El Monumental esperaba ese sábado 25 de Octubre de 1997 como una fiesta, el inusual superclásico sabatino en ciernes no traía paridad entre un exitoso River de Ramón Díaz y un dispar Boca del Bambino Veira, por un lado Francescoli por el otro Diego Maradona, el único Diego del universo.
El clima lluvioso no impidió un contexto espectacular, lleno a pleno tanto de locales como de visitantes, la lluvia traía épica, y el cotejo ocultaba un secreto que se confirmaría días después, era el último partido del más grande jugador de todos los tiempos.
Un River que le caminaba por arriba a casi todos sus rivales quería llevarse puesto al único escollo de aquellos años, la camiseta azul y oro, que si bien no pasaba sus mejores tiempos (siendo de 1992 el último título obtenido) le alcanzaba, desde 1991, con ponerse esa camiseta y ganarle, como sea, a su clásico rival.
El Diego arengó a sus compañeros en la manga con un “Huevos, huevos, vamos” y saltó a un monumental frío, lluvioso y que lo recibió con una silbatina. De más está decir que le recordaron sus adicciones y perdieron la memoria cantando todos contra el mayor ídolo que tuvo el fútbol vernáculo, nada parecía inmutar a Maradona, enfundado en la pilcha que más fuerte lo hacía.
Destacan de todos esos saludos el de Diego con Ramón Díaz. El riojano siempre le tuvo bronca, Maradona lo ignoró y marginó siempre de los planteles dónde él era líder (Caso Selección Argentina del mundial Italia 90). Cosas de cracks, diferencias personales entre grandes jugadores saldadas con un frío apretón de manos. Quedó la formalidad de sacarse la foto, posando en ésta, Diego con la foto de José Luis Cabezas en su mano, a 9 meses de aquel cruel asesinato, el minuto de silencio para el recordado fotógrafo coronó la ronda de cortesías y formalismos.
River tomó la manija del partido y no la soltó durante los primeros 45 minutos. Una bajada de cabeza en la puerta del área de Salas fue la jugada clave, Sergio Berti la recibió, la clavó abajo y lo gritó con el alma. De nada sirvió crecer y formarse en Boca, el gol era más importante y gritarlo se hacía menester.
Maradona no pudo conectar más que un par de pases y su estado era muy por debajo al que mostraba. Sus años, excesos y sobretodo lesiones venían cortando su carrera, el Diego no podía brillar y estaba muy consciente de ello.
Tal es así que fue reemplazado en el entretiempo por un pibe de 20 años llamado Juan Román Riquelme, para muchos fue el traspaso de la 10 del club de La Ribera, el más grande dejaba paso a quién sería su mas inmediato sucesor. Una leyenda en su ocaso daba paso a una leyenda naciente, por supuesto este simbolismo es una licencia con ya ambas carreras consumadas, era imposible verlo en aquellos días.
El segundo tiempo fue diferente. Boca peleó el partido hasta empatarlo con gol de Toresani y terminó ganándolo con un gol del platinado Martin Palermo, el primero de muchos que le haría a River. El comienzo de una dinastía eterna del 9 más grande que tuvo Boca en su historia.
El Diego se retiró sin camiseta y haciendo gestos obscenos a la parcialidad local. Ante el primer micrófono que le pusieron declaró: “Boca jugó a lo Boca y River fue River, Jugó un gran primer tiempo y en el segundo se les cayó la bombacha“, la leyenda dejaba en claro que sabía lo que era ser bostero y con esa camiseta en su piel dijo adiós a su carrera.
El día cerraba lluvioso, gris, la noche cerrada le dejaba a Maradona una sensación agridulce, por un lado la victoria del club de sus amores contra su más odiado rival por otro, el saber que ya no más, que no podía y que necesitaba decirle adiós a su gran amor, la pelota. Seguramente lloró al percatarse que había llegado el momento, seguramente no dudó ni un segundo en tomar la decisión tras ver su performance, sabía que abriría una represa de lágrimas en los amantes del buen fútbol y que marcaría un antes y un después, pero también hasta el más perfecto guerrero necesita descanso.
Queda en la retina la imagen del Diego haciéndole gestos a los de River, sus festejos y su solidaridad con José Luis Cabezas, el fin de una era exitosa y repleta de talentos y milagros, se apagaba la luz más grande que brilló en una cancha de fútbol.
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