Ya está. Se llegó hasta acá y duele, pero de nada sirve echar en cara culpas y acaparar la atención haciendo pública la indignación. La situación es límite, impensada, pero difícilmente se solucione con la demagogia del oportunismo. Todos conocemos el pasado y presente de la Selección y podemos, de alguna manera, encontrar causas y posibles soluciones a este descalabro sin desvirtuar esa búsqueda. Es mentira que se llegó a esto porque a los jugadores les da lo mismo ganar que perder, no matemos el análisis con una conclusión simplista.
Hay razones futbolísticas para entender este momento: una de ellas es que se cambió el entrenador sobre la marcha aún con un equipo en funcionamiento, más allá de las dolorosas finales perdidas ante Chile. La Copa América de 2016 había mostrado al equipo en un nivel óptimo, pero que cometió su tercer tropezón al hilo y entró en la pendiente. Martino se cansó del desorden del fútbol argentino previo a los JJ.OO. y pegó el portazo. Asumió Bauza: otro estilo y otra experiencia para iniciar un ciclo que, raramente, no arrancó con un equipo mareado en su mecánica o con serias dificultades en su posición (estaba tercero en las Eliminatorias).
Al desgaste psicológico propio de los tres subcampeonatos se sumó no sólo el físico, ya que la camada es cada vez un poco mayor en promedio de edad, sino también una confusión futbolísitica y un bajo nivel individual que no se veía desde la Copa América de Batista y los comienzos de la era Sabella. Y a pesar de que los más apuntados siguen brillando en sus clubes, las fallas personales y los escasos aportes del equipo en la Selección los deja expuestos todo el tiempo.
Pero más allá de la parte que le toca a los futbolistas y que es necesario rever para cambiar la imagen, el contexto es ideal para que todo sea aun más complicado. La AFA fue (y esperemos deje de ser) una bolsa de gatos, parte del público parece una masa de ciudadanos nerviosos que trasladan a los jugadores sus problemas personales, un sector del periodismo hoy defenestra a los jugadores y mañana les chupa las medias, y el cuerpo técnico lejos de aportar soluciones confunde cada vez más con sus decisiones. Encima, no se sabe bien porqué, parece que Messi y sus compañeros le debieran algo al país. Una locura.
Diego Latorre dijo en Radio Rivadavia que en los últimos 15 o 20 años, en Argentina nos conformamos con el nivel de los jugadores y desatendimos todo el resto, algo que no hicieron selecciones como España, Chile o Alemania. Es un buen punto para encontrar las razones del presente y abrir el abanico a todo lo que ello trajo aparejado. Pero es necesario expandir ese meaculpa: algunos de los periodistas más visibles, por ejemplo, no sólo se muestran como los dueños del saber deportivo, también parecen tener la potestad de influir en la elección de entrenadores, jugadores o tácticas sólo por el poder que su popularidad les confiere.
El rating es un arma más poderosa de lo que parece, no hay que regalársela al que más grite, critique o se enoje. ¿O de verdad eso aporta algo? Tampoco ayudan, aunque cada uno es dueño de hacer lo que quiere, la multiplicación de directores técnicos que lograron las redes sociales, y la rara pero no sólo argentina interpelación que el público hace de los jugadores de fútbol, que los pasa de héroes a villanos sin que sean de nada de eso. Encima, y a pesar de los reiterados traspiés, sigue viva la máxima de que la Selección es superior a la mayoría y que los partidos deben ganarse holgadamente por el sólo hecho de ser Argentina.
Es imposible disentir en que Higuaín está en un nivel muy bajo con la celeste y blanca, pero es ilógico insultarlo porque no fue a atorar al arquero rival a los 87 minutos, con un equipo totalmente cansado y sufriendo el partido. Quizás tanto a él como a Agüero, y porqué no a Di María o al mismo Romero, les haya llegado el momento de dejar su lugar. Ojo, no es una decisión que tengan que tomar ellos, pero está claro que hay un desgaste psicológico y que el quiebre en la relación con el periodismo y la gente hace casi imposible que la pelota haga lo que ellos quieren.
A partir de ese recambio, de una defensa asentada (salvo algunas dudas de Rojo, que igual es el mejor disponible para el puesto), de un Messi inamovible y de un Dybala que pide pista, buscar hasta encontrar un equipo que deje de estar fragmentado, que todos sepamos a qué juega, evite ser “Messidependiente”, gane con más frecuencia y que su funcionamiento sea coherente con los triunfos que lleguen.
El problema es estructural y se nota, por eso señalar con el dedo le queda muy chico a la situación. Brasil lo entendió y no se conformó sólo con cambiar al entrenador, también se animó a decirle a jugadores como Filipe Luis, Thiago Silva, David Luiz, Robinho, Fred o Hulk que no eran indispensables. El destino de la Selección no depende de nosotros, pero podemos hacer un poquito, un mínimo aporte, para torserlo a nuestro favor. Y porqué no, esperar a que la FIFA atenúe esa disparatada sanción a nuestro mejor jugador, sin olvidarnos que al fútbol se juega de a 11.
Foto: lanueva.com
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