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Argentina, despedazado por mil partes

Como el icónico disco de La Renga, la Selección está destruída. Tiene la cabeza corroída, la psiquis en llamas y Rusia 2018 le queda todavía más lejos que los 13.749 kilómetros que separan Buenos Aires de Moscú.

Lionel Messi pateó un puñado de tiros libres ante Brasil. Ninguno pasó la barrera. Para alguno será un detalle. Un detalle bastante boludo además, pero no lo es. Fue de los peores partidos de Messi en la Selección Argentina en mucho tiempo. Aislado, inconexo, perdido, incluso le costó darle buen destino a las pelotas paradas. Desinflado. Y Messi es un símbolo y también un síntoma de un equipo destruido y derruido. Al que la cabeza ya no le da. Al que la psiquis le quedó arruinada detrás de ríos de tinta de esos que “juegan sin arcos” y jamás perderán, de memés en Internet y de interacciones en las redes sociales.

Messi se va así del Mineirao. Bauza intenta consolarlo.
Messi se va así del Mineirao. Bauza intenta consolarlo.

Luego del fracaso de Sergio Batista, que había agarrado la Selección que le legó Diego Armando Maradona, llegó Alejandro Sabella, con las eliminatorias ya arrancadas y logró enderezar el barco en una tarde de muchísimo calor en Colombia. Lo hizo arriesgando con Di María, Messi, Agüero e Higuaín juntos. Fórmula que una vez que Sabella dejó el buzo de DT, post final del Mundial de Brasil 2014, casi no volvió a repetirse.

En 2015 y 2016, con Gerardo Martino como DT, Argentina alcanzó dos finales de América seguidas. Las dos las perdió: ante el mismo rival y por la misma vía. Tres finales en tres años. Las tres perdidas. Ningún gol. Un DT que se fue ante la intolerancia de no ser los mejores (Martino) y otro que llegó en medio de un quilombo de nóvela en la AFA, como si Don Julio estaría orquestando todo desde arriba (o desde abajo) para demostrar que sin él no se puede.

Inmerso en un caos institucional, casi sin precedentes, AFA vio como la FIFA le armó la Comisión Normalizadora, como paso previo a intervenirla. Al frente quedó Armando Pérez, por cercanía con el presidente Mauricio Macri y lo que parecía “ordenarse” fue para empeorar. Casi que un casting para elegir el DT, para quedarse con el que sugirió (¿y puso?) Fernando Niembro: Edgardo Bauza, que venía de la gesta de San Lorenzo Campeón de América 2015 con un juego efectivo, pero jamás atildado, que estaba tachado de defensivo. El Patón para dirigir a Messi, Higuaín, Agüero, Di María que son, libra por libra, de los 10, 15 mejores delanteros de todo el mundo, sacando a Messi que es el mejor de todos, de manera indiscutida. No parecía ser el perfil ideal de DT con esos jugadores. Y quedó claro muy rápido. Argentina jugó con Bauza cinco partidos, dos con Messi y tres sin (Venezuela, Perú, Paraguay). Ganó uno sólo, ahí nomás, con Messi en cancha y con gol de él.

La historia dirá que le ganó a Uruguay, empató con Venezuela, empató con Perú, perdió con Paraguay y ayer lo goleó Brasil. Lo más importante, sin embargo, será aclarar que hay una involución marcada en la Era Bauza. A Messi parecen haberlo desconectado del resto de sus compañeros, Bauza realiza convocatorias “a pedido” de la prensa y son esos mismos jugadores a los que deja fuera del banco. O sea, de cambiar nada. Aparecieron los Lucas, Alario y Pratto, de gran presente en River y Atlético Mineiro respectivamente, Fernando Belluschi, Julio Buffarini y Marcos Acuña, de San Lorenzo y San Pablo, tres tipos por los que apostó el DT. A ninguno le dio minutos, excepto al de River, al que hizo jugar lejísimo del área ante Uruguay, en el debut y al otro Lucas, quién le empató el partido ante Venezuela, cuando el 1-2 parecía un hecho. De lo que le dejó Martino, sólo tomó a Ramiro Funes Mori y Nicolás Otamendi. No bancó a Mercado en lugar de un deslúcido Pablo Zabaleta, ni encaró la renovación del medio con Matías Kranevitter en lugar de Mascherano. Era la oportunidad para continuar el trabajo de Martino, tal y como hizo Tite con el de Dunga, que quizás no relució en el juego y en los resultados, pero sí aportó mucho para que en Brasil, de aquel 1-7, queden apenas tres futbolistas.

Messi se va así de Belo Horizonte: derrotado y aturdido.
Messi se va así de Belo Horizonte: derrotado y aturdido.

Es el juego, estúpido
El tema igual, más allá de ese repaso que intenta mostrar un “intento” de cambiar caras es, ¿a qué juega Argentina?. Intérpretes tiene, de sobra, quizás algunos no han sido llamados aún, pero están. En el hoy por hoy no se sabe a qué juega. El equipo de Sabella, el de Martino, se sabía a qué jugaban. Podía gustar o no, emocionar o no, endulzar los ojos futboleros o no, pero estaban a la vista. El de Bauza no. Ni de cerca. No se parece, ni siquiera, a un equipo típico del Patón. Ante Brasil, salió con un sólo punta y con un Messi devuelto al primer equipo tras su lesión. Asustado de entrada. Asumiendo inferioridad desde el vamos, pensando más en retener y maniatar a Brasil que en aprovechar el regreso de Messi al primer equipo.

Después de tres finales en igual cantidad de años, se hermanó con la asociación del fútbol que representa en el caos y la destrucción. Al que la cabeza no lo deja en paz, al que perder tres finales seguidas le comió la psiquis, y al que este DT cauteloso, y absorbido por “el deber ser”,  amigo de la ‘media inglesa’, no ayuda. Así, Argentina se olvidó de quién es. Padece alzheimer, ausencias, no se acuerda a qué jugar. Lo que Messi, Mascherano, Agüero, Higuaín, Di María replican semana a semana, pareció quedar en el avión. Como si antes del partido, alguien les hubiera dado la pelota de Space Jam, esa que les chupa el talento. Neymar, compañero de Mascherano, lo sometió cada vez que pudo, como si ambos fueran de otra categoría o jugaran a dos deportes distintos. Y justamente Neymar, y justamente Brasil son la respuesta. O el camino.

Messi y Neymar, amigos. El crack de Brasil consoló al argentino.
Messi y Neymar, amigos. El crack de Brasil consoló al argentino.

Brasil, el camino a seguir
Después del 1-7 ante Alemania, completado por un 0-3 ante Holanda 72 horas después, Brasil eclosionó. Se autodestruyó. Jugadores viejos, que jugaban por DNI y no tanto por actualidad lo llevaron a derrumbarse en el peor momento posible: en su Mundial. Hubo un duelo lógico en un país que respira fútbol y también estuvo la cabeza de Scolari en una bandeja de plata. La llegada de Dunga, que inició la renovación de nombres, aunque insistió con viejos vicios y debió irse tras un nuevo “porrazo” en la Copa América Centenario. Su paso fue de transición. Así llegó Tite, bastante pedido en Brasil, desde el San Pablo. Y él sí encaró la verdadera renovación: la del juego. Brasil recuperó la memoria. Aparecieron Gabriel Jesús, Filipe Coutinho. Paulinho y Fernandinho adquirieron la relevancia que con Dunga no tenían, los centrales dejaron de ser Thiago Silva y David Luiz y pasaron a ser Marquinhos y Miranda. Y Neymar se puso la pilcha de conductor responsable. Siempre Neymar. Pero no sólo Neymar. Dani Alves, ex compañero de Messi en Barcelona, lo definió muy bien: “Messi y Neymar están para hacer la diferencia. Nadie puede divertirse sólo”. Y Messi se aburrió de lo lindo en el Mineirao y con él toda la Selección. Ney, en cambio, fue la figura indiscutible, es el líder futbolístico de esta Selección. El que lo condujo a colgarse su primer oro olímpico este año en Río 2016 y el que ahora lidera a un Brasil que se parece muchísimo al pentacampeón del mundo, que lidera la eliminatoria y que sometió a la Argentina. Porque fueron tres, pudieron ser cinco o seis.

Antes, eso sí, tuvo que existir el sismo del “Mineirazo“, ver la superioridad teórica e histórica de ser la Selección más campeona reducida a cenizas, pisoteada por una Alemania prepotente y el “detalle” de que Argentina sí alcanzó la final, aunque después la perdiera. Eso sacudió a Brasil hasta los cimientos, una selección que emprendió el camino de la renovación, que además le imprimió al Scratch esa “vieja esencia” que hacia años no tenía. Laterales que pasan al ataque, la magia de Ney, delanteros picantes y todo con la pelota por el suelo, circulación, triangulación. Brasil volvió a ser Brasil. Argentina, en cambio, es una triste exposición del equipo que alguna vez fue. Y no hablamos de 1986, cuando fue campeón del mundo. Hablamos de 2014, cuando llegó a la final del Mundial, sabiendo a qué jugaba y casi con los mismos intérpretes. Al menos, en la cancha.

Neymar ya marcó el segundo. Detrás, Romero, Mascherano, Mas y Funes Mori sufren.
Neymar ya marcó el segundo. Detrás, Romero, Mascherano, Mas y Funes Mori sufren.

Un dato: De los 11 jugadores que Brasil puso en cancha el día del 1-7, jugaron ante Argentina solo Marcelo y Fernandinho. Paulinho quedó en el banco y, claro, Neymar hubiese jugado de haber estado disponible. El dato también saliente es que, salvo Neymar, Brasil no convocó nunca más a los delanteros que jugaron el Mundial de Brasil 2014: Fred, Hulk y. Ya con Dunga empezaron a aparecer Douglas Costa, Gabriel Jesús y Roberto Firmino, quienes ahora, con una idea de juego, se asentaron muchísimo más. Argentina, en cambio, varió nombres en las listas, pero no en la cancha. Martino llevó durante su ciclo a Mercado, Garay, Augusto Fernández, Erik Lamela, Matías Kranevitter, apostó a una dupla central con el del Everton y Nicolás Otamendi, jugador del ciclo Maradona. 

Es tiempo de hacer lo que hizo Tite: cambiar sin temer. Apellidos de los que van a la cancha. Si Agüero e Higuaín no rinden, no tener miedo de llamar a Icardi, Alario o Dybala, pero para que sean titulares. Quizás sea tiempo de Kranevitter en lugar de Mascherano, de Mercado por Zabaleta. De meter mano en serio. De dejar de convocar per se y empezar a convocar para renovar en serio la Selección Argentina. Así no va más.

Ante Colombia no debe ser una final, debe ser un punto de partida
El partido ante Colombia, según algunos jugadores, es “una final”. Error. La situación en la Eliminatoria no está cómoda, es sabido, pero hay que pensar el partido ante los cafeteros como un “borrón y cuenta nueva”, no como una final. ¿Hay que ganar? Sí, claro. Pero sería bueno fijarnos en el “cómo” también. Si Bauza le presta atención a las maneras, si todos dejamos por un momento el “Hay que ganar” y lo reemplazamos por “cómo ganar”, quizás, las cosas empiecen a salir mejor. Argentina podría ver Rusia 2018 por TV. ¿Vale la pena eso para reformular la Selección? Puede ser, pero la gran mayoría no quiere que ese sea el costo a pagar. No parece necesario con todo el material que hay. Sería un pecado. Uno más de esta Selección Argentina que es carne de diván y que en el Mineirao se terminó de romper en mil pedazos, habrá que ver si, como dice aquella canción, también quedó desnudo para siempre.