El martes se vivió un día histórico en la Argentina con una de las movilizaciones más masivas en los 200 años de vida de esta república. Más de un millón de personas en todo el país salieron a las calles en defensa de las universidades públicas. Con los libros en alto, el corazón en la mano y las ideologías de lado, el pueblo argentino se encontró hermanado como pocas veces en una causa social.
Las calles estaban convulsionadas desde temprano en la Ciudad de Buenos Aires. Las estaciones de trenes estaban colapsadas mientras las mareas de gente avanzaban hacia los puntos de congregación. Las banderas de todos los colores se juntaban en las distintas facultades para comenzar la peregrinación al Congreso de la Nación, y luego a Plaza de Mayo. En una marcha marcada por su heterogeneidad, la ciudad se pobló de jóvenes de todos los puntos de la provincia, estudiantes, docentes, familias, jubilados, obreros y personas de traje que bajaban de sus oficinas a sumarse a la multitud. Al frente iban los centros de estudiantes y profesores de universidades públicas y privadas. Detrás marchaban codo a codo La Cámpora, la izquierda, la Franja Morada y demás organizaciones que le dan vida política a la educación pública. En la retaguardia se encontraban los gremios de la CGT y la CTA que acompañaron junto a líderes políticos y sociales de distintos partidos. Entre tanta diversidad, el sector político que se movilizó se limitó a acompañar a la masa, nadie tenía la posibilidad de apropiarse el reclamo.
Pasada la euforia, es preciso preguntar ¿Por qué pasó lo que pasó el martes? La respuesta se encuentra por decantación dentro del gen argentino. No existe persona en nuestra bendita tierra que no entienda a la educación como un derecho, como la herramienta fundamental del progreso y el desarrollo social. Y la universidad en particular (pública, gratuita y de excelencia) es motivo de orgullo para este pueblo. Porque formó a cinco Premios Nobel, porque es de las mejores del mundo, porque iguala oportunidades, porque es definición de igualdad social y porque es de todos los argentinos.
Pero la movilización no fue solo un reclamo, sino que también fue un agradecimiento a la universidad pública. “La conquista más grande fue que la universidad se llenó de hijos de obreros”, dijo alguna vez Juan Domingo Perón, quien quitó los aranceles universitarios en 1949. “Mi hijo el dotor”, en esas cuatro palabras está la esencia de la marcha del martes. Familias que recordaban entre lágrimas como el hijo, el nieto, se convertía en primera generación con título universitario. Ayer se marchó para dar gracias a las universidades públicas por permitir que las familias puedan hacer que sus hijos sean profesionales, por abrir las puertas para ser una segunda casa para la sociedad y mostrarles un mundo lleno de posibilidades a sectores que no se creían capaces de llegar.
La marcha terminó como empezó, en paz y con una masividad que fue una caricia al alma del país. La emoción de haber participado de algo que nos excede como individuos, que nos atraviesa como sociedad más allá de las diferencias ideológicas, llenaron de alegría el corazón de cada uno de los que participaron, ya sea en la calle o a la distancia. Un pueblo que se infló el pecho de orgullo por sus universidades públicas, gratuitas y de excelencia. Un pueblo que entiende que sin educación y sin ciencia no hay futuro.
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