El puntapié inicial de la noche estuvo a cargo de Profesores de Tennis. Una prolija banda de funk, con un cantante de lentes y camisa, que al observar lo suelto que estaba su cuerpo al son del groove era imposible pensar que podría haber salido de alguna oficina del micro centro. El tiempo de toque para ellos fue escaso, pero les alcanzó para demostrar su ajustado ritmo y algún cover rockero versionado que sorprendió a más de uno en el lugar. El telón no tardó en cerrarse y ya todo quedaba a la espera de la salida de Viejos Komodines.
Disparan los primeros acordes de la lista con Cuentos de Terror, acompañado con animaciones de unos payasos no muy amigables, en la pantalla ubicada al fondo del escenario. Amagan un arranque con temas del disco nuevo, pero rápidamente pasan a Guerrero, alternando las voces del tema entre los dos guitarristas de la banda, Javier López Arránz (voz principal) y Facundo Parini. Luego de hacer un breve viaje al disco Tempestad (2008), vuelven a lo nuevo con Un millón de agujeros. Un rock a mid tempo, entremezclado con notas del teclado que parecen suspenderse en el aire. Sin dejar silencios, las guitarras despliegan unos acordes a tiempo lento, hasta que una batería pujante de Federico Delfino y el preciso acompañamiento de bajo de Fernando Martin, empujan al frente y suben la intensidad con el tema Avanza.
Siguen refrescando el pasado con Sansón, impulsado con un solo de batería y guitarras distorsionadas al taco, que dan pie a una voz que ruge con bronca la letra del tema. Suena después el riff punzante de Parar y seguido pasan a Nicotina, acompañado por el agite del público que corea la letra y el clima comienza a subir cada vez más en la sala. Calor, humo y ´rocanrol´ dominan la escena.
El último par de temas, antes de llegar a Big Bang calculado para el lugar número diez de la lista, oscila entre El fin con una letra que exige salidas al grito de ¨tratando de sobrevivir¨ y Placard, explotando con un riff de guitarras que se funde con el agite del público. Finalmente llegan a la decena de temas y vuelve a escena el tridente de vientos, que sin tener un protagonismo muy notorio aportan la cuota justa de decoración con sutiles arreglos. Pasan por un rock entrecortado, con guitarras que coquetean la rítmica de funk y siguen con El juego, que nace con un punteo pinchado de guitarra hasta que los vientos ayudan a inflar y empujan el tema con unos arreglos que suben la intensidad del toque. Vuelven a ensuciar las notas con dos temas marcados por el rock y la distorsión en su esencia más pura, Desaparecer y Resistir.
Acariciando ya el final de la noche suena el tema que le da el nombre al disco Un puto cuento de hadas. Mientras aprovechan para desplegar algunos solos e instrumentales y presentar a los integrantes de la banda. Existe una evidente calidez entre el público y los músicos. Una especie de misa rockera está terminando, en donde la familia se reunió a celebrar con los Viejos Komodines sobre la mesa. Con el fuego prendido y con ganas de un poco más salen rápidamente con Polvareda, un rock argento desde lo más profundo de las entrañas.
La aguja del reloj ya casi cerca de las once y comienzan a despedirse. Suena un riff acentuado de guitarras que da inicio a Buen día, tema que pareciera exigir el agite de algún trapo inmerso en el pogo caliente. La batería arranca a sonar solitaria. Dibujando rulos sobre los tambores con acompañamientos esporádicos de alguno de los otros instrumentos, hasta que todo queda suspendido. En silencio. Parece avecinarse uno de los temas más fiesteros de la banda. Javier Arránz aprovecha para aconsejarle al público de sana manera, que se permita el último momento de fiesta antes de irse a casa. Todo estalló entonces cuando Cherita salió sonando como perro enjaulado. Rebelde y desapegado, en comparación al rock rabioso que vinieron tocando durante todo el show.
El último tema quedó marcado por un rock con rítmica folklórica. Los diecisiete temas anteriores demostraron tener consistencia y ajuste de una banda de ya casi 20 años de trayectoria.’Rocanrol’ puro, distorsionado y sin pudores describe a los Viejos Komodines. No le temen a soltarse y delirar la actitud rock sobre el escenario. Sin vergüenzas se ríen y celebran su puto cuento de hadas.
Por Gonzalo Papaleo especial para Rock And Ball
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