teniendo- esquejes fatales. Y las víctimas fueron -son- muchísimas más.
Ese día, esa noche, los que seguimos vivos dejamos de ser quienes habíamos sido. Nunca volvimos a ser los mismos. Ni nosotrxs, ni la música, ni Buenos Aires, ni el circuito, ni las juventudes.
El año pasado, entre otras cosas que le atañen a la cuestión y a las cuestiones, se nombró Lugar Histórico Nacional a ese espacio que contiene “el Paseo de los Pibes de Cromañon”: una forma de reconocer la profunda carga simbólica de ese rincón guardado, ahora formalmente, para la memoria de las víctimas.
Como tenemos la suerte y el privilegio de estar vivos, también tenemos la obligación del decir. Y pareciera que otra vez se trata, ni más ni menos, que de pedir memoria y exigir respeto. Dos cosas que este fin de semana, en esa bengala, desaparecieron.
En estas semanas donde la cultura pero en particular “los artistas” y los músicos y músicas estuvieron apuntados por un seguidor, en las que otra vez tuvimos la agotadora necesidad de explicar obviedades y de aceptar debates cuando mínimamente dignos, ataca por la espalda y duele como una puñalada lo que ningún comunicado refirió: la absoluta y total falta de respeto. A las víctimas, a nuestra historia, a la historia de nuestra música y de nuestro rocanrol, y también a nuestra identidad, a esa que fue resistencia para poder volver a ser denuncia, refugio, algarabía o trinchera.
Que haya sido la seguridad del lugar, y no una banda frenando automáticamente todo y contando lo que sea que hiciese falta, es una foto que creí nunca más iba a tener que ver, lastima. El video es muy corto, y difícil encontrar y concatenar algún que otro testimonio. Se llega a ver cómo se acercan dos de los grandotes. Se encienden las luces, se corta el sonido, y parece que la banda sigue tocando hasta que la circunstancia ya no se los permite.
Falla Niceto en los controles (esos que la legislación post tragedia fueron modificados en su legislación). Fallan el o los pelotudos que piensan que es una buena idea y van, la llevan y la prenden y se olvidan. Falla el artista que no tiene capacidad ni de reacción ni de autocrítica. Falla el después: que si el humo, que si los tres tiros, que si la “previsión”. Falla el disco, falla el mensaje.
No creo que deba profundizar mucho más. Para eso están las heridas, para eso está el recuerdo al que condenan las cicatrices. En el país de las abuelas el pueblo aprende a construir sus Nunca Más. En unos meses se cumplen dos décadas de un acontecer fatídico y vuelven como una puntada las imágenes y los recuerdos que acá elegimos no publicar. Quizá El Doctor, a quien entiendo no le falta barro en los pies ni experiencia podría empezar a verlas antes de salir a pedirle a sus fanáticos que se prenda fuego todo en su fiesta. Quizá habría que dignificar un poco más el presente con una dosis de historia.
O quizá sólo se trate de decirlo fácil…
Así que si: váyanse a la mierda.
Mikki Lussardi
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