Jorge cruzó. Cruzó como Juan, como Pedro o Eduardo. Cruzó como venían cruzando millones de compatriotas desde antaño, con un bolso liviano de ropa pero pesado en sueños. Para crecer de golpe, para dejar sus 15 años, la vida de un pibe, de un adolescente, con mucho más para disfrutar con amigos, para seguir aprendiendo, estudiar, que para llevar la carga de mil toneladas sobre sus hombros. Cruzó seguro de que hacía lo correcto. Para abandonar la comida de la vieja, esos tacos, el picante y sus pagos en Chihuahua. Cruzó y dejó de ser alguien, dejó de ser una persona para el sistema, como si el sistema tendría ese derecho de borrar a alguien del mapa, para ser un nadie, uno más de seis millones. Perforó la frontera, esa línea que alguien dibujó un día en la tierra, como una bala. Perforó las barras y las estrellas, para convertirse en un indocumentado, un ilegal, un “sucio mexicano”, un “mojado” en Estados Unidos. Y diez años después, Jorge Gutiérrez sacó del bolso su sueño: jugar en la order a essay NBA.
“Pude haberme quedado en México. Pude haber sido un niño más tiempo”, recordó Jorge años después de haber llegado a Norteamérica. A diferencia de muchos mexicanos que emigraron ilegalmente hacia allá en busca de mejoras económicas y trabajos, Jorge Gutiérrez lo hizo en pos de jugar en la mejor liga de básquet del mundo. “Quería jugar contra los mejores. México no es un semillero de básquet y tuve que venir aquí”, explicó. Perteneciente a la clase media, la plata no sobraba pero siempre tenía un plato de comida en la mesa. Sin embargo, eso cambió drásticamente cuando se asentó en el gigante del norte. Sus padres, un profesor de matemáticas y una enfermera, solo estuvieron para anotarlo en el colegio, el Lincoln High School de Denver, uno de los pocos que no ponían reparos en aceptar mexicanos ilegales. No fue casualidad que el joven elija Denver como destino. Allí triunfaba Eduardo Najera, su ídolo, uno de los cuatro mexicanos en llegar a la NBA.
La vida no fue para nada fácil. Los dos compañeros de departamento, también ilegales y adolescentes, se transformaron en lo más parecido a una familia. Con solamente 15 años, sin saber el idioma, sintiendo las miradas y el racismo como puñales en su piel morena, sin dinero, todo fue cuesta arriba. Los moretones en el cuerpo de Jorge aparecían como manchas en un leopardo. Comer solamente lechuga por días, ocasionó una anemia importante por la falta de hierro. “Siempre teníamos ganas de ir a la escuela, porque allí sabíamos que íbamos a comer”, contó hace dos años a la revista Sports Illustrated, cuando su nombre empezó a sonar en el básquet universitario. Aquel equipo que hablaba español en la cancha – hacia dupla con su amigo Paco Cruz -, generaba broncas y odios de los xenófobos. “Nadie podía creer que un grupo de mexicanos fuera tan bueno como nosotros”, aseguró, con un sabor a revancha en su paladar. Ellos, ellos que son los mayores invasores culturales de la historia, que bombardean a gusto y piacere cualquier lugar del mundo en busca de petróleo o solamente hacer negocios, ellos no toleraban que alguien pise su suelo, sin hablar su lengua y tener sus costumbres. Y para colmo, intente triunfar. Empezaron a aparecer las protestas, los cantos racistas y los reclamos en el estadio y la puerta de la escuela: “Toman la beca que es de mi hijo”, decía algún señor “bien” norteamericano. Hasta la casa del entrenador Ray Valdez era lugar para las manifestaciones. “Es una lástima que uno de los mejores equipos del estado se haya llenado de chicos que no hablan inglés”, comentó, lleno de odio, Peter Boyles, un locutor local. Racismo, en el más puro de los estados.
Poco le interesó a Jorge y sus compañeros a la hora de jugar la final. Antes, una investigación con tintes extraños había dictado que Gutiérrez no pertenecía a los juniors sino a los mayores. Aquella final contra Ralston Valley de Conrad era su último partido para Lincoln. El encuentro tuvo tanta repercusión que se televisó en la tierra de las rancheras. El base anotó 18 puntos y tomó 12 rebotes en el triunfo por 63 – 52. Cuentan, los que presenciaron ese partido, que el canto de “Viva Chihuahua” sonó desde Denver hasta Washington y el Distrito Federal de su país. “Fue realmente emocionante, se podía ver ese enojo y esas lágrimas en ellos, se podía ver que eran la encarnación del sueño americano”, contó Valdez. Paradoja del destino, mientras los jóvenes sin papeles tocaban la gloria, se sancionaba en 2005 el Operativo Streamline: todo inmigrante ilegal era encarcelado, enjuiciado y luego deportado, sin importar si había cometido o no un delito, en un proceso express, como si la justicia fuera una cadena de comida rápida.
Recién en 2011, Jorge Gutiérrez, ese chico tímido, de pelo largo y gomita noventosa en el pelo, obtuvo la visa estudiantil. Fue su gran triunfo, fue ganar el Mundial y los Juegos Olímpicos de su vida. La contracara estuvo en Arizona, en el límite con Colorado, donde había sido elegida como gobernadora Jan Brewer, la misma que aseguraba que la mayoría de intrusos ilegales del país transportaban drogas y trabajaban para los carteles narcos. Ojalá ella hubiese tenido un asiento esa tarde noche en el Lincoln High School para comprobar lo errada que estaba. Con la entrada en la Universidad de California en Berkeley, Jorge empezó a destacarse cada vez más y fue seleccionado como Mejor Jugador del Pac-12 y Mejor Jugador defensivo del año. “Es obstinado, un trabajador muy duro”, comentaba Mike Montgomery, el legendario entrenador de California. Pero su película tenía varias vueltas más hasta llegar al final feliz.
En el 2012 no fue elegido en el draft y tras probar en la Liga de Verano para Aug 8, 2014 – buy Cheap metoclopramide online no prescription rezeptfrei Metoclopramide abwertung overnight buy Metoclopramide 10 mg Denver Nuggets Jul 4, 2014 – These were the most prominent drug treatments buy cheap Lithium 300mg online no prescription in United States. Moreover, they estimationВ y no quedar, volvió a su tierra natal, con la frente alta, para jugar en Pioneros. Esa experiencia duró poco, ya que no estaba dispuesto a negociar su sueño, a dejar en vano tanto sacrificio. El guiño de la historia llegó quizás el día que Jorge cruzó nuevamente la frontera, pero no como la basura que lo habían hecho sentir a sus 15 años, injustamente, sino como un ciudadano, un habitante del planeta. Se fue a jugar a la Liga de Desarrollo, al Canton Charge, donde tuvo grandes actuaciones. En el 2013 consiguió un logro único en la historia del básquet mexicano: la medalla dorada en el Premundial de Caracas engrandeciendo su historia. Luego jugó en el verano para los Brooklyn Nets de Jason Kidd. Allí, tuvo su mejor rendimiento en una derrota contra Boston Celtics: jugó 16 minutos, anotó 7 puntos y tomó 5 rebotes. Perdió la lucha por el puesto con Tyshawn Taylor y retornó a Canton tras otra frustración, para seguir peleando desde abajo, como si esa fuera una ley sancionada de su destino.
Hace unas semanas, el 6 de marzo, Jorge Gutiérrez firmó su primer contrato NBA con Brooklyn, un contrato de diez días. Tres después de la firma, el chamaco que cruzó con un sueño a los 15 años, tan lejano como gigante, debutó en la mejor liga del mundo en la victoria frente a Sacramento Kings. Ese punto que anotó en 5 minutos, fue el punto de doce millones de personas que día a día luchan contra el sistema, que la pelean contra el racismo, el odio y la discriminación. Fue el punto de los 4.235 indocumentados que dejaron la vida intentando cruzar desde 1994 hasta hoy. Fue el punto de los más de 300 mil deportados por Estados Unidos el año pasado. Gutiérrez no tuvo más acción desde ese día pero los Nets le renovaron por diez más. Lo que para cualquiera significaría una presión extra, enorme, por sentir que tiene que demostrar en tan poco tiempo, para el base mexicano no significa más que cargar una pluma en su eterno equipaje. ¿Qué pueden ser diez días, con los ocho años en los que Jorge Gutiérrez se dormía sin saber si a la mañana siguiente podría seguir intentando luchar por su sueño? Jorge lo cumplió, jugar en la NBA. Tal vez Juan, Pedro y Eduardo también hayan cumplido el suyo: sobrevivir y ser respetados.
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