Si uno se pone a revisar la actitud y el juego de Las Leonas, Los Pumas, los muchachos del handball o los jugadores de la Generación Dorada de basket, se encuentra con un denominador común distintivo; el juego en equipo. Sin embargo, para la Selección Argentina de Fútbol, la concepción grupal brilla por su ausencia hace ya muchos años. Rock ‘N Ball se propone hacer una aproximación sociológica a la razón de que esto suceda.
Al revisar la característica común de los deportistas de las disciplinas anteriormente mencionadas, se puede ver cómo, por lo general, el nivel socioeconómico es sensiblemente más elevado que el de los futbolistas. Por supuesto, y demás está decirlo, son los trabajadores del fútbol los que más y mejor ganan, pero este análisis se centra en las inferiores y sectores juveniles de los clubes.
Los chicos y chicas que hacen hockey y rugby (por usar ejemplos emblemáticos), tienden a tener una vida más o menos resuelta siendo adolescentes; la gran mayoría de ellos son estudiantes secundarios o universitarios de instituciones públicas y privadas. En pocas palabras, si no son “hijos de”, al menos tienen oportunidades mucho más amplias que aquellos que hacen inferiores en un club de fútbol. Los miembros de las clases sociales más marginadas tienen dos opciones para cambiar su vida radicalmente y abandonar la pobreza; o se arman un grupo de cumbia y la pegan, o se convierten en jugadores profesionales de fútbol.
En este marco, el juvenil está obligado a ser el mejor de su categoría para llegar a disputar partidos en Primera y poder así ayudar y resarcir todo aquello que por él han hecho sus padres. De esta manera, las inferiores están plagadas de una histeria y un individualismo lógico pero terriblemente nocivo para el deporte.
Mientras en el CASI o en Banco Provincia, los entrenadores disponen de jugadores que quieren hacer todo lo posible porque al equipo le vaya bien, manteniendo la esencia del espíritu amateur, entendiendo la posibilidad de ir al banco o esperando amablemente su oportunidad para demostrar su valía, en River o Boca los pibes se matan para ganarle el puesto al compañero. El rival no está enfrente, ese es sólo una circunstancia, el rival es el compañero que juega en la misma posición.
Así la lucha se hace interna, los juveniles piensan más en aquel que le puede sacar el puesto que en el arco rival. No tienen tiempo de pensar en un juego colectivo, porque los compañeros son rivales, y si resultan perdedores en esa lucha probablemente no tengan otra chance en su vida para sacar a sus padres y hermanos de la miseria. No es un sentimiento egoísta pero sí individualista.
Todos los pibes se prueban de delanteros, no hay uno solo que se pruebe de lateral por izquierda, se pelean por patear los penales y los tiros libres porque necesitan trascender, su vida deportiva pasa a través de llamar la atención de algún buscatalentos que lo mire y le de una chance.
Los jugadores de niveles socioeconómicos mayores, se dan el gusto de hacer un tercer tiempo, de fomentar la unión del grupo, de pensar un juego superador del individualismo y de poder potenciar las capacidades particulares en pos del equipo. En el fútbol no hay nada de eso. Las presiones de los mismos padres (y basta ir a ver un partido de cualquier club de barrio para entenderlo) las presiones autoimpuestas y la necesidad de trascendencia particular borran la posibilidad de pensar en grupo.
Entonces, escalando posiciones, pasando por encima de los compañeros de cuarto y peleándose contra viento y marea, los más afortunados y de mejor gambeta, llegan a Primera. Allí se encuentran con el “hay que ganar o ganar”. Si lo hacen, bien, los compra un club más grande y listo el pollo, sino los dejan libres o los mandan a otros clubes a pelear otra vez hasta que logren destacarse. Recordemos, porque de eso depende el futuro de su vida y la de su familia.
Por lo tanto, el juego colectivo y la noción de grupo es casi imposible de fomentar en las inferiores de este podrido y nefasto sistema de creación de jugadores en Argentina. Por más esfuerzo que hagan los coordinadores de juveniles por crear conciencias compartidas y formar a los deportistas en caso de que no logren llegar a debutar en Primera, nunca van a logran una asociación de más de dos jugadores.
El mismo Diego Maradona dijo antes del Mundial 2010 que iba a buscar pequeñas sociedades y que la de Messi y Pastore le gustaba. Es decir, incluso llegando al máximo nivel, parece imposible involucrar a once jugadores en una misma causa durante un mes.
Es por esto que jugadores como Riquelme o Bochini emergen con tan poca frecuencia. No hay tiempo para tener nociones tácticas y estratégicas, no hay tiempo para cambiarla de frente o ver a un compañero solo, y muchísimo menos para poner una pelota filtrada en lugar de patear al arco.
Lo mismo pasa cuando se al Barcelona, con un juego de equipo que quedará por siempre en la historia por haber superado a la histeria y haber logrado que muchos futbolistas se aboquen a un mismo sistema de pensamiento. El Barça tiene como máximo esplendor el hecho de que los jugadores piensen en el compañero como tal y no como un rival en la pelea por el destaque individual.
Quizás algún día la Selección Argentina de fútbol tenga juego colectivo, pero esto tendrá que ser por alguna disposición de los directores técnicos a aprehenderlo y enseñarlo, y de los jugadores a apropiárselo. Pero mientras sea la cultura del éxito la que se cultive, y no la del compañerismo, seguiremos prendiéndole velas a Messi y Maradona, y si ellos no logran el triunfo por sí mismos, los tildaremos de pechofríos o drogadictos, y a otra cosa.
El juego en equipo hoy, es una utopía romántica.
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