No es secreto, a esta altura, que hay una fuerte disputa política en la AFA. La bochornosa elección entre Luis Segura y Marcelo Tinelli, en la que hubo más votos que votantes, fue la gota que rebalsó el vaso de un vacío de poder que está clarísimo desde la muerte de Julio Grondona. La disputa por ese sillón, sin embargo, no es sólo una pelea por manejar el fútbol argentino: es mucho más. Hoy, este deporte está en una coyuntura crítica que puede cambiar su historia por los próximos (varios) años.
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¿Se acuerdan del papelón? Por las dudas, un recordatorio…
¿Qué está pasando?
Todo es un gran entramado. El problema objetivo es que los clubes gastan más de lo que ingresan y no están dispuestos a resignar éxito deportivo/movidas de marketing para que eso deje de suceder. Por lo tanto, necesitan aumentar sus ingresos si no quieren quebrar. Venían logrando eso con el Fútbol Para Todos en los últimos años, a cambio de una promesa de saneamiento y administración consciente que nunca se cumplió. Por otra parte, a los clubes grandes no les cerró nunca siquiera el reparto de FPT: argumentan que merecen más dinero por ser los que más rating (y plata) generan.
El otro actor relevante de la pelea es el Gobierno. Su idea es desligarse del Fútbol Para Todos lo antes posible en función del alto monto que representa. Para eso, necesita hacer dos cosas. En primer lugar, debe licitar los derechos de televisación de los partidos – si seguirán siendo gratis o no, es una incógnita – . En segundo término, debe lograr que los clubes no precisen ese dinero para que no se lo pidan a la única organización que puede proporcionárselos casi sin contraprestación: el Estado Nacional.
¿Qué ideas hay dando vueltas para solucionarlo?
Los dos proponen reformas diferentes entre sí. Por un lado, los clubes grandes manejan la idea de crear una “superliga”, con un formato a definir, que se administre jurídica y económicamente de manera independiente a la AFA, pero que interactúe y coordine con ella. Así, podrían esquivar el poder que – sólo por una cuestión de número – tienen los clubes de ascenso en la Asociación, imponer sus propios requisitos jurídicos y económicos y, sobre todo, repartir la guita como quieran. La lógica, está claro, es que si no pueden vencer a sus enemigos en el campo de batalla, batallarán en otro campo. Por supuesto, a los clubes chicos esto no les gusta ni un poco y les parece “antidemocrático”. Ellos saben que, al día de hoy, podrían ganar la elección en AFA de la mano de “Chiqui” Tapia, de Barracas Central. También lo saben los clubes grandes.
Por otra parte, independientemente de si la “superliga” se crea o no, desde el gobierno se baraja la idea de transformar a los clubes en Sociedades Anónimas Deportivas. Esto quiere decir que los clubes dejarían de ser asociaciones civiles sin fines de lucro para pasar a ser “empresas” que intentarán ganar dinero a partir de la actividad deportiva. La idea que subyace a esto es que, de ese modo, los clubes dejarían de tener deudas.
Es sabido que las diferentes configuraciones institucionales que regulan una actividad generan ganadores y perdedores. Entonces, lo relevante…
¿Qué consecuencias tuvieron estas dos ideas en el mundo?
Por un lado, la mayoría de las ligas extranjeras que los argentinos consumimos, funcionan de manera separada de sus respectivas Asociaciones o Federaciones. Es el caso de España, Inglaterra, Italia y Francia, por nombrar algunos. Las ligas francesa e italiana datan de los años 40, y fueron creadas como entes separados para organizar el torneo de primera división y los de ascenso, quedándose las federaciones con el fútbol de selección. En tanto, España generó la separación en los años 80, y desde ese momento existe rivalidad entre la Liga y la Federación, porque ésta organiza otras competiciones más equitativas como la Copa del Rey y porque necesitan coordinar entre ellas, por esa razón, calendarios, cuestiones sindicales y otros menesteres. Finalmente, Inglaterra generó la división a principios de los 90 por el mismo motivo que quieren hacerlo los clubes argentinos: el reparto del dinero de la TV.
La separación, entonces, no parece ser mala ni buena por sí misma, puesto que no reporta siempre a la misma razón ni data del mismo contexto histórico. Sin embargo, puede ser nociva para los clubes chicos, sobre todo en un país tan federal como Argentina, por sus consecuencias: en todas las competiciones mencionadas hay equipos sistemáticamente dominantes (¿o no hablamos del milagro Leicester? Si fuera normal, no sería milagro).
El reparto del dinero de la TV, al estar la liga fuera de la federación, favorece a los clubes grandes porque su amenaza de romper y formar otra competencia es creíble (si ya se hizo una vez, ¿por qué no de nuevo?), de modo que los clubes chicos privilegian la unidad y resignan dinero a cambio de no generar un problema de proporciones bíblicas. La sartén por el mango la tendrían los más grandes, aunque sean menos, y el resto acompañaría para poder jugar con ellos. Como entre pibes en el barrio.
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A diferencia de lo que pasa en Europa, en Argentina salieron campeones en los últimos años varios equipos que no son de los considerados grandes. Aquí, un ejemplo: la Asociación Atlética Argentinos Juniors.
Por otro lado, las ligas mencionadas también permiten el ingreso de capitales privados en los clubes, que se constituyen – en la mayoría de los casos – como Sociedades Anónimas Deportivas. El ejemplo paradigmático de eso es España, mientras Inglaterra es pionera en permitir a los clubes cotizar en bolsa. Este modelo tuvo resultados muy diferentes en distintos lugares del mundo.
Mientras la liga inglesa se muestra un poquito más competitiva – entre 5 o 6 equipos, tampoco demasiado – y con clubes afianzados financieramente, en la liga española éstos incrementaron muchísimo sus deudas aún siendo sociedades anónimas, por lo que no es necesariamente cierto que por el hecho de ser empresas sus finanzas estén en orden. Basta citar como ejemplo a Blanquiceleste S.A., que gerenciaba el hoy encargado de Fútbol Para Todos Fernando Marín. Pueden estar en orden sin ser empresas, y viceversa.
Un dato curioso: la reglamentación estatal que convirtió forzosamente a los clubes deudores en Sociedades Anónimas Deportivas en España dejó afuera a los clubes que tuvieran balances positivos en los cinco años anteriores a la reglamentación, entre los que estaban (no casualmente, sino porque era una rosca a medida) Real Madrid y Barcelona, además de Athletic Bilbao y Osasuna. Eso eximió a Real Madrid y Barcelona del pago de impuestos que, lógicamente, afrontan las empresas, y les permitió contar aún con más dinero. El resultado es el que ya conocemos: raramente gana la Liga otro equipo. No sea cosa que Boca y River (quizás, acompañados por Independiente, Racing y San Lorenzo) intenten lo mismo si esto prospera.
Recapitulando…
La separación de una “superliga” de la AFA perjudicaría claramente el crecimiento de los clubes chicos (sobre todo, aquellos del interior) en pos de un reparto del dinero que beneficiaría a los clubes grandes. Si bien eso no estaría bueno para aquellos que – me permito la referencia personal – somos hinchas de un equipo del interior, quizás aquellos de clubes grandes no lo vean mal. Es una cuestión de objetivos. Las instituciones no son neutrales: algunos ganan, y otros pierden.
La transformación de los clubes en sociedades anónimas deportivas, por otro lado, tuvo consecuencias diferentes en distintos lugares del mundo. Sin embargo, hay una cosa que sí es verdad, y es que independientemente de su resultado concreto, va en contra de un postulado central de la historia del fútbol argentino, que es que los clubes son de sus socios. Buena parte de la identificación del hincha argentino con sus colores pasa por ahí. De hecho, Macri ya propuso esa medida en el 2000 siendo presidente de Boca y perdió la votación en la AFA… ¡38 a 1!
Es cierto que hoy el contexto es diferente y que Macri tiene más poder, pero aún así quizás sea bueno para el Gobierno buscar otra alternativa para sanear los clubes manteniendo el modelo de asociaciones civiles sin fines de lucro. Esa condición nos distingue ante el mundo y nos hace un poco “dueños” de nuestros colores. Y, al menos en Argentina, a nadie le gusta que se metan con sus colores.
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