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El pibe que gambeteaba Dragones

Una oda a Ginóbili a todo lo que fue y todo lo que siempre será. Por Matías Muzio, especial para Rock 'N Ball

No sé si era el degradé genuino del parqué, o la luna y el sol peleándose por verte en primera fila. Solo sé que gambeteabas dragones porque eras el embajador plenipotenciario del fuego sagrado. Solo sé que llegabas al aro desplegando tus alas como un ángel justiciero. Te vi hacer pases de belleza infinita, como desnudando mujeres envueltas en terciopelo. Te vi tejer inventos con la delicadeza sublime de los mejores cuentos. Y te vi clavar dagas para despertar a los reyes de sus sueños, y hacer llover sonrisas sobre tus pueblos.

Te vi ser uno más para que se lucieran todos, te vi ser el primero en dejar hasta las entrañas y los huesos para salir del barro, del lodo. Te vi ser alfombra roja y potrero. Combinabas a la perfección la ilusión y la ciencia. Fuiste la determinación por excelencia. Fuiste profesor con gestos. Fuiste infancia y amateurismo para mantener vivo el juego, el placer en el pecho, a pesar de que el fuerte se caía y los mejores soldados se juntaban en un solo ejército.

Las alegrías, en las últimas estaciones del viaje, ya traían como impuesto ese pellizco al alma del inminente adiós. Generaste admiración porque pusiste a la humildad, el respeto, el aprendizaje, el compañerismo y el resultado en los estantes exactos. Tenés las vitrinas llenas de abrazos. Explicaste lo que es un fracaso y dejaste a los adictos al bardo barato bailando ridículos, atados a sus propios brazos. Pusiste a la palabra como declaración de principios y no como firma de un romántico suicidio, o una contradicción a golpe de bolsillo.

A los números propios ni siquiera los dejaste ser banda soporte del objetivo colectivo. Nunca te interesó ser All Star del Planeta de los Tibios. Ni miembro del Salón de la Fama de los expertos en caprichos. Siempre te importó más el equipo, sobre la tierra y ante los dioses del Olimpo. Los chicos y las chicas fantasean con recrear tus piruetas. El eurostep va a ser el primer juguete de muchos, “manufacturado” en sus propios patios, en sus propias fábricas. ¿Pero sabés cuál es la diferencia, cuál es tu verdadera marca registrada? No dicen “quiero jugar como Manu”. Dicen: “quiero ser como Manu”.

Ese es el tesoro que dejás en una era de tanto baldío conceptual y de espejos llenos de sombras. Sí, sé que no querés ser espejo de nada, pero tu reflejo le llega a cualquiera que quiere ser mejor y levanta la mirada. El pase de faja continúa su efecto hasta volverse una caricia imaginaria sobre la cabeza de un pibe, susurrándole que el esfuerzo rinde. El triple fallado antes del triple convertido, porque lo más importante es saber cómo levantarse, porque todos nos vamos a caer varias veces en la vida y en el deporte. Esos son los premios que nos regalaste.

Ver a Manu Ginóbili fue como sacar la sortija en la calesita de la que nunca te querés bajar. Fue descubrirse ante la pantalla con la sonrisa entera e irrepetible, como si fuera la primera Navidad. Fue recibirse de detective buscándote, mientras un compañero tuyo tenía la pelota y todos jurábamos que no te la quería dar. Provocaste todo eso. Fuiste todo eso y mucho más. No importa si tenemos 10 años, 20, 70 o 300. Verte jugar era la más perfecta montaña rusa mezclada con el primer beso. Podría decir que sos la mentira más grande de este mundo, simplemente porque no sos de este universo. Si clavaste un zapatazo sobre la hora y te cansanste de tirar caños sin ser futbolista, si atrapaste murciélagos, si a veces colocaste techos a rascacielos, si pusiste dos veces de rodillas a Estados Unidos. Ni a Marvel se le ocurrió semejante superhéroe, tan humano que sus superpoderes nos pasaban de largo.

Tengo tantos momentos para recordar… Tengo la puta y extraña sensación de que me robaron los paisajes, de que guardaron donde no sabe nadie al tren que me llevaba de los lugares comunes a tu mundo, donde la lógica reverenciaba tan seguido a la sorpresa. Tengo un no sé qué quemándome. Sos vos gambeteando a mis dragones que no quieren retirarte y abriendo el paracaídas en el corazón, porque las leyendas pasan a jugar ahí y en la memoria.

Cuando el cáncer se llevó a mi viejo, no me animé a decir un puñado de palabras enlazadas que tenía guardadas. Hoy las recuerdo, y lo recuerdo a él, emocionándose con vos aunque supiera tanto de básquet como yo de física cuántica. Lo recuerdo a él, y yo acá con tu camiseta y un par de lágrimas que no van a pegar la vuelta. Lágrimas que se van a vivir debajo de la piel, porque las lágrimas que son de verdad, como las que se merecieron vos y mi papá, nunca, pero nunca se secan. Emanuel David Ginóbili, gracias eternas.

Foto: USA Today