El pasado 12 de junio, la multimillonaria escritora J.K. Rowling, conocida por ser la creadora de Harry Potter, inició una polémica. Polémica la respuesta, no su tuit, porque eso fue una demostración transodiante y avasalladora sobre un derecho humano: el derecho a la identidad y reconocimiento de que las personas trans son, justamente, personas. Por lo visto hay que aclararlo aún en el siglo XXI.
El problema no es que una mujer cis-hetero británica de clase alta con 54 años piense lo que la mayoría de las mujeres de ese sector piensen, sino que es una autora que ha marcado la vida de millones de niños, niñas y adolescentes con 500 millones de copias vendidas. Sus seguidores en Twitter rozan los 15 millones. Transmitir un mensaje de odio hacia uno de los sectores más vulnerados de la sociedad, teniendo ese alcance, es claramente negativo.
Las redes estallaron. Las menciones hacia la autora diciéndole TERF (feminista radical trans-excluyente) provenían de todos lados. Incluso se hicieron diferentes análisis de su saga y las respuestas que dio al respecto luego, como que Dumbledore era gay para decir que incluyó personajes LGBT a pesar de que jamás lo menciona en los libros. Uno de los datos más relevantes, fue sobre el personaje asiático Cho Chang, nombre que se volvió TT. La crítica clara fue ¿qué se espera de una escritora que introduce un personaje extranjero y su nombre es una estereotipación semejante?
Y los análisis están bien. Así como está bien analizar qué ha tenido de bueno la saga, como el hecho de que Hermione cree PEDDO (Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros) o que la inclusión del personaje femenino principal no sea solo por una historia de amor. Emma Watson, actriz que protagonizó a este personaje, se declaró en contra de lo que dijo Rowling. Lo mismo hizo Daniel Radcliffe, quien hace de Harry Potter, declaró “las mujeres trans son mujeres”.
La polémica se dio días más tarde, cuando resurgió el debate de separar el artista de su obra. Es innegable que la saga no solo ha marcado a varias generaciones, sino que su contenido tiene un eje claro en la amistad y defender lo que se considera justo. Algunos de sus fans decidieron que sus libros no deberían ser leídos, mientras que otro porcentaje mantiene firme la idea de que el mundo mágico escapa de los límites de su autora.
En temas legales, está en juego la profesión de J. K. Rowling como escritora. Trabajadores del Grupo Hachette Livre, donde está editando su próximo libro infantil, se han declarado en contra de sacarlo al mercado tras los dichos transfóbicos de ella. La decisión final no está tomada, pero preocupa no solo los derechos de las personas trans sino también que la editorial quede pegada.
En concordancia, cuatro autores decidieron abandonar The Blair Partnership, la agencia literaria que pertenece al representante de Rowling y de la cual ella forma parte. Drew Davies, Fox Fisher, Owl y un cuarto que está en el anonimato, emitieron un comunicado donde hicieron pública su renuncia y el motivo: la agencia respaldó los dichos de la autora estableciendo que respetan la libertad de expresión de sus clientes.
En cuanto a las películas que están pactadas para continuar con el mundo mágico, algunos actores como Eddie Raymane han pedido que la escritora sea apartada como guionista de Animales Fantásticos y dónde encontrarlos. Parte de la comunidad LGBT planteó la necesidad de re-hacer alguna de sus películas con actores transgénero. Lectores están cancelando sus libros porque en 1997, una saga infantil no incluía personajes negros ni LGBT. Y la lista sigue.
En el centro de la discusión hay una verdad innegable: transmitir discursos de odio hacia sectores vulnerados, como la comunidad trans, está mal. Y hacerlo teniendo un lugar de llegada masiva y siendo escritora infantil es peor. Sobre todo, porque quienes se adentran a la literatura en el siglo XXI no deberían tener de ídolo a alguien que en lugar de reivindicar los derechos de todas las personas, los niegan.
Pero también hay otro punto de quiebre, igual de importante, que es que a J.K. Rowling la están cancelando por ser mujer y ser transfóbica. La podrían cancelar por haber defendido a Johnny Depp cuando este era denunciado por violento de género, pero no. La podrían haber cancelado en su momento por no incluir actores LGBT en sus películas, ni personajes, pero tampoco sucedió. Incluso en algún momento fans se enojaron porque en The Cursed Child, una actriz negra interpretaría a Hermione y Rowling declaró que el color de piel no estaba especificado en los libros.
¿Quién canceló las películas de Woody Allen por sus denuncias de abuso sexual? ¿Quién canceló, más recientemente, al actor Ansel Elgort por el mismo motivo? Esto se repite con actores, escritores, cantantes, futbolistas… La lista es infinita. Incluso, la cancelación de estas personas no implica la no-reproducción de sus películas y contenido.
La concepción de cancelar es un poco marketinera. Los discursos de odio se centran sobre J.K. Rowling, una mujer cis-hetero blanca, sobre sus contenidos, sobre sus personajes, cuando el foco de discusión debería ser otro. Se le da entidad a gente famosa, solo por ser famosa, para hablar sobre problemáticas que no los atraviesan, como en este caso ser trans. Problematicemos por qué esa gente tiene alcance, y cómo se manejan como “voceros” de causas que no les pertenecen. Pero ensañarse contra la obra y exigir medidas contra ella que no se han tomado siquiera contra abusadores, tiene algo que ver con la misoginia.
Comentarios