La Bombonera no es para cualquiera, eh. Es un estadio mítico, de esos que destilan historia por cada rincón. Para los propios es el camposanto, para los jugadores de River es el lugar donde hay que ser protagonista y decisivo para recibirse de jugador del Millonario. Más si tenés el “10” en la espalda. Tenés que romperla allá, en la Boca, a la vera del Riachuelo, en el feudo del rival de toda la vida y todas las vidas.
El Superclásico del último domingo mostró a un River cojonudo ante un Boca endeble, que cuando vio salir a Ricardo Centurión lesionado, supuso el final de su rebeldía futbolística. No hubo más. Walter Bou sólo aportó confusión a un Darío Benedetto que no pudo, jamás, lustrar su chapa de goleador temible. Del lado de River, mucho dependió de la valentía de Pity Martínez para hacerse cargo de la camiseta emblemática que, en ese estadio, honraron un tal Beto Alonso y Ariel Ortega.
Pero antes hubo otro valiente. Camilo Mayada saltó a la cancha obligado a reemplazar a Milton Casco, lesionado en el primer minuto de juego. El uruguayo, lejos de apichonarse, volvió a ser una excelente rueda de auxilio para Gallardo y para el equipo. Jugó de tres, estacionado sobre la izquierda, y jamás le sacó la cara al partido. Como en la final de la Copa Libertadores 2015, donde debió hacerse cargo del lateral derecho por la ausencia de Gabriel Mercado, cumplió con creces. Una corrida suya derivó en el primer gol de River: Mayada se la llevó ante el derrumbe de Centurión, aprovechó la pasividad total del medio de Boca (¿Y Gago?) y transportó la pelota hasta la orilla del área grande Xeneize, donde abrió para el Pity, que se la pasó a Nacho Fernández, que se la volvió a dar al Pity y toda esa jugada derivó en el centro venenoso de Sebastián Driussi que el propio Pity inmortalizó para siempre en una volea hermosa estéticamente y que tiene destino de póster.
Precisamente Martínez fue quién debió cargar sobre sus hombros con el fútbol de River. Con Rojas flotando, pero más atento a darle una mano a Leo Ponzio en la contención y con Nacho recuperado pero inconexo y falto de fútbol, el Pity y su coraje, el Pity y sus gambetas, el Pity y su sesera fue el lugar en que el Millo apoyó su juego y desde donde abasteció a los dos insaciables de arriba. Fue valiente Martínez, que está cumplimentando su mejor año en River, pese a que en algún momento, alguien le prendió fuego el auto. Desde el partido ante Lanús en el Sur, donde la dejó chiquita, que el Pity parece haber cambiado la cabeza, hacerse cargo de la camiseta que lleva puesta y, más que nada, del número que todo el mundo le ve, pero que él parecía no saber que tenía. Hasta ahora. Y, sin duda, su actuación en el último Superclásico habrá sido decisiva para terminar de apagar los últimos focos de resistencia.
Valiente también fue Lucas Martínez Quarta. El pibe, de 20 años, desplazó rápido a Arturo Mina y sigue haciendo que la ausencia de Luciano Lollo no se note, pese a que Marcelo Gallardo lo pensó titular. El pibe la rompió. Atento a su marca, afinado con Jonatán Maidana todo el partido (¡qué líder tiene River en Jony!), incluso tuvo la templanza y frialdad para resolver cuando las papas quemaban. Dibujó dos cierres de esos que invitan a pensarlo en tiempo presente y ya no en tiempo futuro. Primero, ante una escapada de Benedetto que mandó al corner a centímetros de la línea de sentencia, y después, a los 40′, cuando cerró para el costado (incluso la pelota llegó a un compañero) una de las excursiones más claras de Boca a los dominios de Augusto Batalla en la segunda mitad.
Precisamente Batalla es otro valiente. Porque se volvió a equivocar ante Boca, volvió a pagar en un partido de esos importantes, pero esta vez no se fue del partido, mantuvo la mente fría, el corazón caliente y no se dejó comer por el contexto. Porque se hizo cargo de la responsabilidad que le tiró Gallardo apenas se fue Marcelo Barovero: ser el arquero de River, con 21 años y con todo por perder por delante. Pero también está todo por ganar. Y Batalla da ídem. No es fácil venir detrás de “Trapito“, de su mística, de sus atajadas imposibles, de todo lo que ganó. Pero poniéndole la cara, Augusto da pelea. Su error el pasado domingo volvió a meter a Boca en un partido en que no estaba, justo es decirlo. Así como también es remarcar que en su doble tapada, ante Bou y Peruzzi, a los 44 del epílogo, River terminó por ganar el Superclásico, algo que confirmó menos de 120 segundos después cuando Driussi hundió a La Bombonera en una profunda depresión.
Valientes fueron Lucas Alario y Sebastián Driussi. El primero porque peleó su lugar en River cuando una lesión en la rodilla amenazaba con bajarle el pulgar. Y, años después, le dijo “no” a los millones de China para seguir en el club de Núñez. Y el Cabezón fue valiente para decirle a Gallardo que él era delantero, que era delantero o se iba a Vélez. Que no quería más jugar por afuera. Que él era delantero y que estaba dispuesto a esperar detrás de Mora, Alario y quién sea. Pero se le plantó al DT y le dijo que él era y es delantero. Gallardo lo escuchó, lo bancó y le dio su oportunidad. El Gordo respondió con 15 goles en 24 fechas, hasta ahora goleador del campeonato y pieza clave de este equipo.
A veces, no alcanza sólo con jugar bien o ser mejor que el rival, a veces hay que ser valiente. Valiente como Leo Ponzio, que es el símbolo de este River, sobre todo cuando enfrente está Boca. Ya ni le hace falta pegar, se ganó que su presencia se imponga sola. Es el patrón del Millo, el que intenta ordenar, pero lo hace corriendo como el que más y estando en todos lados. Un jugador que llegó sin hacer mucho ruido, y que desde que volvió para ascender, se convirtió en capitán de Mar y Guerra: con Almeyda, con Ramón y con Gallardo. Pese a que también fue resistido, Ponzio aguantó estoico, abrazó su carácter y con Gallardo se convirtió en su General en el campo de batalla. Y ante Boca, Ponzio se agiganta. Como en aquellos dos clásicos en la Sudamericana 2014, donde debió bancar ante la lesión de Matías Kranevitter y fue el emblema de esa serie, algo que repitió en la Copa Libertadores 2015 y que repite cada vez que juega ante Boca, con distinta suerte en el resultado, pero siempre igual desde su manera de jugar estos partidos. Un dato: Leo jugó 31 partidos ante Boca, ganó 14, empató 8 y perdió 9. No es casualidad.
Valiente es Marcelo Gallardo, que sabe cómo jugar estos partidos, como plantearlos, desde dónde se ganan. Por supuesto que le puede tocar perderlos, como en el 2-4 pasado, inmediato antecedente del domingo en que River atendió el llamado de la sangre, de la historia, de su linaje y se puso la pilcha de candidato a pelear el título en la misma cara del líder del torneo, su rival de toda la vida y de todas las vidas. Supo Gallardo explotar las debilidades del Xeneize. Supo Gallardo ser valiente para sostener al Pity cuando todos le pedían su cabeza, supo ser valiente y visionario cuando mandó a Mina a sentarse al banco, pese a que el club desembolsó por él cerca de 3 palos verdes, y apostar por el chico Quarta. Supo ser valiente cuando confirmó que sería Batalla el sucesor de Barovero, aunque sólo tenía 20 años. Supo ser valiente, fundamentalmente, para poner en danza la Sudamericana, la Libertadores y los recuerdos imborrables al prolongar su estadía en River un año más, un año en que debía reinventar a su equipo. Y para eso se necesitan huevos. Más de uno se va con el póster asegurado y después vuelve como salvador, en un futuro peor. El Muñeco volvió a jugarse, volvió a apostar fuerte, volvió a ser valiente para elegir reinventar River, en lugar de irse con todos los laureles bien verdes y frescos.
River tiene un equipo de valientes, un plantel que sabe lo que quiere y un técnico que jamás se achica, y cuanto más difíciles son las instancias, mucho menos. Por eso borró a Boca. Por eso sueña con ganar el campeonato “corriendo de atrás”, por eso ya está en 8vos de Copa Libertadores. Por eso está marcando una época dentro del club de Núñez. Por el juego, por los resultados, pero sobre todo por su espíritu de competencia permanente (aún jugando mal) y por jamás sacarle la cara, ni a la historia ni al presente. Tiempo de valientes. Tiempo de River.
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