Hay mucho respeto en lo que rodea a la atmósfera de Sig Ragga. El respeto de sus seguidores con las interpretaciones, el respeto por parte del equipo de trabajo que monta un show impecable, el respeto de los músicos por lo que suena y como suena. La estructura del Teatro Vorterix les resultó adecuada para la propuesta sonora y visual, que tiene tanta relevancia como la música, como suele suceder con pocas bandas. Pero el cuarteto de Santa Fe no es una banda del montón y durante una hora y media dieron los motivos de su altísimo nivel.
Siempre hay una vuelta de rosca para dar y el grupo mostró que la previa se puede forjar desde la disminución de luces con varios minutos de anticipación. La ansiedad se agigantaba mientras el equipo de Sig Ragga jugaba con la iluminación que iba decreciendo sin apuro alguno hasta llegar a las 21:45. Una intro desde un piano se oyó aun con el telón tapando lo que se estaba gestando en el escenario. Un silencio admirable esperaba su final mientras el humo se escapaba por los pocos centímetros entre la cortina gigante y el piso de las tablas. Bastó que “Orquesta en descomposición” comience para desatar el movimiento en Vorterix y los primeros aplausos que retumbaron en la noche del viernes.
La guitarra de Nicolás González arrancó una de las predilectas por el público: “El niño del jinete rojo”, parte de Aquelarre. Los cuatro músicos se acomodaron en la misma línea vertical y con la misma vestimenta compuesta por un pantalón largo, remera y una camisa de manga larga. Todo de blanco con la excepción de las manchas de pintura que le daban algo de contraste a la imagen que muestran hace unos años. Por si esto fuera poco, toda su cabeza también fue pintada de plateado. Algo sumamente distintivo en la escena local que ya es parte de la identidad de Sig Ragga. El reggae llegó con “Puntilla if Kaffa” y la lengua creada por la banda formada en 1997.
“Invocación” llamó al aquelarre y se pudo visualizar por primera vez una imagen enorme con forma de telón en el fondo del escenario. La ilustración, iluminada de rojo, tenía el mismo estilo que se utilizó en el arte de tapa del segundo disco del grupo. Una versión de “Chaplin” que merodeó la perfección con un cierre a manos de Gustavo Cortes, cantante y tecladista, que dejó en estado de calma total a Vorterix. El público apreciaba la melodía con un silencio respetuoso y hasta casi obligatorio. No faltó algún “sh!” para callar conversaciones mientras el piano le ponía el sello a la canción. La primera media hora del show la cerró “Abrir y cerrar de noches” con una gran respuesta de sus seguidores.
La cautivante “Pensando” no podía faltar. Los acordes que disparaba Nicolás González enamoraban a los presentes en una de las piezas más cantadas de la presentación. El cantante del grupo abandonó la comodidad de los sintetizadores y avanzó al borde del escenario. La caminata pareció producirse en slow motion mientras las pistas pre grabadas junto a los músicos sonaban con excelencia. Las manos abiertas en alto con la mirada clavada en un punto vacio, lejos del contacto visual con otra persona para reforzar la construcción de un frontman alejado de las estructuras comunes.
El equipo de trabajo de Sig Ragga demuestra estar a la altura de las melodías y un ejemplo claro es el enorme despliegue de luces que se producen a lo largo del show. Una catarata de aplausos sucedían al finalizar cada canción que pasaba en la lista de 17 temas. Podía parecer poco para alguien que no estuvo presente pero la presentación demostró que el número elegido fue correcto y confirmó lo conciso que es el set list que el cuarteto interpreta hace unos meses. “Resistencia indígena” y “Severino Di Giovanni”, con el bajo de Juanjo Casals finalizándola con una muestra de su talento, fueron los momentos para situarse en distintos momentos de la historia de la humanidad.
La mayor interacción entre público y banda se dio “En el infinito” cuando el mayor de los Cortés le cedió el micrófono a los presentes para replicar el estribillo “amor, amor, amor”. Imposible controlar el cuerpo con la belleza de “Tamate” cuando las luces que están constantemente sobre los 4 músicos los pintaban de dorado. Los integrantes de Sig Ragga hicieron reverencias y partieron hacia los camarines entre penumbras pero ningún espectador se movió de su lugar.
No habían pasado dos minutos cuando volvieron a tomar sus instrumentos. El escenario volvió a llenarse de humo en la entrada con las luces azules iluminando la sala y “Rebelión de los esclavos técnicos” fue el pie justo para lo que seguiría como cierre del show. Un solo acorde de la introducción de “Matata” bastó para que se abra una olla en medio del campo digna de un recital de trash metal. Apenas los dedos del cantante dispararon la locura con la batería de Pepo Cortes que mantuvo la intensidad del track del disco homónimo y el pogo se hizo dueño del Teatro Vorterix. El cuarteto se tomó de las manos en el centro del escenario y la catarata de aplausos golpeaba en sus pechos. La reverencia final comenzó a bajar el ruido de las palmas golpeándose que duró más de un minuto, una manera de agradecer a los santafesinos por la música que regalaron.
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