Si hay algo bonito en las obras maestras de la música, es que de ellas se puede extraer enseñanzas a montón y un conocimiento inagotable. Como si cada una de ellas fuese un pozo sin fondo de donde sacar oro. Y lo más importante de todo, sobreviven como si nada al paso de tiempo. Esa es la garantía de que algo fue hecho genuinamente con Amor: el soportar el avance de las épocas ambivalentes y sin embargo mantenerse imbatible a los cambios, como si fuera la posta de su propio tiempo y sobre ella descansase la verdad que fue dictada en sus días. No envejece mal, al contrario: va subiendo su valor a medida que se aleja de su momento.
El caso que nos acontece esta vez es Physical Graffiti, de Led Zeppelin (1975) al cumplirse el 40º aniversario de la salida del álbum. En realidad, el álbum fue lanzado en febrero de aquel año; si nos ocupamos de él ahora es por meros trámites burocráticos. Pero no podíamos pasar por alto semejante obra magna del Rock, menos aun cuando hablamos de una de las mejores -¿sino la mejor?- placa de una banda que gobernaba el mundo cuando el Rock gobernaba el mundo. Y no solo eso, porque si nos acotáramos sólo a la música, estaríamos pasando por alto un montón de elementos que hacen grande a este álbum múltiple, polisémico y ampliamente cosmopolita.
Pero para hacer un análisis adecuado, hay que irse por lo menos 2 años atrás (sino 4, en el mejor de los casos). La banda venía de presentar un disco tan extraño como Houses of the Holy (1973), tras contar con el difícil antecedente de Led Zeppelin IV (1971) en sus filas. O sea, tener que “superar” algo que contenía Stairway to Heaven en ella (algo que no es obligatorio, pero en una banda se sobreentiende que sí). Sin embargo, la gira había dejado un sabor agridulce: habiendo llenado 3 veces el Madison Square Garden de Nueva York; el mercado y el público de EEUU –donde Zeppelin jugaba de local – estaban asegurados. De hecho, muchas de las imágenes de esa gira se verían después en su película The Song Remains the Same (1976).
Pero las ganas y las energías de todos estaban minadas. Las giras habían dejado un rédito económico súper, pero el ritmo de las mismas estaban gastando a todos. Absolutamente a todos. Jimmy Page (guitarras, coros y producción) ya declaraba en su momento: “Cuando volví del último tour, no sabía dónde estaba. Ni siquiera sabía a dónde estaba yendo. Sencillamente no podía… Estaba total y completamente sin espacio”. Robert Plant (voz, armónica y letrista) tampoco se quedó atrás: “Estaba tan aliviado de estar en casa otra vez, porque me había perdido una estación, y realmente necesito cada estación como llega. Volví en Agosto después de esa gira y me di cuenta que me había perdido la primavera transformándose a verano ese año. No quiero perder esas perspectivas en lo que considero importante para el contenido lírico de lo que escribo. Quiero tomar todo de todo, en vez de irme de gira hasta no saber dónde mierda estoy”.
Y por si algo faltaba, John Paul Jones (bajo, piano, teclados, mellotrón, mandolina y coros) casi abandona Led Zeppelin, directamente, para pasar a ser el director de orquesta de la catedral de Winchester, Inglaterra. “Solo estaba generalmente furioso –creo que esa era la palabra – con las cosas. Le dije ‘¿Le has dicho a alguien más?’. Y me dijo ‘No. Vine directamente a vos’. Le dije ‘Bueno, vas a estar ‘No muy bien’. Estuvo guardado bajo llave. Se lo conté a Jimmy, por supuesto, que no lo podía creer. Pero era la presión. Era un hombre de familia, lo era. Eventualmente, creo que se dio cuenta que estaba haciendo algo que realmente amaba. No se volvió a discutir” –así hablaba Peter Grant, mánager y productor ejecutivo de la banda, acerca de la posible partida de Jones. Pero déjese al propio Jonesy defenderse: “Había tenido suficiente de girar, y fui a Peter y le dije que me quería ir a menos que las cosas cambiaran. Había un montón de presión en mi familia”. Llamado a la reflexión de parte del bajista, que estuvo a punto de dejar a la banda más grande del mundo (porque en ese momento era la banda más grande del mundo) para pasar más tiempo con su mujer y sus 3 hijas. Si eso no habla de Jones como persona, nada lo hace. Afortunadamente, Grant lo persuadió de que no se fuera y se pudo quedar. Se desconoce a través de qué métodos.
Como para que nadie quede afuera del combo, teníamos al gran John Bonham (batería, percusión y coros) que ya la pasaba mal de gira desde el primer momento en que tenía lejos a la familia; su esposa y su hijo Jason. Detalle en absoluto menor, ya que esto era tenido en cuenta por toda la banda. Todo el mundo lo notaba. Lo notaban porque eso repercutía en el después: o sea, Bonzo totalmente alcoholizado. Con pánico a volar, usaba la bebida de aliada para pasar el momento, pero lo peor venía más tarde. “Bonzo tomaba por razones. Odiaba estar fuera de casa – contaba John Paul Jones – Realmente lo odiaba y entre los shows le era difícil de llevar. Y le aterraba volar: a veces tomaba mucho y hacía que el conductor [del coche que los llevaba] diera vuelta antes de llegar al aeropuerto. Cosas como esas, entonces, no ayudaban realmente”. Un accidente de la época cuenta que John trató de propasarse seriamente con una de las azafatas del Starship (el avión de Zeppelin); turbulencia que no pasó a mayores gracias a Grant y Cole que retuvieron a Bonham, y a Page que se llevó a la azafata y le calmó los nervios en 10 minutos. El músico también tenía su explicación: “Me voy poniendo peor –terriblemente nervioso todo el tiempo. Una vez que empezamos con ‘Rock and Roll’ estoy bien. Simplemente no me puedo quedar sentado y tengo miedo de tocar mal. Pasa lo mismo con todos en la banda, cada uno tiene su cosita para hacer antes de tocar”. No por nada Bonzo se ganó el apodo de La Bête ó The Beast: La Bestia.
Súmesele a esto el look Naranja Mecánica (el clásico de 1962 de Anthony Burgess llevado al cine en 1971 por Stanley Kubrick) que había adoptado y obligado a adoptar a su ayudante de gira, Mick Hinton. Los testimonios difieren acerca del trato a su roadie –como se le dice en la jerga rockera – pero lo seguro es que el pobre pibe se las tuvo que ver con el más pesado. Si se le puede agregar un testimonio de valor, está el del batero de Black Sabbath, Bill Ward “No hay duda de que lo que tenés acá es a un tipo súper sensible. Aunque golpeara fuerte la batería, era la sutileza en su interpretación lo que la hacía [especial], la sensibilidad en eso. Lo digo porque lo vi – sin irme en asuntos privados que hablamos. Tenía una enorme sensibilidad, sí, definitivamente”. Otro llamado a la reflexión, esta vez de la mano del baterista, de cómo aún en su posición se podía extrañar y tener otras prioridades por encima de la fama o el dinero, incluso de la música. Mejor aún (¿o peor aún?): siendo el mejor batero del mundo, tener miedo a tocar mal. Una vez más, si ello no habla por él, nada lo hace.
Si nada de esto se sabe es porque Zeppelin tuvo un contacto históricamente nulo con la prensa. Hoy se habla con el diario del Lunes, pero no se olvide que en su momento Zeppelin era denostado por la prensa “especializada” -no así por la amateur y fanática- y sólo a partir del éxito rotundo que significaría Physical Graffiti terminarían siendo finalmente “aceptados”. La primera tapa/entrevista con la Rolling Stone data de ese entonces, y se realizó bajo la estricta condición de que se la hiciera un periodista de su agrado (Cameron Crowe, para el caso). Estos detalles comenzaron a surgir recién después, cuando se pudo ver que ser parte de la banda más grande del mundo también acarreaba sus consecuencias.
Hasta acá la primera parte del análisis. En las próximas notas, el arte del álbum, las bandas del momento y el sello discográfico que Led Zeppelin impulsaría ese mismo año -todo para tener el análisis más completo. ¡No te lo pierdas!
Por decisión editorial hemos decidido suprimir el testimonio original del inglés, además de la traducción, a fin de no hacer engorroso para el lector la comparación de ambos testimonios. Todo se limita a la traducción más fiel posible respetando siempre el sentido de la frase original.
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