“El Griego” Iconomidis está desde el primer programa, allá por el 17 de octubre de 2006, día cargado de historia peronista. En esa primera emisión, eligió clips en vivo de Black Sabbath, Deep Purple, Ramones, The Jam, Johnny Winter y Lynyrd Skynyrd.
La música se metió en sus venas cuando era muy chico y se afianzó como identidad durante la última dictadura. En los ’90 fue dueño de una disquería y comenzó a coleccionar CDs, DVDs, vinilos y VHS. De esa vasta colección elige el material que aparece en el programa.
Rock And Ball: ¿Dónde y cuándo nace tu amor y locura por la música?
Marcelo Iconomidis: La música en general desde siempre, con los géneros variopintos que circulaban por mi casa cuando era niño. El rock en particular fue a partir de los 8 o 9 años, de manera inconsciente por un compilado de Alta Tensión que me habían regalado mis primas mayores. Había un tema fascinante que se llamaba “La danza de la lluvia”. Luego descubrí que esa banda eran los canadienses The Guess Who.
Unos años después el rock ya aparece como un refugio ante la llegada de la noche negra y la lluvia permanente: el comienzo de la dictadura de 1976. Se fortalece el ghetto, el disfrute de una contracultura tardía y los primeros pasos de oposición y definición de identidades.
RNB: Rock y fútbol. ¿Cómo se entrelazan en tu vida?
MI: Forman parte de mi infancia y adolescencia. En la época que me tocó vivir ambos funcionaban como compartimientos estancos, no se cruzaban o muy poco. La convivencia generaba tirantez. La futbolización del rock y la rockerización del fútbol de la década de los ‘90 me encontraron fuera de ese eje, por edad y por historia personal. Siguieron funcionando de la misma forma. Fue una época de mayor exploración, por la popularización del disco compacto, de los bordes y descartes de la cultura rock. Los discos que no se conseguían en vinilo en la década anterior fueron perlas apreciadas en los ‘90.
RNB: Definición de melómano. ¿Cuán cerca te ubicás de ese rótulo?
MI: Si definir a un melómano implica un sujeto relacionado de manera obsesiva sólo con y para la música, estoy lejos de ello. La música la entiendo como proceso, más allá del disfrute subjetivo que me produce y la conexión interna con la abstracción del sonido. Así es como funciona de manera interrelacionada con otras disciplinas. No colecciono discos como si fueran figuritas, no tengo obras en soporte de los artistas que no me interesan.
RNB: Con el paso de Peter Capusotto y sus videos a TNT se abre un nuevo tipo de programa. ¿Por qué el cambio de los videoclips a los sketches de “La línea de Zeus”? ¿Un mero cambio debido a tiempos de programa o la necesidad de renovarse?
MI: Más que relacionarse con un tema de tiempos en el programa fue el desinterés de TNT en el video musical. Por otra parte, “La línea de Zeus” ya existía, pero en un formato de mayor duración, con una narrativa exclusivamente visual y funcionaba como proyecto abierto para varios realizadores que se iban sumando con sus ideas a la línea en un tiempo sin fin. Fue presentado en algunos espectáculos como primer número antes del concierto de una banda. La necesidad de renovación personal dentro del programa también estaba presente, sumado a la búsqueda de un formato propio en lo estético. Creo que se había cumplido un ciclo. La intención de contar historias y plantear interrogantes sobre la relación entre música, historia, sociedad y aspectos culturales sintetizados en breve lapso de tiempo, hace rato que la tenía en agenda. Cabe aclarar que el desinterés de los canales de TV sobre el video es porque se establece una confusión bastante extendida en el medio: al video se lo asocia exclusivamente al videoclip de la década de los ’80, y se confunde con el registro audiovisual o con los fílmicos de música. Son formatos bastante diferenciados.
RNB: ¿Qué es lo que más te gusta de trabajar con Diego Capusotto y Pedro Saborido? ¿Y lo que menos te gusta?
MI: La empatía y el feedback. Las cuestiones generacionales que nos atraviesan y el plano de libertad y respeto en el que nos manejamos. La duda atávica. Lo que menos me gusta, lo reservo.
RNB: ¿Con qué público te sentís más cómodo a la hora de idear las producciones? ¿El de un canal del Estado o el de una multinacional?
MI: No podría mensurarlo porque nunca pensé en el público. Al tener una exposición menor que Capusotto y Saborido no lo tuve en cuenta. Quizás también la falta de pertenencia previa al medio televisivo ayudó que así sea. Sin embargo, tengo mayor afinidad musical con el público sub 40 que con mis contemporáneos en edad. El desprejuicio en las escuchas es algo que comparto con personas de menor edad. Mis pares generacionales tienen una visión bastante pobre; el endiosamiento de clásicos de dudosa calidad, el rechazo a todo artista que desconocen por falta de tiempo o interés (o que descubren una década después como si viviéramos en tiempos pre-internet), o el patético corrimiento hacia un jazz etéreo y de sala de espera sólo por la creencia de haber superado una etapa mal transitada.
RNB: ¿Qué opinás la situación político-cultural que atraviesa Argentina?
MI: Que estamos atravesando otra nueva etapa del período neoliberal, esta vez con votos propios y con herencia de derechos sociales que quedarán como parte del decorado. La pregunta es si el kirchnerismo corrió los límites de la sociedad hacia la izquierda con su máximo tolerable, o si quedó a medias con las reformas necesarias para organizar, de una vez por todas, un capitalismo nacional con un alto rol protagónico del estado. A la luz de las elecciones donde la mitad de la población, sin análisis sobre el devenir de la historia, eligió que quedemos rehenes del ciclo neoliberal (endeudamiento externo, exclusión, espejos de colores con las importaciones). Parecería que el límite ideológico de nuestra sociedad no se mueve del elemento aspiracional de consumo para los sectores medios con una profunda raigambre de odio histórico. El freno a la inmundicia del macrismo creo que va a estar delimitado por el precio en las góndolas, por un lado, y la capacidad de construir organización popular, por otro. La cultura amarilla es la representación frívola y banal de este proceso. Es Darío Lopérfido y Tecnópolis con sus 8960 desaparecidos, es el “festival emergente” con su rock oficial y pop para padres, es Hernán Lombardi y su medievalismo palermitano, es Piter Robledo y Alejandro Biondini. Es como un circo freak clasemediero de riesgo 0 y de banalizadores de las pasiones. La herencia recibida de la Alianza y la banda de comedores de pescado crudo.
RNB: ¿Te dejas un tiempo para la TV, la radio y los diarios? ¿Con qué programas, emisoras y periódicos te sentís más afín?
MI: Prensa escrita, primero. Tanto en papel como digital. Luego radio y TV, en ese orden. Página/12, Tiempo Argentino, La Nación, Anfibia, RT, Mundiario, Nodal, El Pájaro Rojo, Laika y Gratuita, AM750, y en TV en los últimos meses sólo consumo películas, muy poco que tenga que ver con reportes periodísticos. Eso es una gran cloaca. Casi no existen periodistas de análisis político en TV. La mayoría son “quintacolumnas”, operadores y servicios de inteligencia.
RNB: Si tuvieras la capacidad cósmica de transportarte a cualquier lado en cualquier época. ¿Qué momento elegirías y por qué?
MI: Primero, Plaza de Mayo, el 17 de octubre de 1945 para ser partícipe de un auténtico sinceramiento. Segundo, Festival de Monterrey Pop en 1967 porque todavía la llamada contracultura tenía alguna razón de existencia. Y tercero, Francia, entre las primaveras de 1793 y 1794 para terminar con la tarea que quedó a mitad de camino.
Foto Matías Corral
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