En Vivo

EL Chango Spasiuk llevó a La Plata el lado B de sus “otras músicas”

En un mix entre la sobriedad de un conjunto de cámara y la energía chamamacera, el acordeonista desplegó en La Plata las sonoridades de sus “Otras músicas”, el trabajo con que este año se alzó con dos premios Gardel.

No quedan dudas de que estamos ante un artista inclasificable. Transgresor y clásico a la vez, el sonido del Chango Spasiuk remite a un patio de tierra rojiza en su Apóstoles natal o a la pompa circunspecta de un Teatro Colón al que las notas de su acordeón cultivaron con su obra “Tierra colorada”, unos pocos años atrás.

Girando ahora para presentar “Otras músicas”, la placa con que este año se alzó con los premios Gardel al mejor CD de folklore alternativo y al mejor CD banda de sonido, el Chango Spasiuk llegó este sábado 5 a La Plata para desgranar, a lo largo de poco más de dos horas, las texturas de sus músicas creadas para cine y otros formatos audiovisuales, claro que sin renegar de clásicos de su autoría y de otros grandes creadores de la música popular argentina.

Acompañado por Matías Martino en piano, Eugenia Turovetzky en violonchelo, Pablo Farhat en violín, Marcelo Dellamea en guitarra y Marcos Villalba en percusión y guitarra, el Chango salió a escena a las 21.35 de rigurosa camisa, faja y bombachas de campo negras, éstas últimas en franco contraste con los chupines de sus compañeros de escenario.

Siempre con luz tenue en la sala, las primeras interpretaciones, “Canción de los hermanos”; “Nazareno” y “Día de sol” abren paso a sonoridades que remiten a polcas en las que irrumpen intensos solos de piano y violín, hasta que subrepticiamente se cuela un charleston bien jazzeado donde brillan en contrapunto los teclados de Martino y la guitarra de Dallamea.

Recién en la cuarta interpretación hace su aparición el chamamé y así las “otras músicas” empiezan a convivir con los acordes del litoral profundo.

Entonces, el Chango hace un alto para contar que 20 años atrás, actuando en una fiesta gauchesca en Carmen de Patagones, un paisano de sombrero de ala ancha sentado en la primera fila se levantó de golpe y dijo “yo me voy al carajo: esto parece música de una película”. “Fue un visionario el hombre”, recuerda el acordeonista ante las carcajadas generales, y explica que lo que hoy está mostrando son las “músicas del lado B” de su obra que temía que se perdieran.

Se suceden “Canción de amor para Lucía”; “Enramada”; el clásico “Pynandí”; “Infancia” y “Sueños de niñez”, donde la afiatada voz de Dallamea cobra el protagonismo que más adelante repetirá cuando arremeta con “Villa Guillermina”.

Son las 22.23 y para confirmar que en los pequeños universos de Spasiuk hay espacio para todas las músicas, una encendida versión instrumental de “Seguir viviendo sin tu amor” homenajea a Spinetta y hace que el público enarbole su entusiasmo al corear “no queda más que el viento”. Promedia el show y surge la primera ovación de la noche.

Lo que vendrá en la siguiente hora será un vendaval de chamamés (“El camino”; “Chamamé crudo”; “Tierra colorada”), intercalados con sutiles delicias como “Tarefero de mis pagos”, que exalta la fatigosa y mal remunerada labor del recolector de yerba mate  –siempre bajo un sol abrasador– en los incendiados campos misioneros.

Una polca aceleradísima, típica banda de sonido de los casamientos de ucranianos allá en la infancia del Chango en Apóstoles, obliga a descansar unos minutos a la banda porque “ésta ‘dangerous music’ te hace doler las manos”, confiesa el flaco de la larga cabellera levantado las segundas risotadas del público. “La polca te da ganas de casarte”, dice y recuerda que su madre “se casó un viernes y la fiesta terminó el lunes”. Enseguida evoca que en sus comienzos le preguntaban por qué no tocaba rock… “Llevalo a Pappo allá a tocar abajo del paraisal y lo quiero ver”, desafía el Chango y las risas vuelven a explotar.

Una versión de “Km 11” enfervoriza a quienes ya cenaron y despuntan los últimos tragos en El Teatro Bar, un reducto en el que se refugian los platenses que buscan buenas músicas como alimento para su espíritu.

Se acerca el final y el Chango enfatiza que “en este mundo al revés, en el que el caballo está arriba del jinete”, es preciso retomar la senda del amor, de la celebración del encuentro para resignificar sentidos y junto a Atahualpa Yupanqui invita a “encontrar la sombra que el corazón ansía”.

Minutos antes, una rubiecita inquieta de zapatillas luminosas –que no es otra que la hijita del Chango–, lo desafía con sus morisquetas desde el costado del escenario y juega con el cabello de la correcta violonchelista. Más sonrisas entre el auditorio. Llegan los bises y tras la evocación de Isaco Abitbol y su inoxidable “La calandria”, el Chango y su ecléctica banda disparan una foribunda versión de “Libertango” que hubiera asombrado al mismísimo Astor Piazzolla.

Son las 23.40 y el público abandona la sala tarareando la última polca. El Chango y su acordeón embrujado le han devuelto belleza y sensibilidad a sus agitados días. Es sabido: en tiempos de ajuste, tarifazos y retrocesos para las mayorías, sólo el arte como el de este misionero irreverente nos mantiene vivos y con la guardia en alto. 

 

Por Javier Biasotti

 

Fotos por Martín Dutil

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