Existen personas que inspiran amor, en sus temas y su estilo de vida, y uno de ellos es Paul McCartney. Ese aura la proyectó en The Beatles y la sostiene hasta hoy día. Contagiar a cada uno de los presentes era la consigna para su última noche (esperemos que por este año) en Argentina, más precisamente en el Estadio Ciudad de La Plata.
Lo cierto es que al inicio el público no estaba en la misma sintonía. Quizás se deba encontrar la causa en las bajas temperaturas, en el sol que no se mostró ni un instante en la ciudad, pero lo único cierto fue que la generosidad y empatía no se mostraron en la espera para entrar al estadio.
Horas antes, en las filas se formaron grupos de lucha contra quienes buscaban colarse. Personas que llevaban 1,10, 20 minutos a la espera del ingreso, se vieron “obligados” a organizarse para evitar que osados y “distraídos” tomaran provecho. Empujones, gritos y codazos para unos, otros fueron increpados a que algún familiar o amigo que esté adelante lo venga a buscar como prueba de su veracidad.
Mientras tanto, en las boleterías, los menos prevenidos cargaban su ansiedad por obtener sus tickets en los voces detrás de las enrejadas ventanas. A un lado, una mujer de rostro angustiado, de alrededor de 50 años, con pantalón rojo, saco negro, y andador para ayudarse a mover, esperaba sentada en una silla.
Había perdido su entrada, se acercó para comprar otra y la única atención que obtuvo por parte de los empleados de la productora fue que para ingresar debía comprar otra entrada y sólo se podía en efectivo. Elemento con el cual no contaba. Ante la falta de atención, logró que un empleado de Prevención llamara un taxi para que la mujer consiguiera su objetivo. El taxi llegó 15 minutos después, y con la ayuda de este pibe y otro hombre, que la terminaron cargando en hombros, pudo llegar al vehículo, y así iniciar la osadía para poder ver a Paul horas más tarde.
Si bien la lista de temas no sufrió casi modificaciones respecto de la presentación del martes, el arranque con “A Hard Day’s Night” parecía seleccionado a propósito. Paul derribó esa ansiedad que fue cargando el público a lo largo del día, y especialmente esos últimos minutos en los que una especie de lata giratoria se proyectaba en las pantallas; que más bien terminó siendo un papiro donde se plasmó al estilo antiguo egipto, la carrera de McCartney.
La magia la inició el mítico bajo Hofner, que hizo imaginarse a todos estar viendo aquel último concierto en una terraza de Londres, y soñar, aunque sea por un instante que John, George y Ringo, estaban presentes.
Aunque en los estribillos conocidos la multitud se movía, había una pasividad general, a la mayoría le costaba interiorizar eso que ya estaba sucediendo frente a ellos. La baja intensidad de “I’ve Got a Feeling”, se presentía ya desde “Letting Go”. Pero esa rigidez en los corazones más gélidos mostró su primera grieta cuando “My Valentine” iba ocurriendo, con Paul en el piano y la proyección de Natalie Portman y Johnny Deep “cantando” a la par con lenguaje de señas. Incluso consiguió que algunos cubrieran con sus brazos a sus enamorados.
Paul buscó de la manera correcta congeniar con todos, a través de sus intentos del uso del español, como el “¿Qué onda, che?” que dijo en el arranque o el “¡Estamos rockeando!” que tiró promediando la noche, y hasta ocasionó la desesperación de muchos cuando osó amagar a tirar al público el exclusivo bajo.
En la mitad de la noche se produjo un intenso tironeo hacia puntos emocionales muy extremos. El combo “Blackbird” y “Here Today”, el tema que escribió tiempo después de la muerte de John, removió la angustia y lágrimas que estaban en lo profundo de cada ser. Como también “Something”, dedicada a George Harrison, donde se mostraron fotos que reflejaban la amistad entre ambos Beatles.
Pero entre medio, surgió la exaltación máxima en los casi 60 mil presentes con el bloque que encabezaron “Queenie Eye”, “New”, “Lady Madonna”, y “Eleanor Rigby”. Ahora sí estaba todo en su cauce justo, los cuerpos activos y los corazones ardiendo.
El desenlace de la noche estaba próximo, faltaba aún hasta el final. Pero algunos ya se sentían completos con lo ocurrido hasta entonces. “Let it Be” ocasionó que un padre de 60 años cruzara miradas con su hijo adolescente y le agarrara fuertemente el hombro, a la vez que compartían una sonrisa cómplice; luego, el señor abrazó fuerte a su hija menor el resto del tema. Un reflejo de la trascendencia y transferencia generacional de la música de The Beatles.
Para el primer cierre quedaban las llamaradas y fuegos artificales de “Live and Let Die”, y el punto máximo de conexión entre Paul y los presentes con el casi eterno “Na, Na, Na Na Na Na“ de “Hey Jude”.
Detrás del show de este gran hombre, hay una gran banda y un gran equipo que funcionan de manera precisa, como una maquinaria alemana, en donde cada pieza sabe qué y cuándo hacer sus tareas. No es solo tener listos los instrumentos antes del show, y ajustar algo del sonido sobre el momento. En términos cinematográficos, el recital es un plano secuencia de casi tres horas sacado de entre las mejores ideas de Alfred Hitchcock, donde todo se mueve y nadie se percata hasta que ya es tarde: donde hubo un ukelele ahora una guitarra, donde hubo una gran tarima que eleva a Paul hasta las pantallas superiores aparece un piano de colores, que desaparece cuando la mirada está en otro punto del escenario.
Este manejo constante de la tensión visual, está protegido por las hipnotizantes proyecciones que enmarcan a los músicos, y un entrelazado juego de luces, humo, y quizás algo de la neblina que empezaba a cubrir el estadio, que formaban imágenes geométricas sobre los privilegiados, más cercanos a Paul.
Los bises, esa real despedida ante los argentinos, fueron encabezados por el clásico “Yesterday” y el intrometido de esta fecha, “Jet”. Antes de “Birthday” y de la seguidilla final que ya todos conocemos y sabemos de memoria, subieron cuatro personas del público: tres chicas de las cuales una se llamaba Leila, y originó el recuerdo de la niña que el martes había tocado el bajo en “Get Back” y el chiste de Paul preguntando al público si todos se llamaban así, y Shelly, una brasilera que vino a Argentina para ver el show.
Ese sentimiento generalizado y erróneo del inicio, no estaba en nadie más. Vibraba en el estadio una misma carga enérgica, que Paul lo tradujo en una simple y fuerte palabra: “Gracias”. Agradeció a los músicos, al equipo detrás del escenario, y en especial al público. Hubo quienes en representación de todos le retribuyeron a los gritos el agradecimiento.
El escenario se apagó, se encendieron las luces que iluminaban la salida de los espectadores. Algunos empezaron su retirada, mientras otros permanecieron quietos en sus lugares, asombrados por lo que acababan de vivir, sonrientes e inmutables ante los papelitos celestes y blancos que caían de manera suave sobre sus rostros, como una última caricia por parte de Paul McCartney y su banda. Sólo quedó en cada alma emoción, gratitud y amor, como dice “The End” al final “And in the end, the love you take is equal to the love you make”.
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LISTA JUEVES
A Hard Day’s Night
Save Us
Can’t Buy Me Love
Letting Go (Wings)
Temporary Secretary
Let Me Roll It (Wings)
I’ve Got a Feeling
My Valentine
Nineteen Hundred and Eighty-Five (Wings)
Here, There and Everywhere
Maybe I’m Amazed
We Can Work It Out
In Spite of All the Danger (The Quarrymen)
You Won’t See Me
Love Me Do
And I Love Her
Blackbird
Here Today
Queenie Eye
New
The Fool on the Hill
Lady Madonna
FourFiveSeconds (Rihanna, Kanye West y Paul McCartney cover)
Eleanor Rigby
Being for the Benefit of Mr. Kite!
Something
Ob-La-Di, Ob-La-Da
Band on the Run (Wings)
Back in the U.S.S.R.
Let It Be
Live and Let Die (Wings)
Hey Jude
Bises:
Yesterday
Jet
Birthday
Golden Slumbers
Carry That Weight
The End
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Fotos y crónica por Martín Dutil Fotografía para Rock And Ball
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