También en septiembre, pero de hace quince años atrás, un grupo de músicos y músicas ensayaba obsesivamente en una disco alquilada en el oeste del conurbano bonaerense el show de regreso del Indio Solari a los escenarios. El horizonte que daba pulso a la entrega de los talentos individuales a merced de la decisión creativa de su líder era el Estadio Único de La Plata. Un regreso doble, los días 12 y 13 de noviembre. Solari juntaba talentos, cuando el Estadio le pediría a gritos que se vuelva a juntar con los que ya no estaban. ¿Puede, quince años después, aquel grupo de sesionistas consolidarse como una banda de rockanrol? Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado parecen sonar como un sí.
Temprano a la mañana de este sábado Ezequiel, el más optimista de los nuestros, mandó al grupo de Whatsapp la imagen de una confirmación de compra de Ticketek. “Sacamos por las dudas” decía el epígrafe, refiriéndose a la decisión consensuada con la Lula, su compañera y otra de las nuestras. Siguieron en el chat las frases de los golpeados por la figura del ídolo en holograma, los que se resisten a su corporalidad ausente, los que no se resignan. En las redes el evento cobraba volumen. Se encendían las frases en vivo en la mensajería del canal de YouTube, donde una secuencia de fotos simulaba una previa mediatizada. Anhelos, ansiedades, trapicheo de links para sortear los muros de los molinetes digitales de la ticketeadora.
Fue imposible no sonreír, no recorrer el antes lleno de cuerpos y olores, y sonidos, y miradas: las previas con buen comer y abundante beber en el desparramo de algún patio amplio de la casa de turno, en el lugar donde la fecha había marcado destino. En el momento en el que estaríamos levantando los trapos, organizando la peregrinación para arrancar encolumnados al show, la trasmisión compartió el documental “Con los puños en alto” para reconstruir algo de esa mutación de los solos al todo que son hoy los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Me pregunté entre resistencias y nostalgias si acaso no necesitamos siempre, en la versión que sea posible, un poco de ese rockanrol. Entrada la tarde, recibí por mail una entrada que nadie iba a cortar, otra vez.
La ductilidad como bandera
Los testimonios íntimos del mano a mano que se reconstruye en “Con los puños en alto” parecen ser la antesala, el ritual de vestuarios de quienes salen un rato más tarde a la cancha. Gaspar Banegas resopla timidez y honestidad en el repaso de su llegada a los Fundamentalistas de la mano de Baltazar, tan jóvenes como prometedores, cuando descubrieron que el Indio maquetaba los sonidos que ellos andaban buscando. Como si faltara un nombre para completar la triada, para compartir la magia de los reyes que los nombran, Pablo Sabarglia cuenta lo que sintió al escuchar el Tesoro allá en Madrid. Su profunda sensación de pertenencia que confirmó cuando en Pabellón el Indio dice agónico: “Y nunca ya voy a olvidarte Pablo, nunca”. Deborah nombra lo que no está permitido olvidar, cuando recuerda que Poly convocó a las Blancanblues para unos coros de los Redondos y después habla del amor que se consolidó y se nota nomás ver la primera vez que cantó el Blues de la Libertad escoltada por la figura complaciente y orgullosa de Solari. Luciana brilla en lo que cuenta, como brillará más tarde tomando la posta más allá de Honolulú.
Cómo para confirmar quién estaba del otro lado, la banda arrancó con Tomasito,¿podés verme? Tomasito, ¿podés oirme? Con un sonido contundente, un escenario fiel a la formación que son y una puesta que convidó virtualidad en pantallas repartidas por todo el escenario empezaron a soplar brasas en los corazones. Una lista con guiños a la que sonó en el último campo repleto del Estadio Malvinas, aquel toque solidario para otro fundamental, Martín Carrizo.
Algo de aquella noche memorable sobrevoló los roles que se calzaron esta vez. Gaspar se puso de nuevo la diez cuando, además de confirmarse como un violero excepcional, canta. Y lo hace bien, porque se sacude la timidez para decir sin gesticular lo que tiene que contar. Se anima también Baltazar, el porno guitar, cuando le suma su parco histrionismo a las letras que le sientan bien. Y la sensibilidad de Pablo Sabaraglia, otra vez. Canta y toca perteneciendo, y trasciende cualquier pantalla cuando mira a cámara sabiendo que lo sentimos. Para celebrar también a Luciana y Deborah, que salen desde el fondo coral para pasar el frente poniendo voz a los clásicos. Audacia y miel para toparse temas que les sientan bien.
Dios es digital
El Ruiseñor vino estos años como el suspiro de un repaso nostálgico, cargado de algunas flechas que todavía cruzan el sueño. El Indio cantando fue una bocanada de futuro en una noche de viajes memoriosos. Cuando parecía que sonaban truenos sin luz, fragmentado en pantallas que lo trajeron distante, lindo e infinito Solari vino a decirnos que “la muerte, esa tonta” lo vino a buscar ayer y que vio a los fantasmas de juventud que llegaban para despedirse de él, pero por si dudáramos sentenció “volveré a dar batalla, si la adversidad triunfa, dolerá porque fui feliz”.
Aunque el montaje final sea muy curioso y mirando las pantallas tengamos la sensación de querer estar a gusto ahí afuera (Aleluya!), la peste y la enfermedad comandan nuestras naves y enturbian nuestras nubes hoy. Si Solari ha logrado atravesar el titánico devenir del tiempo para marcar para siempre nuestros modos de habitar el mundo, quizá sea iluso creer que no pueda atravesar cualquier otra dimensión. Cuando en lo que dice nos identificamos en lo que somos, todo tiene otro sentido. Como a la genialidad que caracteriza a las y los distintos, supo estar adelantado a su tiempo. Los sonidos (y las traiciones) que rompieron lo que fueron, lo hicieron ser una nueva versión suya y los Fundamentalistas le fueron aliados.
A un hombre artista que ha mutado para poder seguir diciendo y haciendo a su modo, no queda más que seguirlo, ir a donde vayan sus canciones. Pero no hacerlo como autómatas sin permitirnos la capacidad crítica que supo alimentarnos, sino reconciliándonos con los dolores que nos atraviesan al ver que se diluye todo aquello que ya no puede ser. Lo hemos seguido, porque lo necesitamos, por campos embarrados y otros polvorientos, lo vimos con frío punzante y aguanieve cayendo y si bien daríamos lo que no tenemos por volver a verlo ahí arriba brillando, mirá sino lo vamos a ver desde los satélites. En el campo, un griterío sordo diría a coro: “andate a tocar a la luna, la luna la vamo a copar”. Y otras almas más sencillas y solitarias, mientras por la penas elegimos bailar, susurraremos un gracias: por los pulsos de tus trips y por la revolución que estará siempre por hacerse, sin más armas que una canción de amor y sin más sólida memoria que la que atesoran, del modo que sean, tus canciones.
Por Marcela Garavano
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