Son las 14.36 de la tarde, del viernes 13 de julio. Hace algo más de 24 horas que Cristian “Pity” Álvarez es noticia en todos lados, incluso, en los que nunca lo es. No es por su música, por sus bandas o por su perfil histriónico. Es porque se ha convertido en un asesino. A sangre fría. Porque aplicó la ley que impera en las calles, el que siempre supo tan bien como retratarla en forma de canción y estribillo pegadizo. La única ley que vale, porque el estado, el sistema y todos los engranajes que hacen funcionar este circo no existen, o mejor dicho, eligen no existir. Una mezcla de ausencia y negligencia que termina siendo un cóctel ideal para favorecer este tipo de hechos.
Ahí está su madre, a la que muchos hoy le conocen la cara, con cara de triste, compungida, escuchando a Verónica Lozano (un personaje alejadísimo del mundo del Doctor Álvarez) mientras confiesa que Pity (Cristian, bah), alguna vez le dijo que si él mataba a alguien se iba a matar también. Silencio. Más tristeza. Casi al mismo tiempo, el artista devenido en asesino (como se ve en todos los medios) está siendo trasladado al Pabellón psiquiátrico del Penal de Ezeiza, luego de negarse a declarar y luego de, también, confesar la autoría del crimen de Cristian Díaz, al que le pegó 4 tiros (y le erró un quinto). Su novia, de 25 años, confiesa el crimen. El Barrio Cardenal Samoré asiste, sorprendido y compungido, al hecho que a su vecino más famoso “se le fue la mano”. Hablan de “La banda del banquito” en Samoré. Hablan que Pity “no tenía problemas con nadie”. Hablan y no dejan de hablar. El abogado de Pity dice que está perdido en tiempo y espacio. Pity está perdido. Punto. Y hace rato. Cae el telón. Se consumó el último acto de la tragedia griega de la vida del ex líder de “Viejas Locas” y de “Intoxicados”, víctima de su propia realidad y culpable de su propio destino, al que moldeó con aplaudidores de turno y gente que jamás le llamó la atención alguna de las cuantiosas señales que entregó o pedidos de auxilio que cayeron en saco roto.
En el 2006, se robó un remís en Federación, Entre Ríos, para volver a Buenos Aires. A todo el mundo le pareció gracioso y bien “A lo Pity”. Para el programa “Blog” hace 8 años, en 2010 realizó una entrevista con Daniel Tognetti. En ella, comió alimentos vencidos, habló de muchas incoherencias que en aquel momento parecieron graciosas y demostró que su equilibrio mental estaba afectado. En 2014, fue detenido por “tenencia de drogas” y en 2015, por escupir llamas desde el escenario.
En 2016, quizás el hecho más grave hasta este que hoy lo hace ocupar todos los medios de comunicación del país. Fue denunciado por dos mujeres que trabajaron en la producción de uno de los shows de “Viejas Locas”; ya en su regreso. Las mujeres, en aquel entonces, aseguraron que Pity “las golpeó y las encerró bajo llave durante seis horas”. Si bien este hecho sí hizo parar las orejas a varias personas y alejarse de él y de su música, lo cierto es que nadie, parece, tomó cartas en el asunto para ayudarlo en serio a superar sus problemas de adicciones, principalmente, al paco.
Poco después de este suceso, también hubo un recital fallido en Tucumán. El Músico tardó 7 horas en llegar a Tucumán, (siete horas en que la gente lo esperaba) y todo terminó con incidentes, la gente prendiendo fuego los equipos de sonido y un Pity desubicado, que cuando salió a escena, pretendía recibir el cariño y los vítores. Fue el anteúltimo episodio de su tragedia griega. La que ahora sí parece haber llegado a su final.
¿En qué momento el tipo que supo escribir himnos de resistencia y pinturas de la dura realidad como “Homero” o “Como Ganado” se perdió? ¿En qué momento el Pity se comió a Cristian? Esto que sucedió ahora puede sorprender por lo violento o cruel, pero no por lo inesperado. Se sabía que el Dr Alvarez coqueteaba con el abismo. Vivía sobre el filo. Y nadie hizo nada por rescatarlo.
Los amigos del campeón por conveniencia, los aplaudidores seriales por ignorancia y seguramente, sus seres queridos, por incapacidad o tal vez ya estaban demasiado lejos de la posibilidad de ayudarlo. Pity necesitaba que alguien lo rescate. En serio. Necesitó un Palito “Ortega” y jamás lo tuvo. Y termino así. Como casi todos sabíamos que podía terminar. Y el muerto también podía ser él. Daba igual. Pudo serlo en varias oportunidades.
El héroe del rock barrial, el que supo tener la sensibilidad necesaria para retratar lo que pasaba en su barrio y en todas las esquinas, el que edificó su mito en base a canciones poemas convertidos en canciones, un ojo agudo como para ver lo que otros no veían y un sinfín de salidas linderas con la locura, ahora llegó al punto máximo. Mató a una persona. A sangre fría. Como se hace en el barrio, el que nunca abandonó, pese al éxito que lo acompañó una buena parte de su vida artística. Nunca se alejó de sus demonios y terminó como terminan muchos pibes y pibas en su situación, que están siempre muy cerca de la vulnerabilidad, las drogas, los transas y los hijos de puta. Esos a los que el argumento que esgrimió Pity “Lo maté porque era él o yo” no se les antoja una locura, si no la Ley que rige sus veredas, ante la ausencia estatal y de cualquier otra índole.
La épica conurbana seguirá hablando del “Pity” Álvarez como un genio. Lo fue, sin dudas. Pero hace no mucho su genio se convirtió en locura, y hace no más de 48 horas, su locura lo convirtió en un asesino, cruzando el último umbral permitido. Con el telón ya caído, y el final escrito de puño y letra de su protagonista, cabe preguntarse: ¿Qué pudimos hacer para salvar a Pity? Él poco pudo hacer para salvarse o, pero aún, quizás nunca le interesó. Pero ¿y todos nosotros? Al menos, evitar el morbo y el consumo irónico en esta, su última locura, sea una buena manera de redimirnos un poco.
Comentarios