Son algo más de las 2 AM del 1.423 de marzo de 2020 en la República Argentina. Estamos atravesando las primeras horas de la nueva/vieja cuarentena, con las nuevas restricciones, con la cepa Manaos dando vueltas y el miedo y la angustia a flor de piel. En la pantalla de miles de hogares (más de 90 mil, según la cuenta de YouTube), aparece él, de traje, de icónicos lentes negros y de movimientos calcados y, en medio de un tema nuevo, que se llama “Encuentro con un ángel amateur” y canta. Canta con una paz y bajo una melodía bellísima “yo ya no puedo cumplir, hazañas que prometí, sólo marchar cantando”. Y la piel, instantáneamente se pone de gallina. ¿Es la despedida de Carlos Alberto Solari? Es mucho más que eso, es un regalo del Míster. Otra frase que reclamará para sí soberanía en las paredes, en las banderas, en las remeras y en la piel. ¿Cuántas veces sentimos que sólo queda marchar cantando? Pffff, miles.
Esa sensibilidad, meridiana con una genialidad casi única en su especie, es lo que termina de configurar el momento de un show que será el acontecimiento musical de 2021, de 2022, 2023 y de lo que venga después.
La puesta sobre la derruida Epecuén, a cargo de Cráneo Films y con la producción de “Rock & Reggae”, termina trazando un paralelismo que habla a la vez de este show, que repasa las canciones y el legado de un artista que ya no puede estar ahí, con el de un pueblo que sólo sucumbió ante la fuerza de la naturaleza, que dejó estas ruinas como testimonio de lo que alguna vez fue. Como quedarán las canciones del artista, cuando él ya no esté. Con fuerza, sonando, recordando lo que alguna vez fue. Como las ruinas de Epecuén.
Sobre las ruinas y la destrucción casi total, los Fundamentalistas empezaron a edificar su propia leyenda. Una banda que no es el puré de la milanesa, no. Se trata de la Selección Argentina del rock. Y además, no es la banda de, es la banda con. Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado han ganado un nombre propio, tan fuerte y tan merecido que no hace falta que este Solari de cuerpo presente para convocar a las masas. Claro, es la lírica del míster, pero el soporte musical, la dirección artística, es toda de estos muchachos. Muchaches, perdón. Algunos con pasado de gloria en bandas enormes, otros ilustres desconocidos para el común de la gente hasta que los convocó Solari. Hoy, todos músicos tope de gama que, encima, cantan todos (o casi todos), cosa que ninguno tenga que cargar con el peso de reemplazar a y, entre todos, armen un popurrí de voces, de tonos, de estilos que termine por deformar la búsqueda del reemplazo y permita disfrutar todas las canciones por igual.
La idea del show en Epecuén recuerda a aquel show de Pink Floyd en las ruinas de Pompeya, una ciudad arrasada por la fuerza de la naturaleza. En aquel caso, las cenizas de un volcán. Acá, en Epecuén, el mismo efecto tuvo el agua, que sepultó la villa turística hacía 1985. Claro, como diría el Indio, Roger Waters hacete de abajo. En este show, el componente principal, es la ausencia: el Indio no estuvo, pero a la vez estuvo en cada rincón del lugar, que fue arrasado por la fuerza de la naturaleza y dejó tras de sí ruinas y fuerte olor a salitre, además de regalar una escenografía única para un show inolvidable. Con una puesta que, por momentos, iluminó todo el lugar, porque la iluminación no se limitó sólo al escenario montado a escasos metros del Matadero, la conmovedora obra del arquitecto monumentalista italiano, Carlos Salamone, sino que, por momentos, iluminó todo el lugar. Y eso recién sucedió cuando la naturaleza dejó de hacer lo suyo: con el atardecer de un lado, mientras del otro la Luna empezaba a ganar el cielo. Las tomas de los drones ya pagaron la entrada, ni hablar el combo de la puesta+ la música en sí. Quedamos, todos, debiendo plata. Incluso, los que pagaron a la ticketera que quedó muy por debajo del show que anunció mostrar.
Quizás como cruel metáfora, los Fundamentalistas mostraron sobre las ruinas de Epecuén que pueden sobreponerse a la ausencia del Indio, algo con lo que lidiaron en sus últimas presentaciones. Si bien el míster apareció desde las pantallas, el hecho que la banda sostenga -y de la manera qué lo hace- un show como el que medio país vio ayer por internet habla a las claras que el Indio consiguió algo que no es fácil cuando se es tan grande: formar sucesores, dejar todo en orden para cuando llegue ese “encuentro con un ángel amateur”.
Una lista de temas sin fisuras, con varios guiños para los ricoteros de Palladium como la batería de inéditos seguidos, con un repaso sobre la atildada discografía del Indio y los Fundamentalistas y, de yapa, con dos temas con fuerte olor a despedida, a lírica póstuma, a la certeza que el Indio sabe que la cosechera ya no anda tan lejos.
La despedida, ese dolor dulce, será aún más dulce si es con producciones de este nivel, sea Epecuén, sea el Malvinas o dónde sea, la certeza que cuando el Indio ya se haya ido a cumplir su “condena” en el paraíso, quedarán sus canciones tan bien custodiadas es otro regalo del míster, otro mimo al alma, otro aliciente más para seguir “sólo” cantando, mientras afuera son casi las 3 AM y la Ciudad duerme en silencio. Ya es 1424 de marzo, o 1425, yo qué sé…
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