¿Qué manifestaría la opinión pública argentina si Federico Pinedo, senador por Buenos Aires y conocido por su fugaz paso por el sillón presidencial en diciembre de 2015, se fuera todo el otoño a Columbus a doctorarse en justicia penal? ¿Y si Julio Cobos, senador por Mendoza, permaneciera unos meses en Barcelona realizando un posgrado en gestión integral de la construcción? ¿Cómo tratarían los medios y las redes sociales a Pino Solanas, senador de Unen, si viajara y se quedara en Salamanca hasta fin de año para completar una maestría en guión de ficción en cine? No es difícil encontrar una respuesta común a estas preguntas: el escrache mediático y virtual no se haría esperar.
En nuestro país, donde la política se transformó en mala palabra y ser político es sinónimo de corrupción, no concebimos que un funcionario público tenga más de un rol. A fin de cuentas, hay demasiado trabajo por hacer a lo largo y ancho del territorio nacional como para tener labores y pasatiempos aparte. Pero, si cruzamos el océano y desembarcamos en Filipinas, encontramos un caso muy diferente, el de Emmanuel Dapridan Pacquiao. Manny ocupa una banca en el Senado en representación de la Alianza Nacionalista Unida, el partido más conservador del país isleño. Haber abandonado para siempre la escuela cuando tenía 10 años no fue impedimento para ser votado por más de dieciséis millones de personas en mayo del 2016. Tampoco lo fue que sea boxeador profesional desde 1995, sin pausas largas ni pseudo-retiros como los de Floyd Mayweather Jr. Por el contrario, su carrera deportiva fue la herramienta que destrabó un conducto hacia el salón del que históricamente han salido la mayoría de los presidentes filipinos.
A la par de una trayectoria de 67 peleas (59 victorias, seis derrotas y dos empates, con 38 KO) que lo transformó en el boxeador con más títulos mundiales en categorías diferentes de la historia -ocho en ocho-, Pacman, apodado así por la similitud entre su boxeo ofensivo asfixiante y el videojuego ochentoso de Toru Iwatani, militó de forma independiente, apartidaria, a través de la caridad. Cada combate le dejaba ingresos suficientes para realizar donaciones abultadas. Compatriotas necesitados no faltaron ni faltan en un país en el que uno de cada cuatro vive en la pobreza y más de un millón de niños y niñas permanecen fuera del sistema escolar. Esos actos le valieron la estima de una población que se manifestó agradecida y fiel a la hora de la Pelea del Siglo: cien millones de filipinos vieron por televisión o escucharon por radio la caída por puntos ante Mayweather. En toda la nación, son 107 millones.
Consumado su ingreso al Senado, el retiro prometido le soplaba la nuca a Pacquiao, que había supeditado más de una vez su continuidad en el boxeo rentado al resultado electoral. Una semana antes de lograr el séptimo puesto en los comicios, había logrado revertir el historial con Timothy Bradley, a quien venció dos veces consecutivas tras una polémica derrota en el primero de sus tres enfrentamientos. Parecía un buen cierre de carrera para Manny, que hasta había avisado a su promotor el abandono de la actividad ante un hipotético éxito en las urnas. “Con suerte, seré elegido y no podré ligarme más al boxeo porque tendré que estar presente”, le blanqueó a Bob Arum, CEO de Top Rank. Pero Pacquiao no se retiró. Y aún no lo hace.
En noviembre pasado, el filipino le arrebató por decisión unánime el título mundial wélter de la Organización Mundial de Boxeo al estadounidense Jesse Vargas. Durante más de dos meses, se entrenó en el Wild Card Boxing Club de Los Ángeles. En el medio de la preparación, volvió a cruzar el Pacífico para comunicar la construcción de mil viviendas en Kibawe, su municipio natal. Al ser la cabeza del Comité de Servicios Públicos del Senado, tenía lógica que se hiciera cargo personalmente de la oficialización del programa, que fue impulsado con fondos de su propio bolsillo. Pero su estadía en tierra propia le duró poco, enseguida se tomó un avió y reemplazó los botones de la manga de la camisa por los cordones de los guantes.
Hoy, lejos de cumplir su palabra, Pacquiao continúa en el intento de conciliar la senaduría con el pugilismo. El británico Amir Khan suena como próximo rival y Emiratos Árabes Unidos, como sede de la contienda, un lugar poco habitual, pero de timoratas exigencias impositivas. Mientras tanto, la mayoría de la Cámara Alta parlamentaria apoya sus mociones en las sesiones plenarias, aunque las miradas de refilón son cada vez más. Como un péndulo que se mece de lado a lado, el político-boxeador oscila entre una y otra figura, sin definición. Ambas… o ni una ni otra. ¿Y si un opositor acude a las Reglas del Senado de la república para tratar sus ausencias a las asambleas? ¿Qué ocurre si vuelve a refugiarse en California para entrenarse con su amigo, el respetado Freddie Roach? ¿Y si no se prepara de manera adecuada, una derrota envilecería su popularidad y su proyección presidencial? En cualquier caso, en un país que cuenta con Wi-Fi gratuito a nivel nacional desde el año pasado, un reclamo cibernético masivo como el que podríamos imaginar para Pinedo, Cobos o Solanas no sería tan descabellado.
Por Matías Ciancio.
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