Trece años con los mismos colores, ese verde furioso como los campos de Irlanda. Once coronados con anillos, anillos a los que no les alcanzaron los dedos de las manos, anillos que marcaron una hegemonía nunca jamás vista. Cinco veces elegido Jugador Más Valioso de la temporada pese a no ser un animal anotador. Votado y reconocido por sus mismos colegas. Un compromiso como ningún otro con el equipo y con sus compañeros, haciéndolos cada día mejores. Un entendimiento del juego con el cual logró ir más allá, revolucionar verdaderamente al básquet. Pero, a pesar de ser gigante, Boston, la ciudad que lo adoptó y que él eligió porque “Saint Louis era abrumadoramente racista”, nunca lo reconoció en su justa dimensión en sus años de apogeo. ¿Por qué? Por un pequeño “problema”: ser negro.
Era difícil ser una persona de color en Estados Unidos en la década del ’30. Y lo fue por varias decenas de años más. Nacido el 12 de febrero de 1934, William Fenton Russell, o como simplemente lo llamaban, Bill, aprendió que no sería para nada fácil el camino por esta vida, y menos en su Luisiana natal donde los horrores contra los negros sucedían a diario. “Mi padre fue a cargar gasolina a una estación de servicio y le dijeron que hasta que no terminaran de atender a todos los blancos tenía que esperar. Cuando se quiso ir, el dueño le pegó con una escopeta en la cara y lo amenazó de muerte”, recordó, como describiendo simplemente un mal sueño, una pesadilla. Con una tensión que crecía día a día al mismo ritmo que la injusticia, su familia decidió mudarse a Oakland, California. Allí, a los nueve años, aprendió una lección que llevaría para siempre y con orgullo, como su color. Sentado en la puerta de su casa, uno de cinco chicos que había pasado corriendo lo golpeó. Al acudir con su madre entre lágrimas, ella lo llevó hasta el lugar donde se encontraban los jóvenes y lo obligó a pelearlos, uno por uno. “Gané dos de cinco, no fue tan malo”, aseguraba tiempo después entre risas. Las palabras que su madre soltó resonaron para siempre, como un eco: “No importa que hayas ganado o perdido. Lo que importa es que desde ahora lucharás por ti. Nunca dejes que nadie te pisotee”.
Esa frase lo acompañó tanto en su vida como en su carrera deportiva. Tantos golpes, físicos y emocionales, forjaron un carácter duro, rebelde, luchador. Luego de jugar en el instituto y empezar a destacarse en el básquet ganando tres campeonatos estatales, con un estilo “extraño” pero efectivo en defensa, llegó la beca para la Universidad de San Francisco. La promesa que su padre le había hecho, cuando su madre había fallecido, quedaba cumplida. “Intenté copiar su filosofía y agregar mi personalidad, pero nunca llegaré a ser lo que fue él”, expresaba con admiración. Bill Russell había aprendido el valor de ganar de chico, cuando si vencías seguías en la cancha y si perdías tenías que esperar dos horas para volver a jugar. Y con San Francisco, recibió una enseñanza más, cuando en su primer año el MVP se lo llevó otro pivot, pese a sus 20 puntos y 20 rebotes de promedio. “Supe que no podía respetar a esas personas, sus críticas no me importaban”, dijo entre soberbia y vanidad. Al año siguiente, recibió el trofeo, que terminó en un tacho de basura camino a su casa. En sus dos años, consiguió dos títulos NCAA con San Francisco, y fue parte de la racha de 55 victorias consecutivas. Aquello extraño en su manera de defender lo hacía mejor que cualquier otro que se hubiera visto: “Jugamos frente a Berkeley, un “All American”. Los primeros cinco tiros los taponé. Mi entrenador me dijo que no se defendía así. Cuando le pregunté por qué, volvió a repetir que así no se hacía. Porque nunca lo había visto”. Phil Woolpert era el visionario. En aquella época los bloqueos no se contabilizaban en las estadísticas y algunas reglas empezaron a cambiar. Tal fue la revolución por su forma de defender que se impusieron en el básquet universitario las llamadas “Reglas de Russell”: el goaltending y la ampliación de la zona de tres segundos, de tres a seis metros.
Pudo haber jugado en los legendarios Harlem Globetrotters, sin embargo declinó la oferta porque el dueño no había negociado directamente con él. “Si él es muy elegante para negociar conmigo, entonces yo soy muy elegante para jugar para él”, dijo diplomático. Se declaró elegible para el draft y fue seleccionado en el puesto número dos por Saint Louis Hawks. La historia de la mejor liga del mundo pudo haber sido totalmente diferente si el genial entrenador de los Boston Celtics, Red Auerbach, no hubiera entendido que un centro defensivo era lo que su equipo necesitaba, en una época donde ser pivot significaba anotar puntos y defender poco. En uno de los mejores traspasos de la historia, el entrenador de los Celtics envió al siete veces All Star, Ed Macauley y el drafteado Cliff Hagan a cambio de Bill Russell. Junto con los novatos Tom Heinsohn y K.C. Jones, Boston incorporó, en 1956, tres futuros Salón de la Fama.
Tras ganar los Juegos Olímpicos de Melbourne ’56, el hombre de 207 centímetros se unió a los Celtics. Y finalmente llegó la revolución también a la NBA. “Era un juego horizontal y yo decidí que fuera vertical”, aseguró hace poco tiempo. Es que el deporte de la pelota naranja era más estático, con posesiones largas, basado en lo individual más que en lo grupal, algo que cambió a partir de aquel equipo de Boston. “Eres el mejor de todos. No sé cómo lo vas a hacer y no te puedo ayudar, pero te aseguro que hagas lo que hagas va a formar parte del sistema”, confió Red en él. El pivot había hablado con Bob Cousy y transformaron el básquet en un juego de contraataque rápido. Russell era un tremendo reboteador y el ataque empezaba allí: tomaba el balón y enseguida buscaba a Cousy. “La clave del nuevo estilo es la velocidad”, aseguraba Auerbach. Luego del primer anillo en su temporada rookie, los Saint Louis Hawks derrotaron a los Celtics en la final, la única en la que se fue vencido. Tras ello vino la hegemonía de ocho títulos consecutivos, siendo MVP en cinco de esas temporadas. Era un tren al cual no había forma de parar. Una bestia en los tableros y en defensa. Promedió 16,1 puntos, 23,7 rebotes y 4,2 asistencias en esos ocho campeonatos. Y durante ese lapso, más precisamente en 1963, consiguió uno de los premios personales que más significaron en su vida, el MVP del All Stars en Los Angeles: “Le prometí a mi padre que ganaría el partido y me llevaría el Jugador Más Valioso y me preguntó si podría hacerlo. Es el trofeo que más aprecio porque le di mi palabra y la cumplí”.
Ni la llegada de una bestia como Wilt Chamberlain Order Lamisil over the counter, The Deckchair Cinema program moves indoors, of the 90’s; Metallica, buy Cheap Lamisil , Rx free Lamisil, Slayer and Anthrax. , el hombre récord de los 100 puntos y la infinidad de rebotes, podía con Russell. El primer enfrentamiento sucedió el 7 de noviembre de 1959 y ya daba la pauta de lo que se iba a venir. Fue triunfo para los Celtics frente a los Philadelphia Warriors por 115 a 106. Al otro día, el New York Times imprimió: “En conjunto, la actuación de los dos fue casi pareja. Wilt (30 tantos y 30 rebotes) se lució en el ataque y Russell (22 y 35) en la defensa”. Entre ellos formaron una de las rivalidades más marcadas de la historia, aunque también una gran amistad. Se hacían mejor el uno al otro. Eran la defensa contra el ataque, el juego colectivo contra el individual. Chamberlain logró la marca de 55 rebotes justo frente a Bill. Pero eso no importaba. “Los campeonatos sacian mi ego” Order Online at USA Pharmacy! Azithromycin And doxycycline price . Approved Pharmacy, Doxycycline Walmart Price . , decía. Y allí no había equipo que lo pudiera vencer. “Fue el mejor jugador al que me tuve que enfrentar”, reconoció en una entrevista junto a Wilt, años antes que su amigo se una a la eternidad. Ni siquiera en la campaña 61/62 cuando Chamberlain promedió 50 pts y Oscar Robertson un triple doble por partido, pudieron arrebatarle el MVP. Pero había una cosa que realmente no le gustaba a Russell, en la que no quería perder: “Estaba cenando y un camarero me dijo que Wilt acababa de firmar un contrato por 100 mil dólares, a lo que respondí ‘bien por él’. Al otro día fui a hablar con Red y le pedí un aumento, le pedí 100 mil y un dólar”. Solo una vez pudo eliminar Chamberlain a Russell en playoffs, en 1967, para luego coronarse campeón por primera vez en su carrera.
Sin embargo, no todo era un cuento de hadas. Los Celtics siempre habían sido vistos como progresistas. Con la elección de Chuck Cooper en el draft de 1950 se convirtieron en la primera franquicia en elegir un jugador negro. Fue el equipo pionero también en tener un quinteto formado integramente con jugadores de color. Ese equipo era imbatible. Pero hasta el día de hoy, Russell no cierra la herida. “La ciudad no lo apreció. No había conexión entre la gente y yo, ni con los Celtics”, sentenció hace poco con un sabor que mezclaba el dolor y el rencor en su paladar. Es que pese a ser el equipo dominador de la liga, el estadio pocas veces superaba los 8 mil espectadores. La directiva realizó una encuesta entre los seguidores y el resultado mostró, una vez más, las miserias humanas: más del 50 % opinaba que había “demasiados negros” en el conjunto.
Bill Russell era un acérrimo luchador por los derechos y la igualdad racial. No le importaba contra quien o quienes tenía que ir. En un partido en Kentucky, el restaurante del hotel les negó el servicio a él y sus compañeros. “Decidí que no íbamos a jugar el partido. Les dije que era importante para mí jugar, pero también ser respetado por todos”, denunció con valentía. Los diarios pedían sanciones y multas. Era un miembro activo del “Black Power”, el movimiento que reivindicaba a los afroamericanos. Apoyó a Muhammad Alí cuando este se negó a ir a Vietnam y entabló una amistad con el boxeador. Y se negó a ir al palco mientras Martin Luther King daba su famoso discurso, “I have a dream”, sencillamente porque “no lo merecía, no me parecía lo correcto”. En 1968, fue elegido por la famosa revista Sports Illustrated como “Deportista del año”. “Hay veces que los premios vienen por ser un buen atleta, pero esto es por ser un buen hombre. Ese es su significado”, explicó.
Cuando Red Auerbach dejó la dirección técnica de Boston, en 1967, lo nombró su sucesor. Así se convirtió en el primer entrenador jefe afroamericano, y el primero en hacerlo mientras seguía jugando. Cuando fue consultado si la tensión racial no afectaría su labor, fue contundente: “Lo más importante es el respeto. Y en el baloncesto nosotros respetamos al hombre y sus habilidades”. Su debut en el cargo terminó con los ocho anillos consecutivos y todos empezaban a discutir la decisión de Red. Sin embargo, un año después, volvió a ganar la NBA llegando a su décimo título. Ya en el equipo no se encontraban Cousy o algunos de sus viejos compañeros, pero los reemplazantes seguían siendo de lujo. John Havlicek era el compañero estrella de Bill en esa época. “Vi a John una vez sentado y le pregunté si le pasaba algo. Me contestó que nada que tres mil dólares no pudieran arreglar, que quería más dinero porque lo necesitaba. Fui a hablar con Red y le pedí el aumento, era mi jugador estrella, pero le pedí que no le dijera que yo se lo había solicitado, necesitaba su lealtad con los Celtics, no conmigo”, contó una vez.
En la última temporada el equipo de Russell había bajado el nivel. Así y todo logró llegar a la final, aunque esta vez enfrente estaban unos súper Lakers, favoritos como nunca. Jerry West, Elgin Baylor y Wilt Chamberlain. “Eramos mejores, esa vez si que eramos mejores”, repitió una vez el hombre logo. Pese a los pronósticos, la serie llegó a un séptimo juego en Los Angeles. Todo estaba listo para la fiesta. Los globos se amontonaban en el techo, alguien juró que los contó y eran 10 mil. Pero había un as bajo la manga. “Encontré unos planos con los festejos y repartí las copias a los chicos”, dijo el jugador-entrenador. La pauta era la de todos los años: defender, rebotear y correr, ser fieras, rápidas. Fue el anillo final. Las palabras no salían de la boca de un Bill Russell que no lo podía creer. Tal vez la lesión de Chamberlain en el último cuarto influyó, tal vez no. Nunca se sabrá. Esa final de 1969 significó el undécimo anillo, la señal de que había que agregar un dedo en alguna mano o guardar una de las joyas en un cajón. También su último juego.
Hoy, Bill Russell cumple 80 años. Fue, es y será, indudablemente, uno de los jugadores más importantes que tuvo la NBA, no solo como deportista sino como persona, con un compromiso social en una época donde tenerlo significaba atraer miradas de todo tipo. Fue el impulsor del sindicato de jugadores junto a otras figuras, el hombre que siempre puso los valores y el respeto por sobre todo. Hace cinco años, David Stern lo homenajeó poniéndole su nombre al trofeo del MVP de las Finales. Recién 44 años después de su retiro, la ciudad de Boston lo reconoció como se debía construyendo una estatua con su figura. “Creo que si me abro las venas, tengo sangre color verde”, comentó con tono poético hace unos años. Es un luchador, un héroe de las tierras celtas de Boston. Es que, tal vez, Bill Russell haya salido de una obra de Tolkien. Tal vez, él haya sido el verdadero “Señor de los anillos” unique essay .
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