Ball

Se suspendió el partido

Una reflexión sobre el presente basada en una historia real.

El pibe era chico, tenía 10 años y estaba haciendo una de las cosas que más le gustaban: ir a la cancha con su viejo. A pesar de su corta edad, era consciente de lo que significaban términos como corralito, piquete y cacerolazo. ¿Qué tendrá que ver esto? Que era 19 de diciembre de 2001 y el país, literalmente, se venía abajo.

Con toda la ilusión y la inocencia de un nene partió para la cancha. San Lorenzo buscaba el primer título internacional de su historia ante Flamengo, por la Final de Vuelta de la Copa Mercosur. El Ciclón era un manojo de nervios y Buenos Aires, la ciudad donde se jugaba el partido, un volcán en erupción.

El pibe, junto a su padre y Carlos, un adulto que venía de acompañante, ya había viajado más de 150 kilómetros y estaba a más o menos 20 minutos de Capital Federal. No habían partido solos, porque un taxi con tres Cuervos más venía unos metros más atrás. De repente, a esos pocos instantes de la Ciudad Autónoma, el taxi se puso a la par del auto en cuestión:

—Se suspendió el partido —clamó Ricardo, con el vidrio bajo desde la parte trasera del taxi.

El conductor del otro auto y Carlos se miraron, sonrieron y decidieron no hacer caso al chiste inoportuno de Ricardo. Carlos subió el vidrio del acompañante y el conductor aceleró de nuevo. Segundos después, el taxi se volvió a poner a la par, en plena ruta, y Ricardo insistió un poco más vehemente:

—¡Se suspendió el partido, boludos! ¡Por el quilombo!

Las caras de Carlos y el conductor ya no fueron de gracia, porque el mensaje no sonaba a chiste. Enseguida prendieron la radio y comprobaron todo: la crisis había llegado a su punto máximo de ebullición y Fernando De la Rúa, el presidente, había declarado el Estado de sitio, medida que prohíbe todo tipo de actos públicos entre ellos un partido de fútbol con espectadores.

En el primer retorno que encontraron, el taxi y el auto del nene y compañía encararon el regreso a su pueblo. La desilusión del pibe era tremenda y obvia, pero muchísimo peor la estaban pasando los millones de pobres y desocupados que dejó el estallido de “la década de la estabilidad”, como la vendió y la continúa vendiendo el mentor de las políticas que terminaron en el desastre.

Lo que siguió es cuento conocido: el default más grande de la historia mundial, el escape en helicóptero y la semana de los mil presidentes. El partido de San Lorenzo se reprogramó para el 24 de enero de 2002, poco más de un mes de la fecha en que debió jugarse. Para ese entonces el presidente ya era Eduardo Duhalde, pero la crisis no se había ido ni un poquito: en uno de los partidos más importantes en la historia Azulgrana, la cancha no estaba 100% llena. Es cierto que las entradas se habían agotado cuando el partido iba a jugarse en diciembre, pero muchos de los que la habían sacado en su momento no pudieron ir a la reprogramación: no había un mango.

El Ciclón sufrió mucho pero pudo saldar su deuda externa, vaya paradoja, y le ganó por penales al conjunto brasileño. El pibe pudo cumplir su sueño: estuvo allí con su viejo y hasta se metió al campo de juego en medio de los festejos. San Lorenzo había salido campeón, ¿qué importaba el resto?

Casi 14 años después, aquel pibe no abandonó ni un poco su pasión Cuerva, pero conoció la empatía y entendió que hay muchísimas cosas más importantes que un partido de fútbol. Muertos, indigentes, pobres, despedidos, desocupados, recortes de salarios y jubilaciones más los que se fueron del país en busca de una esperanza. ¿Cómo se puede disfrutar de un resultado deportivo cuando el mundo se está viniendo abajo?

El fútbol en Argentina no se suspendió nunca más por una causa de esa naturaleza ni tampoco volvió a ser testigo de quiebras como las de Racing (ED)  y Deportivo Español, pero lejos está de ser una maravilla. Las canchas hoy tienen muchísimo más público que en los 90´, no sólo porque hay más dinero sino porque los billetes en circulación están mejor distribuidos. El Estado se hizo presente y tomó las riendas de la televización y la gestión del fútbol, pero contribuye y aun no le encuentra la solución a una escalada de violencia que siguió dejando muertos, heridos y suspendió otros tantos partidos.

Aquella vez, el Estado estaba súper endeudado con los organismos multilaterales de crédito y otros tantos poderosos. Con ese panorama no había fútbol ni sociedad posible. Hoy, en un contexto mucho más alentador, el Estado avanzó pero está en deuda con la gente: incluyó a todos con la televisación abierta, pero excluyó a otros tantos sacando a los visitantes de las canchas; se comprometió, y esto no es menor, a solucionar como pocos los problemas de siempre de los clubes, pero hasta ahora los resultados son inciertos y hay estadios muy inseguros; abusó de la pantalla como máquina de propaganda, monopolizando la publicidad que podría compartirse con los privados tanto para diversificar los contenidos como para apaciguar un gasto público que es noble pero excesivo para las soluciones sociales que aporta.

Pero hay algo para destacar en todo esto: la deuda está adentro y es el propio deudor el que demostró que debe y quiere afrontarla. No hay condicionamientos de ninguno de los de afuera, pero sí un espacio que necesita seguir llenándose y que sólo puede hacerse con la consciencia de que aunque se hizo un montón falta bastante, y no hay porqué cometer abusos justificándose en que se ha hecho mucho bueno.

Argentina vive un momento histórico y trascendental, donde la voluntad popular elegirá entre dos modelos imperfectos pero radicalmente opuestos desde lo que mostró cada uno estando el poder, más allá de las fotos viejas y los archivos. O el mercado al mando para que el fútbol sea una utopía cuando los años de estabilidad exploten, o el Estado presente para seguir haciéndose cargo de lo que falta y de las demandas sociales, que hoy ni se asoman a lo que fueron pero que pueden volver mucho más rápido de lo que tardaron en irse si se toma el camino equivocado.

Aquel pibe de diez años es quien escribe estas líneas y no quiere que el país vuelva a estar en manos de los de afuera, para que los próximos partidos que se suspendan sean sólo por lluvia.

Dolorense, nacido en 1991. Licenciado en proyecto de Magíster. Hay una cosa que nunca van a entender...