En el fin de una semana que llegó abarrotada de esas noticias socio políticas que atraviesan cualquier tipo de fortaleza y un clima gris asfalto a modo de resumen, muchos decidieron esconderse del mundo, en ese otro mundo un poco menos cruel y bastante más honesto, el de las canciones.
Una buena cantidad de público se congregó en el 460 de la calle Balcarce este último viernes. Algunos comenzaron merodear la zona desde temprano, refugiándose de la llovizna constante en techitos de negocios o edificios vecinos, otros llegaban con más puntualidad y de todas las direcciones. Y todos ellos con un fin en común: dejarse caer a la voz de la primera dama de nuestro rock.
La cita estaba programada para las 21 hs. en La Trastienda Club de San Telmo. Una Trastienda que esta vez, a diferencia de otras oportunidades cuando el asunto va un poco más de trapo, respetaba la estética pura del café concert; mesas con sus respectivas sillas ocupando lo que suele ser el campo o generales, y los espectadores que estaban de pie los rodeaban formando una herradura. Cerca de las 21,15 hs, cuando todo el lugar estaba colmado, las luces comenzaron a apagarse y un pandemonio surgió de repente clamando por su premio. El telón se descorrió por completo.
Todavía en la oscuridad, dos mandalas circulares colgados uno a cada lado del escenario, brillaron como a través de un vitral, y el premio apareció; envuelta en un atuendo provocativo de cuero negro y medias de red, la Fabi hizo la luz. Llevaba una reluciente guitarra acústica negra colgada a los hombros, y ya sonaban pequeñitos y milimétricos, sonidos rápidos y golpecitos marcianos. Sutilísimos arreglos que eran la intro de “Superamor”, una canción traidora, de esas que pegan sin avisar y con un sentido tempo aletargado. Canción que también le da nombre al disco que presentaba, y cuyos particulares arreglos denotaban a las claras la mano ya conocida del productor de dicho trabajo, Lisandro Aristimuño.
Con la voz de Cantilo (de esas pocas voces elegidas para ser inmunes al tiempo) llegando a todos los rincones del lugar y congelándolo todo por un segundo, llegó la luz al escenario y allí se pudo ver al resto de la talentosa formación: Marcelo Capazzo en el bajo; Sergio Liszewsky en la primera guitarra; Javier Miranda en batería; Cay Gutiérrez en teclados, y Abril Cantilo en coros. En esta primera canción (y así lo haría en el resto del show) la orquesta sonó aceitada en todos sus frentes.
Ni bien terminada la intensa pieza de presentación, la cantante rompió el hielo con alguna anécdota graciosa y comenzó a entablar una relación de cálida estrechez con sus seguidores, despojada de toda formalidad, como es su costumbre. Actitud que mantuvo casi constantemente entre canción y canción, creando así un clima que por momentos hacia parecer toda aquella noche a un gigantesco fogón.
Ahora era el turno de “Payaso”, otro de los temas de nueva placa. Un ligero rocanrol que arrancaba al galope de la batería, aflojando del todo al público y haciendo sacudir los hombros de un lado a otro, anticipando lo que sería el primer agite de la noche que llegaba de la mano de “Cleopatra”. La larga lista siguió alternando entre baladas de distintos tiempos, como “Una vez más” o “Nunca digas nunca”, clásicos como “Un pasaje hasta ahí” o “Ya fue”, y mechando las nuevas creaciones de tanto en tanto, como “Tren” y “Bailarines de cartón”.
Luego de una versión exquisita de “Saturn” de Steve Wonder, llegaba el primer y único corte del espectáculo, que no llegó a ser tal, sino más bien fue un cambio de voces que quedó entre familia; Cantilo tía se va unos minutos a camarines para cederle el mic a quien estuvo desde el arranque como única corista, Abril Cantilo, su sobrina. La, en principio, reticente Abril se despachó con el cover de “Son of a preacher man” de Dusty Springfield. Fue reemplazando rápidamente aquella timidez inicial por una fuerza vocal que ascendía, hasta llegar al cierre de la canción con gritos estridentes que bien recordaron a esas rabiosas gargantas femeninas de raíces negras.
De vuelta en escena para el segundo tiempo y con cambio de vestuario, Fabi continuó con la vibra que dejó su sobrina, y presentando a dos viejos músicos y compañeros de bares para un set acústico, desenfundó canciones de la talla de “I’ve seen all good people” de Yes, “Entangled” de Génesis, y “Because” de The Beatles.
Ya con su banda de regreso, volviendo a sus canciones y a algún que otro cover, la eterna Cantilo mostraba una energía que parecía no agotarse, y una versatilidad que le permitió repartirse durante todo el show, entre la rockera salvaje que levantaba la temperatura de la sala, arrastrándose como poseída por las tablas, y la cantante madura que, sentada en una banqueta y con suma tranquilidad canta, básicamente, lo que quiere.
El final comenzó a asomar con una versión brillante de un tema brillante, “A day in the life” de The Beatles. Final que por supuesto, nunca lo es. Para el primer bis se había guardado dos perlas invaluables: una, “Balada para un loco” e “Inconsciente colectivo”. Al terminar la ejecución de esta última, los músicos abandonaron sus posiciones para reunirse con la protagonista en el centro del escenario, y ahora si parecía que había llegado el final. Las luces de la sala se encendieron y con el largo aplauso de un público conmovido, el telón se cerró.
Pero la insistencia a veces tiene sus frutos. La gente no se movía de sus lugares y tras un constante y efusivo “otra, otra…” el telón volvió a abrirse y sin más, los artistas dieron su tiro de gracia con un título a propósito del final, “Nada es para siempre”.
Crónica Damián López
Fotos Daniela López
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