Voces

“Buscamos sacar a la gente de la rutina”

Hace cuatro años llegó desde la Ciudad del Fin del Mundo para estudiar música. Hoy, en la peatonal más transitada del microcentro porteño, sus ritmos encuentran eco y se superponen con el que las rutinas tratan de imponer sobre las veloces cabezas transeúntes. El responsable no oculta su destreza. Esto recién empieza.

Juan
Juan

Juan está rodeado. Y protegido. Por una fortaleza de varias piezas que lo resguarda y lo define a la vez. Porque esparce desde un vértice estratégico el pulso de los latidos de los que anhelan tomar el lado salvaje y apunta hacia las  diagonales por donde deambulan las incertidumbres que con sus pesadas sombras intentan hacer vacilar a los que toman ciertos riesgos. Atención: Los golpes certeros entre los edificios comienzan a retumbar.

Vine a estudiar música y a laburar. Siempre toqué la bata de, chiquito”, cuenta serio, para arrancar. Aún minutos después de su repertorio continúa portando una actitud muy compenetrada, concordante con sus ideales fijos y metas concretas que pronto nos develará tras demostrar que le lleva sólo tres 3 minutos de pura acción atrapar la atención de toda la gente que marcha por la esquina de Florida y Diagonal Norte, haciendo sonar con vehemencia toda su percusión a base de tachos de pintura y distintos elementos de cocina dignos de ser descifrados.

Y es que ya la escena y la disposición de los elementos resultan atractivas. A mi no me va a engañar ese policía apostado que aparenta vigilar la situación apostado a un costadito. No. Sé que lo disfruta. Admira su arte y espera que se reitere ese momento musical en la vía pública, que nuestro protagonista experimentó por primera vez el verano pasado, durante un viaje a Uruguay: “Me fui a recorrer toda la costa oeste y empecé a tocar en la calle, sólo. Recolecté tachos y formé la bata de a poquito. Después vine acá y seguí laburando”.

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Si bien hoy su instrumento está compuesto por varias piezas de variados materiales que incluyen un platillo añejo, una pandereta, un balde y hasta una zapatilla que evita que el gran tacho de pintura intente escapar cuando los palillos comiencen a azotarlo para hacerlo sonar, no fue así en un principio, ya que consiguió armar la base tras prueba y error. La vida misma: “Fui armándola primero con latas de choclo, hasta que me avivé de que sonaba como el culo. Y fui agrandando el set cada vez más. Ya viajaba con el termo y la…(señala a la indescifrable sartén abollada). Después llegué acá y le agregué un platillito que tenía tirado en casa”. Así forma su batería ya no tan improvisada. Por ahora. “Siempre la voy haciendo un poquito más grande, ahora algunas cosas están rotas, las tengo que cambiar”.

Si bien existen vastos ejemplos de este tipo de percusiones domésticas, no puede negarse que la jugada es innovadora. Y la mirada suspendida de las personas que se quedan a contemplarla así lo atestigua. ¿En qué se baso para armarla?: “Hay un montón de bateros en todo el mundo que hacen esto. Vi muchos videos. Y como estaba de viaje, sin plata,  me dije: “Bueno, qué más lindo que hacer música”.  Y la experiencia le resulta más que satisfactoria: “La calle te da mucho conocimiento. Estás abierto al público de una. Más haciéndolo solo. Te da contactos, alegría, conoces un montón de gente. Es el laburo más lindo que hay. Está bueno siempre compartir. Me está sirviendo un montón para soltarme, transmitirlo a todo el mundo, para que alguien lo deteste, o lo ame, para todos los gustos”.

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Todo el tiempo conoce gente con la que asociarse fugaz y espontáneamente que llega desde cualquier horizonte para explorar y disfrutar del lenguaje musical universal, y ésta céntrica esquina cuya acústica permite que las notas resuenen varias cuadras adentro para atraer a los oyentes, se presta habitualmente para la percusión con señas, una especie de improvisación dirigida.  ¿De qué va esto? “Vamos tomando el mando todos. Rotamos, para que tenga un poco más de sentido. Lo que tiene esto de lindo es que son ritmos improvisados. Desde el hip hop hasta el funk entre otros. Siempre hay uno que trabaja más con las melodías dentro de la percusión, otro con los graves, otro con los agudos”, nos aclara nuestro portavoz oficial de esta movida.

Y en este refugio que lo aísla y a la vez lo conecta con la atmósfera cargada de tensión que camina por la calle Florida, el muchacho oriundo de Tierra del Fuego siente que su ritmo desobediente que magnetiza los pasos de los transeúntes no hace más que contribuir a fomentar una especie de dispersión saludable: “Esta actividad para mí no hace más que bien a la gente. Por ahí son un poco ruidosos los tachos, pero toco tres minutos, no creo que le pueda hacer tan mal a una persona. Creo que es más la gente a la que le cambia un segundo el día. Es eso es lo que buscamos también, sacar a la gente de la misma rutina en la que está encerrada”.

Definitivamente, la reacción de los espectadores es positiva: La gente, la verdad un diez. Siempre te alientan un montón, te dicen que vayas para adelante, que no bajes los brazos, y te dan lo que pueden en plata o en aplausos, que son ayudas”. Sentimiento diferente es seguramente el que transita por la dura cabeza de algún que otro agente de seguridad, ya que Juan tuvo que pasar más de una situación ríspida, sobre todo durante estos últimos tiempos en los que la policía empezó a exigirles a los artistas callejeros un cierto permiso, cuya ausencia en su caso particular dio pie para intentar echarlo del sitio donde estaba tocando. Por suerte, no estaba sólo: “La gente se le puso en contra y saltaron a defenderme. Le preguntaban por qué me corrían si no estaba haciendo nada malo” relata con la sonrisa de quien defiende lo que ama y lo motiva.

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Pero también hay otro Juan. El Juan “de sala”, másacadémico, que hoy estudia con particulares y un tiempo atrás en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, y está influenciado musicalmente por por artistas nacionales e internacionales tales como Pez o Red Hot Chili Peppers, por destacar a las más importantes que quizás se ve reflejado en algunos pasajes del gran proyecto de rock progresivo que integra: A.I.R.E (Aún insistimos y resistimos esclavos) es una explosiva banda en la que nuestro baterista sureño aplica su potencia y majestuosa precisión en cada síncopa, contratiempo y cambio de ritmo que sus compañeros proponen y colman intensamente con una mezcla muy interesante de dulzura y agresividad en pasajes instrumentales profundos y cuasi oníricos.

De cara al final, la charla con el muchacho oriundo de la ciudad fueguina de Río Grande toma un tinte filosófico, algo que era de preverse teniendo en cuenta su búsqueda, su estilo de vida.  ¿El tópico? Sus metas, nada menos: “Objetivos siempre hay, eso es lo que creo que no hay que perder en la vida,  Ir para algún lugar y en el camino ir creciendo. No tener horarios te hace vivir la vida de otra manera, fuera del sistema, aunque sé que no se puede luchar contra lo que ya está impuesto. Yo solamente me aparto y lo miro de costado.”

Juan  no sólo toca desde la esquina, sino que también mira. Observa. Piensa y reflexiona sobre los pasos que ve pisar de manera automática. Y por qué no, casi robótica. Aporta su sentimiento sobre la rutina de los obnubilados: “La gente lamentablemente tiene que laburar 8 horas todos los días, o más, se toma el bondi, llega a su casa re enojada. Deberíamos plantear cambiar el trabajo de todas las personas. Imposible, ya lo sé, pero yo estoy empezando a laburar desde hace 3 años, intento hacer mi camino para no llegar a laburar en una oficina 8 horas. Estudio sonido, a ver si puedo empezar a manejar el vivo de algunas bandas y también doy clases de batería. Si todos los días es muy organizada la cosa, no vale la pena vivir”.