El 30 de septiembre de 2013, Víctor Blanco -flamante nuevo presidente tras las renuncias de Cogorno y Molina- dijo: “De seguir así, Racing va camino al descenso”, advirtiendo que la debacle del club podía terminar en lo peor. De la mano de Mostaza Merlo, la Academia evitó la pérdida de categoría por dos puntos aunque no pudo esquivar la peor campaña de la historia de la institución: 33 unidades y 21 partidos perdidos sobre 38.
El club era un caos. Disputas dirigenciales, el presidente renunciando por Twitter, el vicepresidente segundo asumiendo, derrotas deportivas, renuncias de directivos, pibes descarriados, camarilla, más caídas, silbidos, insultos, futbolistas con gran trayectoria pero sin siquiera una línea en la historia de Racing queriendo bajar al hombre de la estatua, más y más derrotas. En definitiva, la temporada más negra en 111 años de vida.
En ese contexto, Diego Milito quiso volver. Con todo para perder, con la pequeña chance de ganar algo. Con técnico nuevo y otros 12 refuerzos, el Príncipe los comandó a la victoria. Torció la historia: le ganó un título a River llegando ocho puntos atrás.
Después todo fue gloria. Ser épicos en La Bombonera en solo 14 minutos, eliminar al San Lorenzo de Bauza revirtiendo un resultado, eliminar a Independiente de la Liguilla, ganar clásicos, terminar con los espectros sombríos que eran Estudiantes, Vélez y Lanús; jugar copas, pelear una, ser digno en la otra.
Pero, a pesar de todos los éxitos deportivos que consiguió Racing en estos dos años, Milito es mucho más que eso. Incluso, su importancia y ascendencia van mucho más lejos que los dos títulos que cosechó. Él logró una revolución, sacó al equipo que ama de la intrascendencia. Trajo aires de positivismo y esperanza.
“Hablar de Racing es hablar de mi vida. Acá nací, acá crecí y acá me retiro”, expresó Diego en su última conferencia de prensa previa al cruce con Temperley. Esas palabras describen a la perfección lo que es, cómo es esta relación que parece que jamás se acabará. Racing es la vida de Milito y Milito es Racing. Es el hincha que tuvo la bendición de poder ser futbolista. Es un enamorado de los colores, es uno más. Es la representación del fiel apasionado que vive, respira, ama y sufre por el club que lo constituye como persona.
Milito se va, pero él mismo se encargó de dejar un legado. Crió líderes para este momento. Hizo madurar a sus compañeros, también a los hinchas. Deja un equipo de alta competitividad, listo para afrontar cualquier situación. En Aued, Cerro, Videla, Lollo y Sánchez, están los referentes del Racing que se viene. Ni hablar de Lisandro Lopez, el jugador emblema de la nueva era.
El nombre de Diego ya está grabado en las páginas más exclusivas de la historia de Racing. Le entregó al club todo lo que pudo, cambió el rumbo de la vida de la Academia. Marcó a una generación de hinchas. Esos hinchas que escucharon hablar a sus abuelos de Corbatta, de Maschio. Esos hinchas que escucharon de sus padres las historias del uruguayo Rubén Paz y el equipo de Basile. Estos hinchas le hablarán a sus hijos sobre Milito. Serán los encargados de explicarles a sus nietos quién fue Milito.
No hay palabras suficientes ni adecuadas para explicar lo que significa Milito. Diego es Racing, es el amor más puro que tiene un hincha. Su retiro indica el final de un ciclo excelente en el club, pero con la certeza de que comienza otro muy parecido, porque Milito se encargó de que así sea. Su huella será imborrable. Hasta siempre, Príncipe.
Foto de Los Andes.
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