El viernes había empezado con algunas nubes y a medida que avanzaba la mañana la cosa no parecía querer mejorar. Enseguida todo se tapó de nubes, el gris del asfalto se reflejó en el cielo y la ciudad oscureció. La lluvia había empezado a caer pesada y abundante. La espera por lo que venía se hacía densa y la ansiedad aumentaba a cada gota que caía.
La Plata y sus calles espejadas de humedad parecían abultarse cada vez más. La gente corría por Avenida 32 como si por apurarse se mojaran menos. Algunos vendedores ambulantes ofrecían pilotines a $100 “porque aumentó todo, madre”, dijo uno a una señora que protestaba por el precio. Más adelante dos por $150, choripán a $50 y sanguche se vacío por $60. Las personas avanzaban sin distraerse demasiado y la lluvia los acompañaba. El acceso ordenado y rápido permitió llegar al tiempo al resguardo del techo del Único, que a las 19:10 ya encontraba el campo por la mitad y las tribunas completas.
La artista argentina Hana empezó a calentar la previa y se llevó los aplausos de todos en cada una de sus interpretaciones. Para las 20.10 una voz hermosa empezaba a cautivar a todos los presentes. Su dueña: Lianne La Havas, una inglesa que dejó a más de uno con la boca abierta en la interpretación de sus canciones. En su repertorio, una perlita: “I Say a Little Prayer”, de Aretha Franklin, acompañada por los gritos del público ya enamorado y el consecuente coro del que nadie pudo escapar.
Nada mal para ser una previa. Pero la cosa recién empezaba y algunos ansiosos lo hacían notar. Una ola humana se deslizaba desde una punta a la otra del estadio y a cada final le llegaba un aplauso de toda la tribuna participante. Otros ansiosos miraban y buscaban descifrar el enroscado mecanismo de las pulseras blancas que habían entregado en la entrada, haciendo caso omiso al mensaje que se repetía continuamente en las pantallas: “Las pulseras son automáticas”.
De golpe, el lugar quedó en silencio y una melodía clásica se empezó a reproducir. En las pantallas, dos adolescentes que sostenían la bandera argentina, oficiaban de presentadoras: “Con ustedes, la mejor banda del mundo… ¡Coldplay!” A continuación los aplausos y el grito ensordecedor que llegó cuando las luces se apagaron y las misteriosas pulseras empezaron a brillar. El estadio entonces se tiñó de rojo y las pantallas mostraron el colorido mandala de la tapa del último disco de la banda, “A head full of dreams”.
El show de magia ya había empezado y los presentes nos entregamos a que todo suceda. El tema que le da nombre al disco abrió el espectáculo y todo el estadio saltó al unísono dando rienda suelta a la adrenalina. Pero demasiado rojo no es el estilo de la banda y, como haciéndole caso a su escencia, Chris Martin dejó en el aire los acordes de Yellow, que fue acompañado por la ovación y los abrazos que se veían por todos lados bajo la lluvia que persistía. Las luces del escenario, acompañado además por fuegos artificiales y haciéndole honor a la canción que sonaba, daban un espectáculo a parte que era de verdad emocionante.
El despliegue era soñado. La lluvia caía como una especie de bendición y los que más disfrutaban eran los que ya empapados bailaban y cantaban sin importarles nada más que la música. En esos momentos y con la energía tan alta, el gris que había teñido a toda una ciudad había mutado a un paisaje colorido que se esparcía desde el escenario. Momento de pausa y de golpe, “The Scientist” y una catarata de gritos de felicidad contenidos con el posterior e infaltable coro. Nada más hermoso que ese momento, esas gotas que caían pesadas y esa melodía, interpretada por los que ya se habían entregado a disfrutar del espectáculo con aquello que ese momento brindaba. Todo más que listo para “Paradise” y los miles de pares de brazos abiertos hacia el cielo sólo para cantar y agradecer el poder estar ahí.
Entonces, el escenario se vistió de rojo y violeta para acompañar “Speed Of Sound” y al piano endiablado de Martin, que no paraba un segundo ni para recobrar algo de aliento y desde abajo se percibía como un incendio dejando poco espacio para la cordura. Desde la punta de la pasarela que salía desde el escenario, una máquina expulsaba papeles de colores que volaban hacia todas direcciones.
La guitarra de Jon Buckland interpretó “Charly Brown”, del disco “Mylo Xyloto” y todo el lugar se vistió de cientos de colores. Las pulseras titilaban y cambiaban con el ritmo de la música y todo terminó de explotar cuando Martin hizo una cuenta regresiva con el fin de saltar todos juntos acompañando la canción.
Con el piano, los acordes de “Fix You” volvieron locos a un grupo de jóvenes que flameaban una bandera de Brasil y, al mismo tiempo, a todo el estadio. Como para aumentar la adrenalina y subir todavía más en esa escala energética, un rayo perforó el cielo y de golpe se hizo la luz. Como si estuviera pautado, la naturaleza nos regalaba ese fenómeno, en ese momento, durante esa canción. Las pulseras continuaban brillando al canto de “lights will guide you home” y el solo de guitarra previo a la explosión final hizo delirar a cada uno de los presentes que empezaron a saltar y acompañar la música todavía más de lo que ya lo habían hecho.
Con la intro de “Viva La Vida” y el infaltable alarido, las pantallas siguieron de cerca a Will Champion, batero que ahora desparramaba sonidos místicos con una campana de hierro y dos tambores inmensos. Una genialidad visual y sonora que emocionaba, mientras el escenario de colores y las máquinas no paraban de escupir papeles que caían sobre nuestras cabezas.
En un segundo las luces se apagaron y todo el estadio quedó a oscuras. Mientras algunos corrían en dirección a las tribunas, los gritos de los fans se iban trasladando hacia el mini escenario que se había montado en el medio de la cancha sobre el lado izquierdo. Y allí aparecieron los cuatro ante el delirio de los que no podían creer tenerlos tan cerca. El bajista Guy Berryman se llevó mil halagos de los fans que ni de casualidad dejaban de tirarle besos.
Desde allí y en forma acústica interpretaron el tema elegido por los fans en la convocatoria hecha a través de Instagram. “Shiver”, terrible canción de “Parachutes”, para ablandar corazones grandes y llenos de emoción. Se terminaba, como todo lo bueno y lindo. Nadie parecía percatarse de que la banda ya llevaba dos horas de show, ni siquiera los que habían saltado desde el principio y que parecían estar cada vez más arriba.
Como un cielo lleno de estrellas, todo el estadio se iluminó y, a modo de despedida y dedicatoria de parte de la banda para los que se bancaron la lluvia y el frío sólo para verlos, “A Sky Full Of Stars” llegó como abrazo al alma. Conmovedor, intenso y colorido. Como la banda, su música, sus letras y su impronta. “Hasta luego”, dijeron al despedirse. ¿Y hasta cuándo? Coldplay dejó la ciudad y a casi 100 mil personas entre ambos shows pintados de mil colores, sonrisas de felicidad y la energía como para cien recitales más. Hasta la próxima, dijimos, que esperemos que sea pronto.
Crónica por Ana Laura Dagorret
Fotos: Télam
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