La tragedia ocurrida en la fiesta “Time Warp”, en Costa Salguero viene a reforzar la idea que vengo transmitiendo, como sobreviviente de Cromañón que soy, cada vez que me toca hablar del tema: que se iba a volver a repetir. Pasó el pasado sábado, con la muerte de 5 jovenes de entre 17 y 23 años: Francisco Bertotti, Bruno Boni, Martín Nazano,Andrés Valdézy Nicolás Becerra. Se los puede enumerar, no son 194, que sería un montón para escribirlos cada vez que se hable del tema.
Esta vez no hubo bengalas, hubo drogas. Y en ambas tragedias dos denominadores comunes: la desidia y ausencia del estado para controlar, por un lado. Para permitir que ocurran cosas que no deberían pasar, a saber: zona liberada por Prefectura, ingreso sin cacheos, lugar sin ventilación, media sombra formando parte del “decorado“, agua que en algunos sectores se dejó de vender a las 4 AM pero sobre todo, la superpoblación, porque aunque la fiesta estaba habilitada para 13 mil personas, y la organización clama haber vendido sólo 11 mil tickets, lo cierto es que adentro “no se podía estar”, según palabras de los testigos. Y no uno, ni dos, varios testigos y todos los que hablan de la fiesta coinciden. Es más, Rock ‘N Ball confirmó con una fuente cercana al control del ingreso de personas que, al predio, ingresaron en realidad 20.500 personas. Algo fácilmente comprobable porque el ingreso se hacía con tarjeta, tipo SUBE. Ahora, ¿por qué se oculta este número?
Y, por el otro lado, esa insistencia de los medios, casi un mantra, de buscar dónde no hay. De revisar vida y obra de los fallecidos, si eran estudiantes, ingenieros, DJ’s o lo que fuera. De contarnos cómo era “Superman”, el GBL, o la droga que sea que los mató, pero no quién la vendía. O cómo es que se maneja ahí adentro el tema de “punchi punchi + drogas sintéticas”, una sociedad indivisible como en su momento lo fueron “rock+bengalas”. Eligen indignarse porque la juventud se droga por motu propio, pero no porque ahí adentro, en esa fiesta, hay un tipo o tipa o un alguien que se encarga de venderla y comercializarla. Y otra vez se corta el hilo por lo más delgado.
Pongamos algo en claro: drogarse o no, es un acto que pertenece a la intimidad de las personas, que en un lugar haya alguien que la venda, no. Eso es responsabilidad del estado y de los organizadores del evento. Vuelven a recrudecer, entonces, las “verdades de perogrullo” y los comentarios de las Doñas Rosas de siempre, algunos ya a esta altura lacerantes para el intelecto, como ese que aclaró que “Los cinco fallecidos estudiaban y trabajaban”. Todavía no entendí si eso habilita a lamentar más su muerte o si se dice para trazar diferencias con la juventud que murió en Cromañón, más ligada a las clases bajas y a los sectores más marginales. Ya se sabe: el rock no es tan cool como la música electrónica. Pero la vida que se pierde es la misma, la tristeza de la familia que ya no tiene a su ser querido es calcada.
Seguir insistiendo con buscar la culpa en los muertos o analizar por qué se drogan, sin caer primero en preguntas básicas, como ¿quién dejó que haya un dealer o varios dentro de la fiesta? ¿Cómo puede ser que puedan vender en las narices de los seguridades? ¿Los seguridad están entongados? ¿Hay una orden de arriba de permitir la libre venta y el libre consumo? Eso es canalla, y garantiza que Cromañón vuelva a ocurrir, en formato de “Time Warp” o de otra fiesta/recital/evento.
Es lo mismo, la lógica que se repite es lo que asusta. Pasa determinada tragedia, mueren equis cantidad de personas y los medios se abocan a investigar la vida y obra de los muertos o hacer intrincados análisis, composiciones libres del tipo: “¿Por qué la juventud se droga?”, para que las señoras indignadas aplaudan mientras se le mueven los ruleros, mientras leen las noticias de los portales o los diarios donde pueden ver las capturas de sus últimos tuits, de sus últimos posteos en Facebook, viralizar el dolor de sus parejas o compañeros…¡Menos mal que cuando ocurrió Cromañón no había tantas redes sociales por donde viralizar el dolor ajeno!
No soy del palo de la música electrónica. Pero sé, como cualquiera, que en esas fiestas el éxtasis, la cocaína y las malditas drogas de diseño forman parte del menú, así como las bengalas lo eran en el rock de los inicios del 2000. Entonces, si todos sabemos eso, también sabemos que el agua es clave en estas fiestas, porque sirve para hidratar a un cuerpo que, por acción de la droga ingerida, se deshidrata más rápido. No es investigar, no es prejuzgar: es ciencia.
Entonces, ¿cómo se puede permitir que el lugar donde se organiza una fiesta de estas características haya sectores o barras que se queden, justamente, sin agua? ¿Nadie va a tener que dar explicaciones por eso? No puede ser que los organizadores y/o productores arreglen todo con un comunicado en el cual expresan su “pésame”. Por fortuna, la Justicia parece estar tomando cartas en el asunto. Esto igual, tomado con pinzas, ya que no deja de ser la misma Justicia que consideró que, en gran parte, Cromañón ocurrió por obra y gracia de una banda de rock. Yo si fuera DJ andaría con cuidado…
No hubo una tragedia tan grande como en Cromañón, no hubo más vidas en riesgo, más allá de los diez afectados directamente, cuatro de ellos peleando todavía por su vida. Pero sí volvió a haber un estado ausente por acción y/u omisión, es más, hasta el fiscal que entiende en la causa, Federico Delgado aseguró: “Es inevitable pensar en Cromañón”. Claro, también hubo presencia de empresarios que siguen pensando en cómo hacer más rentable el negocio, y no en cuidar a los asistentes, cada uno de los cuales pagó $550 su entrada a la fiesta o $950 el combo de ambos días.
Además, chicos que estaban con los que perderían la vida coinciden en decir que “nadie los ayudó” y que las ambulancias “no llegaban”. Rock ‘N Ball habló con gente que fue a la fiesta y sólo confirmó la presencia de 1 (una) ambulancia. Y si a eso se le suma el “invalorable” aporte de los medios en seguir desviando el foco, tenemos garantizado que esto volverá a ocurrir. Eso sí, es raro que nadie todavía haya exclamado: “El DJ sabía que adentro se vendían drogas, ¿Cómo no se le ocurrió dejar de pasar música?”.
Mientras, a mi me gustaría saber quién es el dueño del lugar, si es verdad que el lugar es de una diputada del PRO, qué habilitación tenía, por qué había mediasombra en el techo, sabiendo lo dañina que fue en su momento y si esta mediasombra era ignífuga o no. Me gustaría que me digan por qué no había agua en algunos sectores del lugar, ¿cómo está hecha ese agua “block” que se vende desde la Creamfields 2015 y que es de la firma “speed“, de bebida energizante? ¿Quién dejó entrar a una persona o varias a vender drogas de diseño en esa fiesta?, ¿Por dejarlas entrar se les cobraba un “peaje” o “coima”? ¿Es la misma productora la que manda a los dealers? ¿Quién habilitó el lugar? ¿Era sólo una habilitación temporaria?, ¿Por qué no había “carpas de hidratación” en varios lados, como pasa cuando estas mismas mega fiestas se celebran en Europa?.
Todo eso me interesa muchísimo más que saber si los chicos fallecidos se drogaban por gusto, por placer o por qué razón. O qué estudiaban o si iban a misa o si eran buenos o malos hijos. No sigamos corriendo el eje. La ex presidenta de la Nación, en su último discurso como mandataria, dijo: “No dejemos que nunca más nos pasen los elefantes por atrás mientras discutimos pavadas”. A mi me gustaría basarme en eso y decir que, mientras nosotros sigamos discutiendo pavadas, por atrás nos pasan los cromañones. Y eso es gravísimo y, como siempre, será tarde cuando nos demos cuenta. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, está siendo tarde.
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