El espacio subterráneo que surca la avenida más larga del mundo es testigo de los constantes chistes y chicanas que se aplican Darío Vidotto y Matías Sepúlveda, quienes contribuyen así a diseñar un ámbito de laburo muy ameno donde la algarabía flota permanentemente sobre todo los que los rodean”. El folklore es el eje. La base. Lo que los une. Y así lo manifiestan al presentarse a dos voces: “Bueno, vamos a hacer un poco de música para este viaje. Folklore es lo que hacemos. Se viene la canción “Soltando Coplas”. Nos encuentran en Facebook como “Matías Darío”. Hace ya 7 años que se conocieron en el Instituto Universidad Nacional de las Artes (IUNA) donde tiempo después se egresaron tras lograr graduarse y ser Licenciados en folklore. ” Pero ¿Cómo llegaron a tocar en el subte?.
“Llegamos al subte porque trabajamos bailando folklore además de ser músicos. Nos encontramos en la puerta de la facultad, él con la guitarra. Ahí hay mucha gente que baila y canta folklore”, comenta con entusiasmo Darío, derribando además velozmente el instaladísimo mito de que todo músico, en general, carece del dominio de su cuerpo y por lo tanto se expone de inmediato al ridículo si cree propicio ponerse a bailar. “Somos la excepción a la regla, dicen que el que toca nunca baila (todo entre risas). En la peña bailamos y tocamos”.
Pero aquí no sucede. Se le animan al tango también. Si hasta bailaron en Caminito y en San Telmo. ¿Improvisación? No, formación: Ambos tocan, cantan y bailan. Matías se vio seducido por el folklore a causa de un amigo que lo llevó a bailar a la casa de su prima que también baila, cuando tenía 12 años. En tanto Darío aprendió en un Instituto de folklore en Avellaneda, a los 8 años. “Me interesó porque tengo parientes que son de San Luis”.
En cuanto a las canciones que eligen para interpretar, cuentan con un amplio repertorio, como no podría ser de otra manera: “Tenemos samba, chacarera, escondido, cuecas cuyanas, bailecito, chacarera doble, simple, gato. Muchas danzas acá, arriba del escenario. Perdón, digo de dentro del subte”. (Hermoso furcio que refleja la responsabilidad con la que asumen el compromiso de tocar donde sea).
Por supuesto y desde ya, tienen sus favoritos, como por ejemplo “Luna cautiva” de Chango Rodríguez “La hacemos muy seguido, a la gente le re gusta, se siente un murmullo cuando la estas cantando, porque es muy conocida, y además transmite. Tenes después Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros, Los Manseros Santiagueños”. Y claro, muchos los ven con cancha y aprovechan: “Siempre vienen y nos piden temas. La gente de repente nos pide una, del Chaqueño ponele, “Amor salvaje”. Y bueno, la cantamos. Capaz otra que podemos sacar al toque”.
Es ya una costumbre que la cabecera del Subte A se convierta en una especie de congregación donde, alrededor de las siete de la tarde convergen músicos oriundos de distintas ciudades que abordan géneros y estilos muy variados y poseen influencias muy diversas. Pero en todos los casos la recepción de la gente tiende a ser muy positiva: “Acá es una coctelera de música, nunca nos pusimos tan de acuerdo los músicos de muchos géneros para poder tocar. Estamos todos conectados entre sí. Son muy buenos los pibes que tocan en la línea A. Hay de todo, raperos, folkloristas, rockeros, gente que toca clásico. Y no sólo músicos, sino actores y pibes que vienen a hacer stand up”.
¿Y por qué prefieren el subte para tocar? “Por la recepción. Está todo más compacto, la gente viene sentada o parada pero toda compacta en un mismo lugar. No es lo mismo tocar parado en la estación. O en la calle, que la gente va y viene, pasa. Nosotros hemos bailado en la calle, tuvimos todas las experiencias. Y tenes gente que se te para, otros que pasan de largo, algunos curiosos que capaz escuchan un momento y se van. Acá es mejor la recepción porque adentro de un vagón te vienen escuchando todos. Aparte tenemos voces fuertes, nos van a escuchar seguro, ja”.
Pero no sólo se quedan con las gratificantes devoluciones que les hacen los pasajeros que tienen la suerte de escucharlos, sino que también se presentan en otros lugares, bajo otros formatos: “Tocamos en peñas, y en algunos bares también, siempre juntos. Algún día llegaremos a ser como Dúo Coplanacu”, bromea Darío. Aunque podría permitirse dudar hasta donde, ya que con pocos años de trayectoria han recorrido lejanos puntos bailando y cantando: “Estuvimos en Brasil, Bolivia, recientemente en Miami. Vamos contratados desde Argentina para bailar allá, unos diez días, en teatros. Es una muy linda experiencia porque tenes otra recepción con otro tipo de gente. Se conoce mucho el tango, obviamente.”
“De siete a nueve y media estamos laburando acá, tenemos dos horitas para trabajar. Somos unos 30 músicos acá en el subte y estamos organizados en ese horario. ¿Y si quiere entrar alguien nuevo? “Le explicamos como es la ronda, como se maneja el movimiento acá. Obviamente siempre primero salimos los que somos mas viejos. Y suben de a tres músicos, dos adelante y otro atrás. O uno y uno.” ¿Y existe alguna pica con los que salen a vender? “Con los vendedores no hay problema, ellos trabajan en su horario nosotros en el nuestro”.
Este dúo es la plena demostración de que la formación técnica, el carisma y la sensibilidad no sólo pueden coexistir amablemente sino que potencian la interpretación de una canción que no se verá interrumpida ni cuando en la introducción presenten amablemente al cronista de Rock And Ball que los acompañará durante el resto del recorrido, ni cuando durante el puente difundan su propia página en Facebook “Matias Darío”. Tampoco por la ocasional y casual conversación excesivamente afectuosa con una intrépida pasajera psicóloga que asegura que los elegiría por encima de Ricky Martin, cosa que corona y enaltece aún más una actuación que ya de por sí contagia un buen humor ideal para retornar a casa con una sonrisa.
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