Por Agustina Claramut, para Rock ‘N Ball
El fenómeno que suscita esta artista española, conocida como “Rosalía” o “La Rosalía”, llama la atención por un detalle en particular: lo heterogéneo y disidente que es su público. En el Movistar Arena se podían ver a toda una legión de Motomamis y, bajo ese paraguas, amplio pero representativo, estaban -estábamos- todes.
Es divertido, refrescante y liberador el ambiente que se forma en el show de Rosalía, los looks del público merecen todo un capítulo aparte: Disfraces, maquillaje, peinados y outfits emulando a la artista más importante de la escena mundial de habla hispana.
Desde su formación flamenca y su clara inspiración en el reggaetón clásico (¡si hasta le responde a una canción del mitico Daddy Yankee!) la catalana convoca y aglutina. Como dijeron por ahí: Si la definimos la limitamos, y algo parecido pasa con su público. La escala de edades es muy amplia, desde adolescentes hasta personas mayores y si bien hay mayoría de mujeres, no es exclusivo, pero además resaltan las disidencias. La atmósfera que se observa en el Arena y sus alrededores es de pura fiesta.
Motomami, su último trabajo es furor por lo profundo y liviano a la vez, creando climas para perrear hasta abajo con Bizcochito o La combi Versace, a llorar con joyas como G3 N15 o Como un G. Satisfacer la necesidad de encuentro y celebración, post encierro mundial, y a la vez tocar fibras sensibles es donde, radica la magia de Rosalia. O al menos, parte de ella.
Ella es la columna vertebral de un show austero y despojado, sin despliegue de escenografía ni outfits, continuando con la estética del disco y acompañando esta nueva versión de la cantante.
Su trabajo anterior, “El mal querer” es una obra integral que habla de un amor tóxico (y violento), inspirado en un libro y en una experiencia personal de la artista, y fue acogido por el público no solo por lo novedoso sino también por la excelencia musical que desplegó. Pero no podemos obviar que una historia así se vuelve representativa y provoca la empatía de un sector.
Cuando su última obra llegó a los oídos de todes en primer lugar reinó el desconcierto que se pudo ver reflejado en los comentarios de las redes sociales, pero de a poco fue tomando forma una suerte de fiebre Motomami, que ensanchó las filas de sus seguidores. Rosalía tiene cautivo a un público que agradece y retribuye poder festejar y emocionarse al mismo tiempo.
Es claro que los consumos culturales han ido mutando en los últimos años: La revolución feminista trajo aparejado también una ola de artistas mujeres talentosas provenientes de diferentes culturas musicales.
No es posible explicar lo que está provocando Rosalia sin tener en cuenta todos los factores que la rodean: Una voz inigualable, un conocimiento musical profundísimo, juventud y vanguardia, el momento histórico perfecto, un público que buscó vías de escape de los históricos músicos varones que, con el advenimiento del feminismo, quedaron en off side.
Rosalia es, entonces, una artista integral, compleja y completa. Capaz de entonar “Alfonsina y el Mar” para empatizar con la cultura nacional, elogiar a Astor Piazzolla y no por eso escatimar la potencia vocal que despliega. Interpretativamente es una locura, y en vivo parecería que los discos no le hacen justicia. Ah, y un detalle no menor, todes queremos ser Motomamis.
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