Las dos bandas nacidas en la década del ’90, más precisamente del verano del 93 –Cielo Razzo– y del 98 –El Bordo– dan, a la vez que reciben, el calor presente en el show.
“Después del atardecer, cuando caiga la noche de hoy, hay que mirar en dirección noroeste para poder observar un fenómeno astronómico inusual en todo el país”, explicaban los medios sobre la alineación vertical planetaria de Mercurio, Venus, Júpiter y la Luna. En realidad, el verdadero espectáculo del Cielo estaba en El Teatro de La Plata.
“¡Cielo! ¡Te quiero Cielo!” grita un muchacho alto desde el fondo, con voz rasposa y una lata de cerveza en sus manos. Mientras, adelante, el pogo no tarda en llegar.
Después de que fue “la costumbre, la cobardía y la ansiedad” –Barek– pronto “la lealtad se hace guerra y la idiotez un emblema””. “Estrella” hizo que las 21.30 se vistan tanto de saltos y abrazos entre parejas y amigos, como de celulares encendidos para hacer parte, incluso, a aquellos que estaban lejos de La Plata. Una joven con una remera que dice “me gusta el rock, el maldito rock”, graba un audio: “Escuchá, Bren. Te amo, amiga” y canta entusiasmada “dame sólo un pedazo, sólo un pedazo de amanecer”.
“¿Están todos bien, che?” –de pronto se escucha desde el escenario– “si quedan mil tardes es solo una más”. Pablo Pino –vocalista de Cielo Razzo– agarra una guitarra para hacer “Posdata”, y es que “el alma de la canción trasciende el telón”.
Sólo minutos más tarde es cuando Diego Almirón –guitarrista– sonríe al ver entrar a quien Pablo presentaría y daría un fuerte abrazo de bienvenida: “con ustedes, gente: Ale Kurz” (vocalista de El Bordo). Juntos entonaron “Ventana”. ”Cómo una puerta que no cierra, estoy abierto a sentir el calor/ Me dejo atravesar al fin, el fuego siempre estuvo ahí”. Se miran y miran a su público que simplemente les ofrece gritos de amor.
Finalmente, las luces rojas de la sala pusieron en entretiempo esta presentación a la que aún le faltaba subir a El Bordo, su otra mitad.
Las rondas de gente se multiplican para extender banderas con inscripciones de la banda, cuando al pasar quince minutos de intervalo comienza a sonar una de los temas íconos de la película Rocky: “Going to distance” para fusionarla con “El regreso”, tema inicial. “Por eso yo canto/ me queda tatuada en la piel tu canción” frasea Ale.
Luego, el guitarrista –Diego Kurz– comienza los acordes de “Silbando una ilusión”, y parte de la gente que se encontraba en el fondo, que vienen “arrastrando esta pena que ruge y agita lamentos de un corazón roto”, corre hacia delante y los hombros se preparan para cargar a otro u otra fanático/a del grupo. La armónica distingue el momento de la mano de Leo Kohon –armónica y teclados–.
Sin embargo, la parte cúlmine llega con “Quiero ver”, y se afirma con “La Patada” y “Así”. Los que no hacen pogo, agitan sus cabezas y suben y bajan los talones del piso.
Antes de que el show finalice una chica agarra la remera de Nirvana de Ale Kurz, aprovechándose de la cercanía con el público. Él ríe y sigue cantando “Cansado de ser”, que junto a otros dos temas, finalizan este recital que sin dudas deja coreando a todo el que sale de allí.
“¿Dónde estará el culo de esta forrada?/ Para saber donde apuntar la patada/ Si al final lo que nos queda es el amor”, cantan dos chicas en la vereda. “Si al final lo que nos queda es el maldito rock”, acompaña otra.
Fotos de Martín Dutil Fotografía
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