Lisandro Aristimuño suelta un respiro profundo y mira sonriendo una vez más al público, que le devuelve la expresión con facilidad. Es difícil determinar quién está más agradecido al otro. “Hoy se respira viento sur acá”, dice él. Y cómo no creerle.

El cantautor rionegrino llegó al segundo Luna Park de su carrera con la identidad que lo acompaña de manera intacta desde Luis Beltrán, el pequeño pueblo que lo vio crecer. Con ese imaginario patagónico entreverado en sus letras, con la precisión meticulosa que hace a su sonido, con la autogestión como estandarte y con esa alquimia entre rock eléctrico, samples programados y folklore que algún día se volvió su marca distintiva.

El sábado 11 de agosto empezó con promesas y una foto. “¡Allá vamos Luna! Que emotivo y emocional va a ser esto”, presagiaba Lisandro desde su Instagram acompañando una selfie improvisada, horas antes de pisar el escenario.

Ya para las 20:30, el cantante esperaba su turno y Pablo Dacal, el músico encargado de calentar los motores del estadio, repetía el estribillo de “Como la cigarra”, el clásico de María Elena Walsh, para que el público tempranero que ya había ocupado sus asientos le siguiera el ritmo.

Con guitarra acústica y voz, Dacal cumplió su labor con un set corto pero ameno. Sus canciones de aire folk “dylanesco” fueron capaces de aclimatar a la gente para esa música que se escucha con atención, como la de Lisandro.

Algunos minutos antes de las 21:30, el estadio se apagó y Aristimuño quebró el silencio él sólo, con su guitarra y los primeros acordes de “Me hice cargo de tu luz”. El resto de la banda entró en silencio, ocupó su lugar y lo esperó a que esté conforme con el ambiente sonoro que había generado.

Segundos luego, a Lisandro le bastó con un movimiento de cabeza para que el resto de sus compañeros empezaran a tocar. El tándem inicial del show lo completó “How Long”, uno de los temas más coreables de su repertorio.

“Vamos a darle un poco de amor a todo. Disfrutar entre tanta cosa fea”, dice al hablar por primera vez directamente a la gente, en uno de los pocos y escuetos párrafos que regaló en la velada. Aristimuño no es un gran showman y lo sabe: no le gusta hablar mucho y asegura que prefiere expresar con su música. Como muchas otras cosas, esa austeridad verbal y timidez expresiva, es parte de lo que sus fans descubrieron amar.

Tras “En Mí” y “Plug del sur”, de final reversionado en plan rockero, llegó uno de esos momentos especiales que había prometido, cuando llamó a Lito Vitale y Juan Carlos Baglietto para que lo acompañen a hacer la versión más emotiva de “Tu nombre y el mío” hasta la fecha. Con Vitale en piano, su lugar predilecto, y el rosarino con su clarísima y dulce voz, el trío “ad-hoc” hizo vibrar al estadio hasta algunas lágrimas.

Como si a Lisandro le faltasen excusas para que ésta fuese una jornada especial, lo que hubiera sido el cumpleaños número 59 de Gustavo Cerati, tenía que ineludiblemente convertirse en homenaje.

Por eso, después de “El plástico de tu perfume”, de su disco “39 grados”, el músico llamó al Zorrito Von Quintiero para que lo secunde con su bajo en una interpretación bastante fiel de “En El Séptimo día”, de Soda Stereo. Zorrito agradeció, se fue y Aristimuño quedó sólo de vuelta para hacer “Avenida Alcorta”, de Cerati solista, con su guitarra de 12 cuerdas. El espectáculo recién comenzaba.

Con esa intensidad, Lisandro atravesó toda su discografía (“Azules Turquesas”, “Ese asunto de la ventana”, “39 grados”, “Las crónicas del viento”, “Mundo anfibio” y “Constelaciones”) con una armonía conceptual y sonora que hizo que el transitar de la distorsión a los aires de chacarera, del paisaje espacial a la selva, se haga más interesante en cada canción.

Cuando su primo, Carli Arístide -miembro del experimentado grupo que sigue al músico en cada presentación- deja la guitarra eléctrica para colgarse el charango y el bajista Lucas Argomedo pasa al cello, es porque llega el turno de los hits más celebrados por sus fans como “Para vestirte hoy”, “La última prosa” y “Anochecer”. Allí la gente se olvida de la consigna de los asientos y, de pie, aplaude a tempo y corea todos los versos.

Los invitados de la segunda mitad del show fueron la cantante y leyenda de la comedia musical local, Elena Roger, para hacer junto a él “Tres estaciones” y el siempre hiperquinético Emmanuel Horvilleur, para “Tu corazón”, ambos temas de su último disco, “Constelaciones”. “Aguante IKV y Emma”, dice Aristimuño al presentarlo, con un brazo sobre los hombros de su colega.

Llegando hacia el final de la noche, la alegoría que suponía su figura iluminada en verde con un puño levantado hacia arriba, se confirma con apenas unas palabras antes de tocar “Green Lover”, dedicado además a las Abuelas de Plaza de Mayo: “green significa verde”. El Luna Park entonces se unió en un canto que Lisandro no alentó demasiado pero dejó ser. “Aborto legal en el hospital”, entonó el público al unísono.

“Vos” su clásico más sensible e intimista, lo tiene parado sólo con la guitarra y una red atrapante de halos de luz amarilla, fruto del excelente trabajo de Patricio Tejedor, encargado de la iluminación. Lisandro canta hasta desarmarse. Eso es la experiencia de ver un show suyo en vivo: la proximidad de la interpretación más visceral y sentida y la precisión revisada hasta el hartazgo de un artista que sabe muy bien lo que quiere contar y cómo quiere hacerlo. Todo a la vez. Las múltiples facetas que conviven en su identidad, se encuentran todas en las últimas canciones de la noche, “Pozo” y “Elefantes”, de “Mundo Anfibio”.

En cierto momento, Aristimuño mira a sus compañeros mientras toca. Absorto con la música, se olvida de la gente, del Luna, de todo y disfruta. El presagio se cumplió y entre tanta cosa fea, hubo un instante de amor. “Nos vemos la próxima”, afirma al dejar el escenario vacío, y cómo no creerle.

Por Tomás Del Val

Fotos por Cinthia Anabella