Una vez que el quinteto Ira Funk dejó el escenario, la oscuridad condensó el aire y agudizó la ansiedad de todos los seguidores y sus cánticos durante la espera por la salida de Mustafunk, que para este regreso a Niceto Club preparó una apertura con un cover tan simbólico y emblemático como emocionante y especial.
La melodía ya había empezado a sonar, y el telón parecía no estar dispuesto a ceder aún para no develar la incógnita, y contener a la vez a la inusual voz femenina que comenzaba a entonar una canción que el público ya había reconocido y había comenzado a corear:
“Tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo”
Y es que la eterna “Bajan”, de Luis Alberto Spinetta, que desde el otro lado, Camila Marinelli interpretó, probablemente aúna e identifica a varias generaciones, y más aún, su vigencia represente hoy los pensamientos, el presente y los sueños de la banda entera, materializándose en ese mismo y único instante en el que la baterista, presa de los nervios y con puro corazón, continuó recitando:
“No te apures ya más loco, porque es entonces cuando las horas…”
El estribillo liberador fue el mágico pie con el que por fin el telón se abrió y el público ferviente y emocionado pudo descubrirla de pie cantando junto a su padre, Diego Marinelli (tal vez el responsable de acompañar el crecimiento de sus hijos con la música del Flaco), al frente de una escena que contenía un esporádico cambio de roles, en la que su hermano Agustín Marinelli tocó en la batería y Martín Pedernera, la voz cantante, la viola sobre un costado, mientras que Agustín Pettinato y Serafín Rodríguez al otro lado conservaron sus puestos en el bajo y la guitarra respectivamente.
Un cúmulo de aplausos llenó inmediatamente el recinto y los siempre desquiciados graves de Pettinato fueron los encargados de revestir de groove el ambiente hasta que sus compañeros tomaran posición habitual en sus respectivos instrumentos, y arrojó una base que derivó en el comienzo formal del recital, con el último tema de su primer disco Salpica, “H.a.a.r.p”, cuya intensa letra los define y posiciona ideológicamente, e incluyó esta vez una especial mención a nuestro Presidente Gato y una pregunta que se gritó al unísono: ¿Dónde están los cambios?.
De un instante a otro, el primer invitado, Gastón Ziviloti, se colgó la guitarra acústica para colorear el hermoso puente de la enérgica “Laboro Chamanik” (nombre que bautiza al segundo disco, lanzado a principios de este año), quedando inaugurado oficialmente el círculo chamánico y vehemente debajo de las tablas donde los cuerpos supieron fregarse al pulso de rock; Luego bajar un cambio para disfrutar de “Pimp my ride”, y más tarde recrudecer con la hiperfrenética “Ruidos del parlante” y el final opulento del inagotable instrumental “La venganza de Ahmed”.
Y entonces sí. Propicio fue el momento para relajar. Administrar un poco la adrenalina, respirar con calma y recibir al amor. Sentirlo y disfrutarlo. “Se viene un momento de romanticismo”, anticipó Martín, y la multicoreada “En tu mirada” provocó innumerables y dulces sonrisas, y dejó el terreno propicio para que con “Yogurt”, tal como lo había predicho el frontman , el saxo alto en las manos de Rodrigo Clavell desparrame miel al entrelazarse tanto en el sólo de guitarra de Agustín “el turko” Marinelli, como en el meloso y nostálgico final, que fue verdaderamente épico.
Para evitar continuar con tanta dulzura, el mismo Turko acudió a la sinceridad del público, y preguntó quienes se habían quedado con las ganas de haber ido a ver a Molotov esa misma noche (en el Personal Fest), y a los que levantaron sus manos les dijo: “Ahí les va un regalo”. Entonces explotó “Que no te haga bobo Jacobo” con una potencia tremenda, seguido por “Un pensante”, “Monos” y “Mambo Negro”, dos temas en los que se lucieron Diego Nuñez y Facundo Pagnone en la percusión.
Instantes después, el ingreso del tecladista Gabriel Fontana significó un claro augurio de que”Sapo Rey” podría llegar a conquistar definitivamente la consciencia de los presentes: Y así fue, puesto que el tema que abre Laboro hizo que se chocaran las cabezas en un denso pogo , y “Sincero”, primer tema de Salpica, las acomodó con un placentero acompañamiento del teclado, dejándolas listas para el “Tiro Feliz”, que volvió a sumar a los muchachos de la percusión, más Tomás Wagner en las congas, con la misión de regalar un final a pura salsa e intratable quiebre de cintura.
Párrafo aparte para la gente, que compuso un público formidable e insaciable en todo momento, y que ahora se dispondría a gozar con el onírico “Abrazo Diente Sueño “; a disfrutar con una versión de “Ópera” que brilló con los coros de Ana Luz Marin y Gabriela de Lorenzo a puro swing, e inmediatamente después a torcer los cuellos con “Torbellino” y “Ciudad Albinogólpica”, canciones en las que se sumaron Jorge Cavero en saxo tenor y Juan Cruz Rodriguez en trompeta, y que permanecieron de pie para intensificar la fiesta que fue el cover tan bien recibido y aclamado en el Niceto anterior, “Uptown funk” (de Mark Ronson & Bruno Mars), incrustada en el medio de “No me mires” con su correspondiente final rabioso que dejó varios cerebros trastornados.
A esta altura de la noche, ya los tendones rotuleanos y los ligamentos tibioperoneos de las rodillas semigenuflexas estaban sufriendo cierto desgaste a causa de tanto inevitable salto compulsivo; y aunque el histriónico Martín ya venía amagando con que se acercaba el final y hasta había aprovechado un breve impasse para improvisar, en medio de una melodía melosa, una letra amorosa hacia sus compañeros (“Aunque a veces los querías matar, yo los quiero amar”), era evidente que aún faltaba para el final: “Fever” se bailó y vivió como si fuera el último tema y en “Turviolencia”, directamente se agitó como si no hubiera un mañana.
Pero aún había algo más. Porque Mustafunk es el que exige a su público y no al revés. Porque las extensas horas de ensayo y tanto trabajo mancomunado sin dudas están dando sus frutos. Y la capacidad de improvisación, la conexión y la sincronización entre sus músicos no deja de asombrar. Lo retracta cada intercambio de miradas entre los Agustines y Camila. Talento y esfuerzo. Y una nube espesa de energía que los contempla desde abajo, integrada por almas que por momentos se vuelven desaforadas y mentes fueras de sí, que en segundos serán revueltas por el ensamble del tema final del show con el riff de “Heartbreaker“ (Led Zeppelin), que encaja de manera bestial con “Delirios” y desata una potencia que, justamente, transforma la realidad en delirio e inyecta un nivel de adrenalina en su gente que los mantiene unidos a fuego hasta el último minuto.
La sensación es que Mustafunk hace lo que quiere. Y tiene destino de banda grande. Porque además de sonar maravillosamente y haber dejado alma y vida en cada una de las veintitrés canciones contenidas en dos horas de show, contagiaron alegría y despertaron suma empatía, como en en cada presentación. Siempre están al pie del cañón: Para ponerse un gorrito volador, para sortear un desperfecto técnico o para plantearse si es conveniente o no transformar una media de un fan en una media Pepper. Resulta muy satisfactorio ver que la gente está respondiendo a la convocatoria. Efectivamente, lo que soñaron, está concluyendo en algo. Tienen un gran dominio de la escena. Se sintieron como en su casa, algo que en algún momento les habrá pasado en Santana Bar o Auditorio Oeste. O más aún, en Fanky Bar, Moreno, donde tantas veces vieron salir el Sol. Qué bien se ve la banda cuando no importa si las horas bajan. Despacio también Musta podrá ser Luna.
Fotos de Julieta Marilyn Fernández.
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