La confusión de como juega o como debería jugar la Selección argentina no empezó hoy, aunque con Julio Grondona como presidente de AFA llegamos a la máxima expresión de perdida de identidad de la historia de nuestro fútbol. Con el señor del anillo pasamos de Menotti a Bilardo, de blanco a negro, del día a la noche, todo en cuestión días, demostrando que nunca se intentó sustentar una idea.
Lo lindo del fútbol es que aquellos jugadores que son creativos, distintos, los que están un paso por arriba del resto, intenten hacer algo diferente en cada movimiento, sin aferrarse a un esquema, rompiendo las reglas, siendo desobedientes, brindando espectáculo. Todo eso lindo del fútbol, Argentina ya no lo tiene. No lo tiene por decisión propia, por no saber que es lo que quiere, por no buscar una identidad, por no fomentar un estilo.
Uruguay fue el primer país de América que tomó el fútbol como suyo, como deporte nacional, fundando clubes criollos como Nacional, para diferenciarse de los ingleses. El camino que eligieron fue bueno, porque no se fijaron en Europa como escuela y se convirtieron en los primeros campeones del Mundo en 1930, además de ser campeones sudamericanos en 1916, 1917, 1920, 1923, 1924 y 1926, a estos títulos súmenle los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928. De vez en cuando Argentina agarraba algún campeonato de rebote, con la virtud de tratar de imitar al estilo Charrua.
El fútbol demuestra lo que somos, en cada jugada, cada gambeta. El sacrificio, la inteligencia, la guapeza y el talento lo hacen los jugadores. A eso llegó Argentina en los años treinta, quiso demostrar quien era, y lo logró. El mundo habló de la manera de jugar a la pelota que tenía el equipo argentino, porque después de haber perdido la final del Sudamericano del 1935, en Perú, frente a Uruguay por 3-0, se terminó la dinastía Celeste y comenzó la era Celeste y Blanca.
En 1937 se consiguió un nuevo Sudamericano, se dejó a un lado a Uruguay. Los jugadores argentinos se dieron cuenta de que eran los mejores del mundo después de vencer por 3-1 a Brasil, que venía de ser tercero en el Mundial de Italia 1938, y un año más tarde le metieron seis en la Copa Roca, en el estadio del Vasco da Gama, con el Charro Moreno como figura. Argentina había encontrado un estilo, a lo que años más tarde llamaríamos La Nuestra. Un fútbol ofensivo, con jugadores habilidosos que se pasaban la pelota unos a otros a ras del piso. Hacían de los estadios un teatro.
Guillermo Stábile asumió como entrenador de la Selección argentina a principios de 1940, el goleador del Mundial de 1930 pasó a ser una antes y un después en la historia del fútbol nacional. En 1941, 1945, 1946, 1947, 1955 y 1957 armó un equipo que ganó siete Sudamericanos sobre once disputados, todo un récord para la época. De haber participado en alguna Copa del Mundo en esos años, seguramente, Argentina hubiera dado que hablar, pero por guerras y problemas políticos eso no sucedió, ni siquiera jugamos el Mundial de Brasil 1950, además de no habernos enfrentado nunca con los vecinos entre 1946 y 1956 por diferencias entre los gobiernos de turno. Sin embargo, Argentina seguía siendo escuela en América, aunque faltaba la prueba de fuego: Enfrentar a los europeos.
Mientras la selección desplegaba su fútbol, brindaba espectáculo, ganaba todo, el fútbol argentino se desplomaba. Los brasileros estaban desesperados, nos querían imitar, y mientras los clubes se preocupaban por hacer negocios, construir estadios imponentes y enriquecer los bolsillos de unos pocos, los mejores jugadores se iban yendo de a poco: Primero se fue Antonio Sastre, quien llevó sus goles a San Pablo; José Manuel Moreno, el Charro, se fue a España; y tantos otros, que en 1948 se exiliaron al fútbol colombiano, después de una huelga de más de medio año. Solo Racing mantuvo su equipo, consiguiendo los Campeonatos de 1949, 1950 y 1951.
Juan Domingo Perón se caracterizó por apoyar al deporte, pero con él como presidente Argentina no pudo disputar la Copa del mundo de 1950 ni la de 1954, en la primera, como ya dijimos, por diferencias con Brasil, y en la segunda, porque la FIFA no aceptaba que el gobierno se meta en el fútbol. En las pruebas previas al mundial, un tal Ernesto Grillo dejó con la boca abierta a los ingleses, que lo catalogaron de suertudo por haberles dado clases de fútbol en La Bombonera, fue después de un 3-1 en 1953. Argentina volvió al ruedo. Brasil nos seguía envidiando, al igual que los europeos, que no entendían como los Sudacas podían ser superiores, aunque no lo demostraban en los mundiales.
La Revolución Libertadora de 1955 fue el primer gran quiebre en la identidad del fútbol argentino. Cayó Perón, no se lo podía ni nombrar, lo catalogaron de “Tirano prófugo”. La AFA fue intervenida, al igual que Huracán y el Comité Olímpico Internacional. Alberto J. Armando, ex presidente de Boca, y Antonio Vespucio Liberti, ex presidente de River, fueron metidos presos por ser peronistas. Guillermo Stábile tambaleaba en su puesto, le quisieron imponer jugadores, e inclusive un estilo de juego. Así había empezado la debacle.
El gobierno militar se quería parecer a Europa, dejando de lado La Nuestra, el juego asociado y ofensivo, preferían el roce, el choque, los centros, los pelotazos. Mientras tanto, Garrincha era borrado de la Selección Brasilera por ser un jugador egoísta, irresponsable, que no le hacía caso al técnico.
Se venía el mundial de Suecia 1958, antes Argentina había ganado el Sudamericano y Stábile le dijo todos sus secretos a la prensa brasilera, ellos anotaron y un año más tarde Garrincha volvió al primer equipo, Pelé debutó y creyeron en el talento de Didí. En realidad Brasil creyó en Brasil, así se convirtió en el único equipo americano en ganar una Copa del Mundo en tierras europeas, no solo eso, sino que cuatro años después volvió a conseguir el mismo título.
Previo al Mundial de Suecia, los diarios europeos titularon: “Argentina viene a ser campeón del mundo”. Después del 1-6 frente a Checoslovaquia, los periódicos de Estados Unidos sentenciaron: “Cayó el estilo argentino”. Ya no mandaba Stábile, mandó el negocio. Como ahora, como antes, como casi siempre.
La etapa de confusión prosiguió. Argentina había perdido la identidad y ya no era potencia. Aparecían rivales como Alemania e Inglaterra y no les pateábamos al arco. En 1969 se creyó en un cambio, Juan Carlos Onganía intervino la AFA y nombró como entrenador a Adolfo Pedernera, uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol argentino, quien fue parte de la Máquina de River, pero este no estuvo a la altura de su paladar, de su gusto, de su manera de ver al fútbol. Eligió ser un títere de la dictadura.
Pedernera dejó de lado al talento, para elegir a los más potentes de la época. Apostó a Antonio Rattín y a Carlos Pachamé, dejando afuera a jugadores como Norberto Madurga, Juan Ramón Verón y Héctor Veira. Se priorizó el trabajo, no se creyó en el talento. ¿Conclusión? Argentina no clasificó al Mundial de México 1970.
Continuará…
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