Pocas son las relaciones bilaterales argentinas que llegan habitualmente a las portadas de los medios masivos de comunicación. En general, son aquellas que se llevan adelante con países geográficamente cercanos o con Estados Unidos, más allá de algunos países europeos en particular (Francia o Italia, por caso). Sin embargo, a la relación entre Argentina y Rusia – anfitrión de la inminente Copa del Mundo – no se le ha dado mayor importancia por sí misma, sino solo desde el punto de vista de la política interna.
Para entender por qué sucedió esto, es necesario recordar que Rusia es una democracia solamente en los papeles. A pesar de que se supone que existe división de poderes, los analistas internacionales coinciden en señalar que todos están supeditados al Presidente de la Federación, Vladimir Putin. Asimismo, medios de todo el mundo afirman que sus elecciones no son limpias o que directamente son fraudulentas. Por su parte, Amnistía Internacional lleva años denunciando violaciones de derechos humanos ocurridas en Rusia. Entre ellas, en su informe 2017/2018 mencionan hostigamiento a ONGs independientes y a opositores en general, torturas, persecución de minorías religiosas y sexuales y vulneración del derecho a un juicio justo, entre otras.
Con la sociedad argentina inmersa en una discusión facciosa, un mandatario que iniciara una relación con un régimen así sería criticado fuertemente por la oposición, aún cuando su motivación no fuera política. Esto sucedió con Cristina Fernández de Kirchner, que recibió a la primera visita oficial de Putin al país con vistas a la firma de acuerdos cooperativos para el desarrollo de energía nuclear con fines pacíficos y a consolidar el aumento de las exportaciones, que ya venía sucediendo (pasaron de 1.462 millones de euros en 2012 a 1900 en 2013, según el diario El Mundo de España). Además, el mandatario ruso apoyó el reclamo argentino por la soberanía en las Islas Malvinas.
En ese momento, la indiferencia de la opinión pública podía excusarse: curiosamente, el encuentro entre los mandatarios se produjo el día antes de la final del Mundial de Brasil 2014 entre Argentina y Alemania. Sin embargo, las críticas opositoras en Twitter fueron lapidarias. Elisa Carrió dijo que el acuerdo entre ambos países era “peligroso” y acusó al mandatario ruso de “desalmado” y de propulsar “stalinismo de negocios”. Patricia Bullrich, por su parte, sostuvo que Putin era “igualito a los K” por su política de “control de la prensa, insulto a los opositores y apriete a la justicia”. Laura Alonso agregó: “ahora somos amigos de Putin: tachame la doble”.
Las tres dirigentes pasaron de ser oposición a ser gobierno el 10 de diciembre de 2015. Con la victoria de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales, Carrió se mantuvo como una de sus espadas principales en Diputados, pero tanto Bullrich como Alonso asumieron cargos en el Ejecutivo (la primera, Ministra de Seguridad; la segunda, titular de la Oficina Anticorrupción). Sin embargo, lejos de romperse, la relación con Rusia continuó. Si bien el pico comercial del 2013 no fue alcanzado nuevamente, Putin le manifestó a Macri en septiembre de 2016 en la reunión del G20 realizada en China que Argentina es para su país “un socio muy relevante”.
Tanto es así que el propio Macri viajó en visita oficial a Rusia en enero de 2018, para abrir “campos de cooperación” en materia de “energía, logística y agroindustria”. Sin embargo, la buena sintonía (menor que con Cristina, de todos modos) parece haber ido más allá, puesto que Putin afirmó, como bien señala Infobae, que “con el presidente Macri compartimos muchas posturas sobre la agenda internacional“. En tanto, según consigna el Diario Perfil, este último retrucó: “el nivel de acompañamiento popular de Vladimir Putin es casi único en el mundo”. Este último punto es el más contencioso, puesto que tiene que ver específicamente con el fraude electoral, que es una de las situaciones más criticadas sobre Rusia.
Ante el silencio de las que otrora han sido las dagas filosas del oficialismo sobre este tema, el kirchnerismo se encargó de señalar la “doble vara” de Cambiemos (omitiendo las situaciones en las que ellos mismos incurrieron en esa práctica, que – como se argumentó anteriormente en este mismo espacio – es común en la política argentina). Se observa entonces que la relación entre Argentina y Rusia ilustra un comportamiento habitual en nuestro país.
Es necesario que la conversación entre oficialismo y oposición sea, en este tema y en todos, más honesta y constructiva. Por ejemplo, toda la clase política podría preguntarse si el Estado – como tal – está dispuesto a sentarse a negociar y a firmar acuerdos de cooperación con un país de las características descriptas más arriba, siempre en pos de los intereses de los ciudadanos argentinos. No necesariamente está mal o bien en términos absolutos hacerlo, pero no es leal acusar al otro por eso y luego repetir el comportamiento.
Mientras eso sucede (en realidad, probablemente no), Macri tiene preparada otra visita a Rusia. El Presidente irá a ver los dos primeros partidos del Mundial y, si todo sale bien para nuestra selección, la final. Por eso, haciendo gala de su catolicismo, lanzó la frase más recordada de su primer encuentro con Putin: “Dios y Messi dirán si podemos ganar el Mundial”.
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