Ni un año cumplió mi hermana. Todavía no habla, ni siquiera sabe pararse sola. No sabe cuál es su color favorito, ni tiene una banda preferida para escuchar de noche cuando llueve. No puede decidirse entre mate amargo o dulce porque nunca lo probó, ni sabe si le gustan más los perros que los gatos. Y así, entre tantas incertidumbres y cosas por descubrir, me aterra la idea de que mi hermanita construya su vida entera en torno al miedo. No lo puedo aceptar.
No quiero que Luciana, el día de mañana, tenga miedo de volver sola de noche. Que estando en el boliche, tenga que rechazar tragos de desconocidos porque “quizá le metieron algo raro“, aún cuando se muera de ganas de probarlo.
Quiero que sea libre de ponerse una pollera cuando quiera, un vestido cuando haga calor, o un short cuando quiera mostrar las piernas. Quiero que elija como mostrarlas. Que pueda salir con chicos que no conoció en persona, sin que sus amigas le digan “avisame cualquier cosa por las dudas”. Que se tome un taxi borracha después de salir, sin tener que dudar del tachero.
Quiero que si usa auriculares en la calle, sea porque quiere escuchar música y no para tapar las guarangadas de algún señor que podría ser su padre. Que nunca nadie la apoye en un colectivo lleno y ella tenga que tragarse la impotencia de no poder hacer nada. Quiero que no necesite hacer algo.
Quiero que una vez que elija la profesión que ella quiere, cobre lo mismo que sus colegas varones. Que nunca escuche frases como “así no vas a conseguir novio” o “eso queda feo en una mujer“. Y que si un día está de mal humor, pueda estarlo tranquila, sin nadie diciéndole “seguro estás así porque te vino“.
Quiero decirle “cuidate” y que sea del frio. Que si quiere mandarle fotos a un chico, nadie nunca las filtre. Que si quiere ser abierta con su sexualidad, nadie nunca le diga “puta“. Que las noticias de mujeres secuestradas, violadas, asesinadas no aparezcan todos los días en la tele mientras se prepara para ir al colegio. Que la palabra “femicidio” le resulte lejana. Que vaya con sus amigas a la plaza para tomar tereré y no a pedir que no las maten.
Por las que se fueron. Que nunca más van a poder vestirse de su color favorito, ni escuchar a su banda preferida de noche cuando llueve. Por las que ya no están. Que nunca más van a tomar un mate amargo, ni acariciar a su perro al llegar a casa. Por mis hermanas. Mis abuelas. Mis amigas. Por mi misma. Por todas. Yo marcho.
Vos marcha también, dale. Que la que no sabe hablar ni pararse es Luciana, no vos.
Por Julia Maestri.
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