Volvió el Pato. Patricio Santos Fontanet volvió a enfrentar a ese monstruo de mil tentáculos que es el Cosquin Rock. Ni Andrés “Ciro” Martínez y toda el romanticismo piojoso, ni los españoles Ska-P, con un show que calza a la perfección con este momento del país. Nadie fue más convocante que “Don Osvaldo”.
Una vez más, el Pato marca y demarca el ritmo en las Sierras dónde hace rato que es local. Y en Crocs, eh. Por más que le pese a quién le pese, ni siquiera necesita lookearse ni vender una pose, Pato es así, auténtico, en crocs, en medias, insultando a políticos y músicos que inflan sus bolsillos con el dinero del estado, agradecido a José Palazzo, alma páter del CR y alguien que nunca le soltó la mano y, también, desafinando por momentos. Así logró poner, una vez más, al Cosquín a sus pies.
La leyenda del poeta errante suma morbo, pero la gente que lo va a ver se pasa por las pelotas eso. Por eso, llamó la atención las críticas que sobrevinieron al show, que se extendió por casi hora y media en Córdoba. Es más, quizás este haya sido el show más convocante de los últimos 3 años. La gran masa del público que asistió al Cosquín Rock en la jornada dos estaba dividida entre todos y los que iban a ver a “Callejé”, “Don Osvaldo”, “El Pato”. Esos eran el 50%. Muchísima gente, Pato no es Mahoma pero la montaña va hacia él.
Las expectativas eran muchas, como de costumbre, y más aún por la mística que tiene la voz de Patricio en ese escenario, el que marcó el retorno a las grandes ligas del rock, allá por la edición 2007, todavía al frente de Callejeros. Y cuando hay expectativas, hay demandas, hay exigencias. Ahora, la pregunta es, ¿Qué le estamos exigiendo a Patricio? Una gran parte del público, el más viejo tal vez, “la Generación Callejera”, que pareciera le estuviese exigiendo que se transforme en el Doc Emmet Brown y que vuelva en el tiempo.
Una buena base a la hora de ir a ver a “Don Osvaldo” sería entender que no es Callejeros, que nadie puede volver 12, 13, 15 años atrás y que dada toda el agua (sucia) que corrió bajo el puente ya es una excelente noticia que Pato siga al frente de una banda y siga haciendo sonar los viejos “rocanroles irresistibles” que conquistaron a una generación entera.
Patricio está como está. En Crocs, como se burló algún músico en Twitter. En medias, gordo, desafinando por momentos, con el pañuelo verde colgando del micrófono y con una remera que tiene un mensaje muchísimo más fuerte que el de cualquiera del festival: “Por una argentina sin pasta base”. No se puede esperar que los shows de “Don Osvaldo” sean aquellos Obras o Excursionistas de Callejeros. No se debe tampoco. ¿Le piden que tome una posición política más partidaria al tipo que escribió “Los invisibles”, por ejemplo? ¿Qué tome una posición sobre la legalización del aborto más explícita al hombre que puso en una frase de una canción en un disco de 2001 “que decir aborto suene a legal”? ¿En serio?
La banda que vemos hoy mutó, como mutaron todos los nosotros que asisten a sus shows. Estamos todos más viejos. “Don Osvaldo” ya tiene vuelo propio, editó un disco, acaba de sacar cuatro temas nuevos, ¿por qué le pedimos una lista repleta de temas de Callejeros? Es el mismo error que se comete con Ciro, omitiendo a “Los Persas” (una banda formidable, por cierto) y esperando a las viejas musas piojosas. No corresponde, Callejeros ya no existe como tal, hay que hacer sonar los nuevos temas que, de seguro, a Pato y a la banda le encanta tocar porque son suyos y porque demuestran la pintura más reciente que han sabido hacer de la realidad que nos rodea. Esos temas pueden gustar o no, por supuesto, pero no traen consigo la condición “sine qua non” que los shows que de sean catalogados como “malos” o “peores”.
Teniendo en cuenta que Pato pasó unos cuántos años en prisión por un crimen que no cometió en los términos en los que legalmente se lo encarceló, es una gran noticia que siga queriéndose subir a un escenario a contar sus verdades. Del pibe de 26 años que se subió al escenario en Cromañón a este flaco de 40 que pasó años en la cárcel, fue papá, disolvió y armó una banda, pasó un siglo. Y no se puede exigir que mantenga aquella imagen de las atribuladas noches de Cemento. Si el tiempo pasa para todos, ¿por qué no se tolera que no pase para él? ¿Por qué se le pide más que al resto? ¿Será porque pese a todo lo mencionado sigue siendo el tipo que más convoca en el festival más federal y multitudinario del país? A los que les pica, que se rasquen, claro.
A Pato y a todos los ex integrantes de “Callejeros” les ha tocado vivir en una constante vorágine de inclemencias, que el público siquiera es capaz de dimensionar. Entonces, ¿cómo llegamos a creer que tenemos una superioridad moral, con la que podemos señalar, juzgar las condiciones en las que actúa el músico? ¿Cómo llegamos a tener esa falsa reserva moral para exigirle más posicionamientos de los que ya ha tenido a lo largo y ancho de la historia de la banda? ¿Cómo llega parte del público de Callejeros a convertirse en fuego amigo en las redes sociales? ¿En serio les inquieta que Pato agradezca al único que jamás le soltó la mano que fue Palazzo? ¿Cómo llegó esa multitud, en parte, a replicar el mismo discurso que los viejos y rancios “policías del rock”, los dueños inequívocos del “esto sí, esto no”?
Pese a todo lo visto en las Sierras, al hecho que más allá de todo y todos, Fontanet y su figura sigue moviendo multitudes, hay algo que no cambia: Es el único líder de una banda que lejos de ser reconocido como sobreviviente de la trampa mortal que era Cromañón -ya se dijo miles de veces, incluso en este mismo espacio-, se lo juzgó penalmente por los desbordes del rock nacional (todos los que había, algunos de los que todavía gozan de buena salud). Es al único músico de la historia de este país al que se le exigió más que a la casta política, y al que todavía le hacen pagar los costos de no cumplir dichas exigencias.
Es cierto que ver a Pato dependiente de un empresario puede despertar algo de contradicción, pero también es cierto que ese tipo es el único que estuvo siempre, que le dio trabajo, que le permitió seguir arriba de un escenario, aunque use crocs, claro está.
Además, algo es muy claro y sencillo: Es más fácil no pagar más una entrada, a que se pasen todos estos años despotricando contra el presente de Patricio, porque le exigen su pasado. Porque le exigen que no tenga patrón, ni que no se ate a las reglas del negocio. Le estamos dando de comer a los giles, esos que sobran y que hoy usan Twitter e Instagram para destilar su bronca.
Punto aparte de todo esto, “Don Osvaldo” ayer hizo un show para todas las generaciones, posiblemente más enfocado en los “nuevos fans” que en los “Viejos”. Faltaron varios himnos Callejeros y la banda se mostró más apoyada en su propio repertorio y en los temas nuevos que parió en su sala de Villa Celina. Está bien que así sea, será ese generación la que va a quedar, los que vienen detrás, los que van a comprar las entradas y llenar los lugares.
A los otros, los viejos, lo que nos nos gustan los temas nuevos, o no nos cabe el presente, siempre tenemos la opción de no ir más, de guardar a Callejeros y a Pato como un hermoso recuerdo. Duele, quizás. Pero es mucho más digno que alimentar el discurso de los que hace años intentan menoscabar a Patricio Santos Fontanet, sin reconocer su poder de convocatoria, su legado artístico, su carisma y su clarísima marca en el Rock nacional.
Es tiempo de dejarle paso a las nuevas generaciones, los que van a viajar de gira para verlos, como hicimos algunos en su momento. Son los nuevos responsables de bancar la parada, de sostener a Pato ahí, en el escenario. Son los que quizás comprendan mejor que las disputas políticas se saldan en las urnas, militando y ocupando lugares de responsabilidad institucional, no en un recital, ni en una canción.
Ellos son lo que, a su manera, seguirán manteniendo en alto la bandera de los Invisibles. Los demás deberíamos emprender una elegante retirada, si queremos aferrarnos nostálgicamente a que “todo tiempo pasado fue mejor” pero no hacer que esa frase hecha se convierta en una nueva condena para Patricio y su nueva banda. ¡Suene Don Osvaldo, suene!
Por Yael Crivisqui y Javier García
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