Nunca lo habíamos visto en vivo, no sabíamos cómo era. Su último recital databa en Mendoza en el año 2008 y no sólo no nos podíamos arrimar hasta ahí por una cuestión de lejanía y plata sino porque además teníamos 14 años. Nuestro fanatismos se estaban empezando a desarrollar.
Por eso esta oportunidad que se venía era única, perfecta, exquisita, ideal. Tras una temporada en internación entre hospitales y la quinta de Palito Ortega en Luján -donde previamente dio un show improvisado frente a la Basílica- se venía un recital como la gente, una bienvenida a toda una nueva camada de Aliados (tal nos hacemos llamar los seguidores de Charly) para que vieran de qué manera se desempeñaba su estandarte, ese que tanto se habían cansado de escuchar y cantar sus canciones en la radio, en el E-Mule o luego en el Ares.
En el medio caían notas desde el exterior que daban detalles de la gira regreso con pasos previos por Perú y Chile para desembarcar finalmente en Vélez Sársfield para su 58° cumpleaños el 23 de octubre. Las críticas eran buenas o querían ser buenas -porque lo único que se anhelaba al fin y al cabo era verlo bien y de vuelta del infierno de 2007.
Hacía unas semanas también había empezado a rotar “Deberías saber por qué”, un tema que no pegó pero cuyo video dejaba ver que estaba de regreso. Gordo e inflado pero VIVO (algunos bobos todavía preferían a ese flacucho de antes que se suicidaba en directo).
Fui con unos compañeros del secundario -como en todo recital adolescente – que me hicieron la gamba. Ni bien bajamos del coche que nos trajo, nos encontramos con una amiga en común en la fila y como quien no quiere la cosa, allí nos quedamos. Menos mal, porque la cola se extendía hasta el infinito.
Y no se movía, eh, no se movía un carajo, hasta que se empiezan a escuchar los primeros acordes de “El Amor Espera” y la hilera se transforma de un momento a otro en un tren humano que avanza sin parar. “¡Dale, Bukka!”, me gritaban para que apure. Encadenados íbamos corriendo. Ni me acuerdo si me revisaron, pero tengo la imagen acá presente de entrar a Vélez con toda la marea gente y las torres de sonido y lianas de tela de lo poco que la tormenta dejó quedar de la puesta de Pichón Baldirú.
Obvio que nos perdimos ni bien dimos 2 pasos, pero bueno. Llegamos para el final de “Rap del Exilio” y yo me fui lo más adelante posible, no sé por qué. Supongo que por la fantasía quinceañera de estar más cerca del ídolo. Con lluvia y anteojos no lo iba a ver bien ni tampoco escuchar mejor, pero no me importaba nada. Quería ver cómo era, cómo era eso de los recitales masivos y encuentros esporádicos tremendos entre los fanáticos y coserme a la memoria uno de los -esperaba yo- mejores momentos de mi vida. Cosechar adolescencia para sembrar alegría. Allí estaba, rodeado de unos hermosos extraños entonando a coro con los brazos en alto “No Soy Un Extraño”.
Ni bien escuché su voz pensé: ‘Ufff’. Sí, no iba a ser la voz de Serú Girán –aunque luego haya tocado “Llorando En El Espejo” (“Una de los viejos tiempos”, diría). Pero así y todo ahí estaba el loco: cantando, gesticulando, de frac o punta en blanco con un poncho homenaje a su madrina musical, la Negra Sosa, partida hacía menos de 20 días. “Voy a presentar a la banda Say No More –arranca la intro de “Yendo De La Cama Al Living”–: Fabián Quintiero, electrónica. ¡Tonio! En la batería. En el bajo, Carlitos. En las guitarras, el Negro López y Kiuge. Y la princesa Hilda” da la bienvenida a troupe y arranca una zapada con ellos, sus amigos, en el estadio de Liniers.
“Ustedes son la otra banda Say No More” agrega, como si hiciera falta. “Oh-lé-le/ Oh-lá-lá/ si esto no es aguante/ el aguante, ¡¿dónde está?!”, contesta la masa enloquecida. El Aguante, qué irónico. El único disco de donde no sacó temas. Sí lo hizo de sus proyectos en conjunto, en cambio: “Hablando a Tu Corazón”, “Pasajera En Trance” y…
“Voy a presentar –dice– a mi ídolo y maestro –y extiende esa mano larga, interminable–: el señor… Luis Alberto Spinetta” y el delirio del público. Ya todos sabíamos que se venía “Rezo Por Vos” pero la alegría aun así era inconmensurable: los dos pilares del Rock Argentino juntos en un escenario haciendo uno de los temas sino EL tema que reúne su genialidad conjunta para la horda desenfrenada. En los ’80 habían inventado una rivalidad entre los dos. Nosotros, ni enterados.
Hay dos momentos que considero claves en esta canción, el absoluto epicentro de este show y encuentro: el primero es alrededor del minuto 02.11, cuando lo mira a Luis y cierra el puño cuando canta, interpretando, cantando, sintiendo esa canción, esa canción en ese puño. Esa potencia, esa fuerza, es esa convicción, es ese estar ahí entregándose a toda la música que emana del ambiente en esos relámpagos junto a la magia de un público atronador, es ese “yo” pero también es “todos nosotros”, soy ese puño apretado de Charly García que grita “Y lo dejé todo/por esta soledad”. ¡¡Qué pedazo de frase, por favor!! ¡¡Y en qué momento!! Del show y de su vida, claro.
El otro ocurre exactamente en el minuto 04.27 si lo buscan en YouTube cuando el Flaco (que Charly dejó redujo un poquito a coros) vuelve a cantar: “Rezo, rezo por vos” ahí, templante, definitivo, afinadísimo, como diciendo “acá estoy”. Con esa tremenda remera de “Todos fuimos, todos somos, todos podemos ser” de Conduciendo a Conciencia. No hay vez que no escuche esa parte y no se me ponga la piel de gallina, me parece exquisito. Aun no se conocía la noticia de Las Bandas Eternas (que sería mes y medio después, mismo lugar) y esto fue un jocoso anticipo que repetirían más tarde el 4 de diciembre. Lennon te bendiga, Flaco.
Y la lluvia. La lluvia sólo lo hizo más épico todavía. ¡CÓMO LLOVIÓ, LA CONCHA DE DIOS! La última vez que me mojé tanto fue aquella famosa ocasión en la que entré a una pileta. Quisiera encontrar una metáfora que encaje con la situación y lo englobara todo. El agua, la gente, o con los ángeles, con Dios, pero la verdad no puedo o no me sale. No puedo porque me excede. Quizás sí Charly pudo hacerlo ya en su momento porque allí mismo lo bautizó: “Este es el primer concierto subacuático del mundo. Yo quería hacer música abajo del agua, ¿no?”. Y, ¿qué querés que te diga? Sí, conozco el dato, pero la verdad estaba para decirle sí a cualquier cosa ese día. Esa noche.
Aunque si lo pienso bien, también fue medio un milagro que nadie muriera electrocutado ese día. Tengo entendido que en aquella ocasión al Zorro Vön Quintiero se le quemaron tres teclados. “¡¿Qué son, los indios ranqueles?!”, preguntó Charly al ver el batallón de pianos eléctricos cubiertos con bolsas de consorcio. Pero ayudó también a que una generación entera, que nunca lo había visto en vivo, se maraville por primera vez con su genialidad auténtica: en el medio de Chipi Chipi, el tipo tiró: “Y no te olvides nunca que…: siempre que llovió, paró”. Ola de aplausos. Pero inmediatamente: “¡¡Say No More es impermeable!!”. Griterío general. Increíble. Fue tan espontáneo.
Si se presta atención al audio, se puede escuchar una pequeña risita de Hilda Lizarazu que delata perfecto que no estuvo guionado. Fue una ocurrencia sencillísima, pero en el momento justo en el lugar indicado. Charly García, señoras y señores. El mito haciéndose carne frente a los ojos y oídos del mundo. La risa y la frase se pueden ver y apreciar en el DVD que salió más tarde al respecto.
Allí también se puede contemplar la horrenda e innecesaria distancia que curtía el Campo VIP con el general, vallado. El general había salido $120 que, en su momento, eran un dinero. “¡Tirá la valla, / la puta que te parióooo!” fue otro de los hits de la hinchada. Curiosamente, de la producción audiovisual quedaron afuera canciones como “Adela En El Carrousel”, “No Me Dejan Salir” y No soy…. De “Estoy verde” en particular, recuerdo una chica subida a hombros agitando una remera a más no poder.
Era como el vigésimo tema y, tengo que reconocerlo, ya tenía ganas de irme, porque la lluvia seguía. Tuve que retroceder en el campo, me habían robado la billetera y casi me pierden una zapatilla. Perdí la virginidad recitalera de verdad.
Pero no hubo lluvia, tormenta o tifón que nos parara cuando, después de “No Toquen”, vimos que aun quedaba el último bis: “No Se Va a Llamar Mi Amor”. Cuenta la leyenda que Charly ya había entrado a camarines cuando dijo “Me aburro” y decidió salir a hacer este tema de manera espontánea, casi improvisándolo o zapándolo. La imagen de la multitud volviendo a las corridas a escuchar un tema que apenas si duró un ratito es hermosa. Porque había que estar ahí, no importara cómo ni cuándo. Era una batalla ganada.
Los Aliados fueron (fuimos) un protagonista más durante toda la noche, bancándonos cualquier cosa, cantándole el cumpleaños a Mr. García (“Bueno…, ¡un año menos!”, tiró el hijo de p…) o el final de “No Voy En Tren”: mediaba la parte de “Yo soy de la Cruz del Sur” y al momento de “Soy el que cierra y el que apaga la Luz!” todo el José Amalfitani quedó a oscuras y los músicos en silencio. Pero nosotros, firmes como rulo de estatua, como emulando la mejor base del mundo, completando la canción a todo pulmón.
Afortunadamente habíamos quedado con mis colegas en una esquina para encontrarnos a la salida. Como el agua dale que te dale, me mandé debajo de un techito, fui el primero en llegar. Uno de ellos me identificó desde la esquina opuesta –se complicaba localizar el coche – y me hizo señas para que viniera, el auto ya estaba ahí.
Llegué a mi casa sano y salvo después de una jornada muy extensa habiendo pensado 2 veces que – por motivos que no vienen al caso – me iba a perder este flor de concierto. ¿Lo más irónico de todo? Después de mucha agua debajo, por encima y cualquier lado del puente, cuando llegué a mi hogar…, ¡me pegué una ducha!
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